Hay libros difíciles de comentar y no precisamente por su complejidad sino, al
contrario y paradójicamente, por su sencillez. Son historias lineales sin
demasiada dificultad o artificio argumental, con giros y desenlaces a menudo
algo previsibles, y personajes con matices éticos dualistas, dicho todo esto sin
intención peyorativa. En estos casos, cualquier intento descriptivo de lo argumental
puede ser demasiado explícito y comporta el riesgo de arruinar el relato a
futuros lectores. Ese miedo a
destripar la trama -spoiler para
los ingleses– lo tengo con esta novela,
que fue la tercera de Almudena
Grandes y todo un éxito editorial en su momento.
La escritora
madrileña se dio a conocer en el panorama literario español con otro gran éxito
de ventas, Las edades de Lulú (1989), ganadora del Premio La Sonrisa
Vertical de novela erótica, que fue versionada al cine por Bigas Luna,
como otras muchas de sus obras. Desde entonces se ha convertido en una autora muy mediática no
sólo en el ámbito literario, también como columnista en prensa, contertulia radiofónica y por su reconocido compromiso social y de militancia política. En este
último aspecto es una figura controvertida por sus opiniones, a veces
radicales, pero siempre sinceras y espontáneas. En cuanto a la obra literaria,
la crítica destaca su prosa realista de estilo galdosiano, con toques
cervantinos cuando construye relatos complejos con pequeñas historias
incluidas en los mismos. Yo no sabría valorar
en su justa medida la influencia de estos eminentes escritores como
fuente de inspiración, pero esta es la tercera novela que leo de la autora y
puedo decir que sus relatos son interesantes, de los que atrapan al lector, con
cierta profundidad en el tratamiento psicológico de los personajes, sobre todo los
femeninos, en los que parece volcar parte de sí misma, de sus propias vivencias
y sensibilidad y así los reviste de una sincera emotividad. Su estilo narrativo
es florido en lo descriptivo pero claro y directo. Como objeción, señalar la
tendencia a los párrafos excesivamente largos que van enlazando oraciones
sucesivas hasta hacer perder el hilo del relato cuando llega el ansiado punto y
aparte.
Sobre Malena es un nombre de tango (1994) me
parece apropiado copiar aquí el resumen de contraportada y no extenderme en
mayores descripciones argumentales: “Malena tiene doce años
cuando recibe, sin razón, y sin derecho alguno, de manos de su abuelo el último
tesoro que conserva la familia: una esmeralda antigua, sin tallar, de la que
ella nunca podrá hablar porque algún día le salvará la vida. A partir de
entonces, esa niña desorientada y perpleja, que reza en silencio para volverse
niño porque presiente que jamás conseguirá parecerse a su hermana melliza,
Reina, la mujer perfecta, empieza a sospechar que no es la primera Fernández de
Alcántara incapaz de encontrar el lugar adecuado en el mundo. Se propone
entonces desenmarañar el laberinto de secretos que late bajo la apacible piel
de su familia, una ejemplar familia burguesa madrileña. A la sombra de una
vieja maldición, Malena aprende a mirarse, como en un espejo, en la memoria de
quienes se creyeron malditos antes que ella y descubre, mientras alcanza la
madurez, un reflejo de sus miedos y de
su amor en la sucesión de mujeres imperfectas que la han precedido”.
Con Malena,
la escritora hace un ejercicio de introspección en la psicología femenina en distintas
etapas de la vida de la protagonista; la confusa identidad y los celos de la
infancia, el amor y el desengaño, la rebeldía reprimida o el sentimiento de
culpabilidad en la adolescencia. En medio de esa tormenta de sentimientos
encontrados, Malena se refugia en sus instintos y en conflictivas
relaciones hasta alcanzar la madurez y la estabilidad emocional.
La acción
se ambienta en el periodo que va desde el
franquismo tardío de los años 60 hasta la transición a la democracia,
aunque en la evocación de historias familiares se remonta a la guerra civil. En
este sentido la novela es además una crónica de la evolución de la sociedad española
en este largo periodo, más enfocada en los aspectos sentimentales, desde la indisoluble relación matrimonial con la santa
esposa, hipócritamente aliviada con la bigamia, más o menos encubierta, del
amancebamiento, hasta el divorcio y la libertad en la relación de pareja.
Aunque esta
no es una novela erótica, el erotismo es un elemento importante en el relato. Almudena
Grandes nos demuestra una vez más su habilidad para mantenerse en ese
espacio sin traspasar la tenue frontera que lo separa de lo pornográfico.
Aunque las descripciones no rehúyen algunos vocablos coloquiales o vulgares, la
insinuación predomina sobre lo explícito. Es además un erotismo intimista, narrado
en primera persona por la protagonista, que nos muestra el amor, el deseo y la
fantasía sexual desde una óptica femenina, algo que muchos hombres desconocen o
se empeñan en ignorar.
En fin, una
novela interesante y entretenida que, a pesar del éxito que tuvo entre el
público lector, no supera en emotividad ni en intensidad narrativa a otras
obras de la autora de menor repercusión mediática. Me sigue gustando Almudena Grandes
y creo que muchas lectoras estarán de acuerdo conmigo.