miércoles, 29 de agosto de 2018

CANCIÓN DE SANGRE Y ORO. Jorge Molist


El escritor barcelonés Jorge Molist (1951) ha recibido por esta obra el Premio Fernando Lara. No es el primero que obtiene en la especialidad de novela histórica, también ganó el Premio Alfonso X el Sabio por La reina oculta (2007) y fue finalista de ese mismo certamen con El anillo, la herencia del último templario (2004). En cuanto a la novela que nos ocupa, además de gozar de una estupenda promoción publicitaria, ha sido favorablemente acogida en las revistas de crítica literaria y se ha convertido en una de las más vendidas de este año.
A menudo he puesto de manifiesto mi desconfianza hacia los best sellers porque éxito editorial y calidad literaria no siempre van juntos. Como muestra bien vale un botón, Cincuenta sombras de Grey de la británica E.L. James, una clara ilustración de ese recelo. Por suerte, en esta ocasión debo admitir que no está justificado en absoluto.
Canción de sangre y oro (2018), sin alcanzar el nivel de las mejores del género, es una estupenda novela histórica que además recrea unos episodios poco conocidos, hasta ahora porque, al rebufo de su éxito entre los lectores, alguna revista de divulgación histórica se ha apresurado a editar artículos sobre el mismo tema pero, en mi opinión, no aportan más objetividad frente a la novela que es bastante fiel a los hechos históricos y, sin menoscabo de la ficticia línea argumental, consigue recrear de forma colateral los antecedentes y los intereses  de los bandos en conflicto.
La trama narrativa se inicia con un matrimonio político, el de la princesa Constanza con el príncipe Pedro de Aragón, hijo de Jaime I el Conquistador, que reinó con el nombre de Pedro III. Era la alianza entre una dinastía real que llegaba a su ocaso, la de los Hohenstaufen de Sicilia y la casa real de Aragón, una pequeña potencia hispana, que casi había perdido todas sus posesiones transpirenaicas ante el creciente poderío del reino de Francia. Se iniciaba así un conflicto que enfrentó a dos reinos que aspiraban a la hegemonía en el Mediterráneo occidental. Los franceses, comandados por Carlos de Anjou y apoyados por el Papa ocuparon el reino de Sicilia tras derrotar a Manfredo y Conradino, los dos últimos representantes de la dinastía alemana. En una especie de Juego de Tronos de alianzas y traiciones, el rey Pedro III supo maniobrar con habilidad, paciencia y algo de suerte hasta que, veinte años después de su boda con la legítima heredera de Sicilia, el pueblo siciliano se rebeló contra el dominio tiránico de los angevinos en las conocidas como Vísperas sicilianas y ofreció el trono a Pedro y Constanza, iniciando así la incorporación del reino de Nápoles y Sicilia a la corona aragonesa, que duró dos siglos y fue seguido del dominio español otros dos más.
Casi todos los personajes que aparecen en el relato son históricos, pero en la ficción inherente a este tipo de novelas se les reviste de todos los elementos que puedan suscitar el interés del lector, incluso con el recurso a ciertos tópicos medievales un tanto románticos como el amor cortés, o el concepto aristocrático del honor y la venganza como forma recuperarlo. También parece una cierta concesión la distribución maniquea de los papeles entre los personajes; la fuerza de Pedro III y la nobleza de Roger de Lauria  frente a la crueldad de Carlos de Anjou o las perversas maquinaciones del Papa francés. Pero entre el relato lineal que se desarrolla en el trascurso de esos veinte años (1262-1282), se vislumbra una perfecta ambientación medieval; los abusivos usos señoriales con respecto a los siervos de la gleba; el carácter levantisco de la nobleza y el apoyo de los reyes en las ciudades libres para contrarrestar a los nobles, lo que a la postre acabaría con el régimen feudal y sería la base de las monarquías absolutas europeas. Estos y muchos otros aspectos configuran un perfecto retrato de época, dibujado con trazos certeros y un lenguaje directo y sin artificios que refuerzan el carácter divulgativo y ameno de la novela. Una forma agradable y fácil de  aprender historia para los lectores, de ahí su gran éxito. Porque al margen de esa cobertura ficticia que anima a los protagonistas en sus sentimientos y emociones más humanos, sus actos son rigurosamente históricos. Tan solo con Saurina, un personaje secundario que fue hija del noble Berenguer de Entenza, se permite el escritor la licencia de convertirla en una almogávar libre y guerrera que exhibe su lesbianismo con descaro, añadiendo un guiño anacrónico más acorde con nuestra época. A cuento de esto último, se destaca el decisivo papel de los almogávares en la conquista del Reino de Sicilia.
Toda la historia está narrada bajo la óptica de la protagonista femenina, la reina Constanza, que cuenta los hechos en tercera persona pero recurre a la primera cuando habla de sus emociones personales y la relación de amor y celos con el rey. Este toque intimista que aporta la narradora pone en evidencia dos temas universalmente aceptados en la Edad Media pero muy cuestionados en la actualidad, me refiero a la ley sálica y a los matrimonios políticos en las monarquías.
Resumiendo, una novela histórica que reúne todos los elementos necesarios para triunfar; amenidad aún a costa de ciertas concesiones; estilo claro y directo no exento de cierta elegancia; divulgación de una historia no demasiado conocida; rigor y buena documentación histórica. Me parece pues muy recomendable. A los lectores que hayan visitado Nápoles y Sicilia, y visto en esos lugares los restos monumentales del periodo aragonés o español,  e incluso haya notado costumbres y tradiciones que identificamos con las nuestras, la novela les aportará además un valor añadido.

domingo, 19 de agosto de 2018

IDIOTAS Y HUMILLADOS. Félix de Azúa


Este libro, propuesto por mi club de lectura, reúne, bajo el título Idiotas y humillados, dos novelas del autor que se editaron sucesivas en un corto espacio de tiempo: Historia de un idiota contada por él mismo (1986) y Diario de un hombre humillado (1987). No es muy frecuente esta agrupación en un mismo volumen, salvo en el caso de compilar la obra completa de un escritor o una antología del mismo. No sé a ciencia cierta los motivos de esta adición, pero reconozco mi recelo previo a la lectura porque en ocasiones se reúnen dos novelas cuando ninguna de ellas ha tenido buena venta por separado. Un fracaso editorial no cuestiona necesariamente la calidad de una obra, pero ahí queda la sospecha. Hasta el mismo título parece un refrito indicativo de la fusión, y la agresividad de los términos del mismo parece destinada a despertar el interés del lector. En fin, demasiada sospecha que ha resultado justificada a la postre.
Es lo primero que leo de Felix de Azúa (1944), un escritor de intachable currículum académico, literario e institucional, pero también una figura polémica por sus declaraciones públicas y posicionamiento ideológico. En el indudable haber, sus méritos universitarios como doctor en Filosofía y Letras, catedrático de Estética y Teoría de las Artes y su condición de miembro de la Real Academia Española. Con una extensa producción literaria en la que predomina el ensayo, también la novela y menos la poesía, que algunos consideran fría y hermética. También muy conocido por sus editoriales de prensa en importantes periódicos del país. En un debe controvertido, señalar  sus polémicas agresiones verbales que le han propiciado la etiqueta de machista, o la evidente filiación política que cuestiona en ocasiones su objetividad.
En cuanto al volumen que nos ocupa cabe destacar la notable similitud entre ambas novelas. Las dos están narradas por el protagonista en primera persona, que cuenta su vida  desde la infancia a la edad adulta en la primera, y en la segunda sus experiencias plasmadas en un diario. Lo importante en ambas no es la trama argumental, sin tensión narrativa y bastante escasa de interés, sino el motivo que ofrecen para un cúmulo de reflexiones críticas, impregnadas de ironía y un cierto grado de humor mordaz y hasta cruel.
En Historia de un idiota contada por él mismo, el protagonista traza su biografía personal, con probables matices autobiográficos, en la que podemos reconocernos aquellas generaciones de españoles que vivimos la infancia y juventud en el periodo franquista y nos hicimos adultos con la transición democrática, incipiente y esperanzada, que nos condujo progresivamente al escepticismo. Se critica todo, los convencionalismos sociales, la educación, la religión, el arte y la política, pero lo que trasciende todo eso es una feroz crítica de la felicidad concebida como objetivo y meta inexistente, como la trampa que el sistema pone en la mente del individuo para oprimirlo mejor. Una felicidad consagrada por la ortodoxia en el respeto a los usos sociales.
En Diario de un hombre humillado el protagonista nos describe sus experiencias que giran en torno a la anhelada y obsesiva búsqueda de la banalidad, entendida como una vida sin aspiraciones, sin éxito ni fracaso, una especie de nihilismo que lo aboca a la soledad y a una progresiva degradación hasta el delirio etílico.
Porque en resumen es el nihilismo  existencialista y negativo la idea trascendente en ambas novelas. Es el rechazo a todo tipo de principios, religiosos éticos, sociales o políticos, la creencia de que la vida no tiene sentido, lo que a menudo conduce a la negligencia y la autodestrucción. Lo que viven los protagonistas de estas novelas es una especie de nihilismo militante, tan empeñado en convencer como la propia fe religiosa que se sitúa en el extremo opuesto del espectro filosófico y ético. El término medio entre ambos polos es el escepticismo, la duda positiva motor de la ciencia y los cambios sociales. En mi opinión, la postura intermedia entre el determinismo existencial de la religión y el nihilismo destructivo, entre el fanatismo de la fe y ese otro de la nada.
En cuanto al estilo literario me gustaría destacar la frecuente e inteligente utilización de la analogía, a veces tan rebuscada y culta que no está alcance de un lector medio, lo cual añade a estas novelas un tinte elitista conscientemente buscado. Y es que la crítica literaria incluye al escritor en la moderna estética del culturalismo, una corriente derivada del antiguo gongorismo que tuvo un segundo brote en algunos escritores de finales del XIX como Cavafis y en España, ya en la década de los 70, en la llamada generación de los novísimos. Esta tendencia se caracteriza por la concentración en el texto de abundantes referencias culturales.
El elitismo del autor no es sólo literario. También las reflexiones se ven a menudo afectadas de un cierto elitismo social. Así cuando a la crítica constante de la alta burguesía española y catalana, los llamados amos, opone un cierto desprecio por el pueblo llano al que considera un colectivo desclasado y alienado, los esclavos.
Como aspectos positivos, la defensa de la literatura en su puro sentido estético, algo que comparto. También las reflexiones en torno a la muerte en los ensayos de Montaigne, un escritor que me impresionó por su clarividencia, sencillez y mesura.
En resumen, estamos ante unas novelas de calidad literaria pero saturadas de un agobiante nihilismo y de un exceso de esteticismo elitista capaz de desalentar al lector incluso experto.