La novela de humor no es una de mis especialidades preferidas en la narrativa, aunque reconozco su cualidad para la evasión en estos tiempos difíciles que vivimos. La razón es que prefiero buscar en mis lecturas valores más trascendentes que la pura distracción o divertimento, sin renunciar por ello a esto último. Dicho lo cual, me ha gustado la obra que hoy comento y creo que su autor, hasta ahora desconocido para mí, está a la altura de los grandes maestros del humor contemporáneo, entre los que cuento a los anglosajones Tom Sharpe, John Kennedy Toole o el español Eduardo Mendoza entre otros muchos que merecerían ser citados.