miércoles, 19 de diciembre de 2018

ELLA, QUE LO TUVO TODO. Ángela Becerra


La breve reseña biográfica que ofrece la red sobre escritora colombiana Ángela Becerra (1954) nos muestra la imagen de una mujer emprendedora y comprometida con la causa del feminismo y la igualdad entre ambos géneros. Su vocación literaria fue tardía y ha escrito poesía y novela hasta un total de ocho obras, algunas de ellas premiadas. Se ha dicho de ella que es la representante actual de un estilo denominado idealismo mágico, que tiene sus inicios entre finales del siglo XVIII y principios del XIX con el poeta alemán Novalis. Los aspectos que definen este movimiento son poco claros para mí. Parece que aúna poesía y mística en una especie de correspondencia analógica entre el alma individual y el alma del Universo. Algunos lo definen de forma igual de ambigua pero resumida como: “poner la magia al servicio de las emociones”.
Suponemos que muchos de esos aspectos están presentes en esta novela que envuelve la trama argumental y a sus personajes en un aura de fantasía y misterio que pretende atraer la atención del lector. Ella, que todo lo tuvo (2009), es la historia de una escritora que pierde a marido e hija en un accidente del que se siente culpable y no vuelve a escribir desde entonces. El primer enigma es que los cuerpos de las dos víctimas nunca fueron encontrados. A partir de aquí se introducen en la exposición toda una serie de elementos y personajes igualmente misteriosos; Ella se siente atraída por la figura triste de Lívido, un librero que la ama a distancia. Tiene esporádicos encuentros nocturnos con una especie de vagabundo filósofo que adivina su tristeza y soledad mientras le recita pasajes de la Divina Comedia. Se dedica a la restauración de libros antiguos e investiga sobre un diario, de época renacentista, en la que un enamorado declara su amor imposible. En fin, con estos ingredientes se generan unas expectativas que intuimos de difícil resolución en un desenlace creíble, porque hay demasiados aspectos y líneas argumentales para ser cerradas con acierto en su totalidad.
No puedo avanzar más en la trama ante el riesgo de arruinar la sorpresa con esa anticipación. Sólo diré que la autora la refuerza mediante el recurso a una ambientación romántica, situando la acción en el melancólico paisaje toscano de brumas y cipreses y una Florencia invernal bañada por la lluvia, con el río Arno y el Ponte Vecchio como epicentro de la misma. La protagonista se pierde por sus calles y plazas, plenas de evocaciones históricas, en unos recorridos que parecen más divulgativos que cargados de intención, porque no inducen en el lector asociaciones alegóricas, implícitas o explícitas, que refuercen la acción que se desarrolla. Más bien parecen las descripciones de una turista impresionada por la belleza artística de la ciudad. El glamur y ciertos elementos de refinada sofisticación son otros ingredientes interesantes en la ambientación.
Los capítulos se suceden enfocados alternativamente en Ella y Lívido, dos seres solitarios y llenos de contradicciones porque, a fin de cuentas, es la soledad y la carencia afectiva lo que trasciende un relato que decae progresivamente en el nudo, cuando se alarga en exceso y reduce así la tensión dramática.
Quizás el aspecto más destacable en la novela sea un lenguaje poético que ilustra a la perfección las emociones y la psicología de la protagonista y consigue transmitirlas al lector. Es además el instrumento ideal para mantener ese ambiente de misterio que se pretende generar, por más que algunas frases nos parezcan una asociación de bellas palabras, con mayor contenido estético que significación profunda. Las reflexiones que la escritora pone en boca de la protagonista son en general muy acertadas con la sola excepción de una de ellas, referente a la diferencia entre los géneros, en la que manifiesta un feminismo tendencioso lleno de tópicos.
En resumen, se trata de una buena novela, aunque no excepcional. Que va de más a menos en interés, con un desenlace sorprendente pero incompleto. Con algo de menor extensión resultaría la agradable lectura continuada de una tarde y noche. 


sábado, 1 de diciembre de 2018

LA BELLA DURMIENTE. Piotr. I. Tchaikovsky


Este año, en el conjunto de espectáculos que ha ofrecido el XIX Festival de Otoño de Jaén, nos ha visitado de nuevo el Ballet Nacional Ruso bajo la dirección de Sergei Radchenko, el bailarín que fue pareja de la célebre Maya Plisetskaya en el Bolshoi de Moscú. Sí en las dos temporadas anteriores nos ofrecieron sendas representaciones de El Lago de los Cisnes y El Cascanueces, ahora se cierra el ciclo con La Bella Durmiente, que en orden cronológico es la segunda de las tres composiciones para ballet de Piotr I. Tchaikovsky.
         La obra está basada en un cuento de Charles Perrault en versión de los hermanos Grimm. El libreto es de Ivan Vsevolozhsky y la coreografía de Marius Petipa. Está estructurada en un prólogo y tres actos, fue estrenada en 1890 y actualmente es uno de los ballets más famosos del repertorio clásico.
Tras la breve exposición de la ficha técnica, debo decir que en mi opinión es la menos atractiva de las tres composiciones para ballet ya citadas. No llega al lirismo melódico de El Lago de los Cisnes ni a la riqueza en danzas de El Cascanueces. Los pasajes son menos conocidos, si exceptuamos el Vals de las Guirnaldas (II acto) muy popularizado por Disney en sus películas de animación. Todo ello sin cuestionar la intensidad y expresividad musical del genial compositor ruso.
En cuanto a la representación que nos ocupa y la actuación de los bailarines, en concreto los tres principales que interpretaron a la Princesa Aurora, el Príncipe Désiré y el Hada de las Lilas, fue buena en cuanto a la técnica, sobre todo en los pasos que requieren un cierto virtuosismo que pudiéramos llamar gimnástico e incluso de malabarismo. En ese aspecto, muy destacable el primer bailarín, algo menos la prima ballerina. En ambos noté una cierta brusquedad de movimientos y eché en falta una ejecución más armónica con la música. No sabría definir bien en que consiste esto último y mi opinión es desde luego cuestionable, porque no paso de ser un buen aficionado a este arte.
Muy bien otros aspectos secundarios como una cuidada escenografía y vestuario que remiten al periodo barroco en el que se ambienta la obra. También algunos pasajes musicales y pasos de baile están claramente inspirados en ese estilo artístico. Destacar además la teatralidad mímica de los interpretes de la bruja Carabosse y de Catalabutte, el maestro de ceremonias.
En fin, aún con las objeciones mencionadas, el espectáculo fue brillante en su conjunto y creo que el público salió satisfecho de la representación.


martes, 20 de noviembre de 2018

MIAU. Benito Pérez Galdós


En cuanto a la narrativa, mantengo una idea recurrente que me importa destacar aún a riesgo de resultar reiterativo. Y es que, a los aficionados a este género literario nos conviene fijar la atención, de vez en cuando, sobre los clásicos del XIX. Su lectura siempre resulta enriquecedora y supone un agradable retorno a los orígenes de la novela actual. En efecto, fue en el periodo decimonónico cuando se establecieron las bases de la misma, cuando surgen nuevos subgéneros e incipientes cambios en técnica y lenguaje narrativo que después serán plenamente desarrollados en el XX. En particular los escritores adscritos al estilo literario del realismo fueron grandes innovadores en este sentido. Gracias a su empeño por reflejar la realidad actuaron además como testigos fieles de una época histórica y de unos conflictos existenciales en los que nos seguimos reconociendo plenamente porque están en la base y son el origen de nuestra modernidad literaria y vital.
Los mejores representantes de estos clásicos modernos los encontramos en los escritores realistas y naturalistas franceses y rusos. Y en nuestro país, Benito Pérez Galdós (1843-1920), gran admirador de aquellos, se ha definido como el máximo exponente del realismo en lengua castellana. Se ha dicho de él que fue tan popular como Lope de Vega y está considerado como el mayor novelista español después de Cervantes. Fue casi autodidacta pero con unos saberes enciclopédicos que logró ocultar  utilizando siempre un estilo directo y natural exento de todo academicismo. Su producción literaria es abrumadora por extensa, e incluye teatro, ensayo, libros de viajes y cuentos, pero es aún más destacable en la novela. Con los Episodios Nacionales, un conjunto de 46 libros agrupados en cinco series, construyó una auténtica crónica política y social de la España del siglo XIX, comenzando por Trafalgar y terminando en la Restauración Borbónica; y la edificó a través de la vida íntima y cotidiana de unos personajes marcados por los acontecimientos históricos. Fue uno de los novelistas que mejor profundizó en la psicología de sus personajes, especialmente los femeninos y ahí están para probarlo obras como Fortunata y Jacinta (1886) y Misericordia (1897) dos de sus títulos más conocidos.
Miau (1888) quizás no sea una de las mejores novelas del escritor, canario por nacimiento y madrileño de adopción. Desde luego no se encuentra en la nómina de las más conocidas, pero merece ser leída porque resulta coherente con el resto de su obra y reúne en sí misma todos los elementos estilísticos que mejor definen a su autor. Es la historia de don Ramón Villaamil, prototipo de cesante en espera de un destino burocrático que nunca llega, y de su familia formada por tres mujeres apodadas las Miau, obsesionadas con la apariencia social y acosadas por la miseria de una casa sin apenas ingresos económicos. El protagonista, funcionario honrado, tiene algo de quijotesco, e incluso cervantino, empeñado en mantener la dignidad en la pobreza, inmerso en un ambiente de corruptos, vagos y pícaros que medran en los entresijos de una Administración pública tan clientelar y abultada como ineficaz. Villaamil, ante el fracaso de sus pretensiones y el olvido de sus amigos, inicia una caída progresiva hacia la depresión y la locura, que alterna con reflexiones de extrema cordura. El contrapunto a este personaje lo ofrece su nieto, Luisito Cadalso que simboliza la inocencia de la infancia, en la cual encuentra consuelo su abuelo.
La novela pertenece a una serie titulada Novelas españolas contemporáneas, porque reflejan fielmente el ambiente social del momento en que vive el escritor. En este caso, lo trascendente del relato es una sátira de la burocracia madrileña con el telón de fondo del régimen político de la Restauración, en el que se intuye la aberración democrática del turno en el poder entre conservadores y liberales, el caciquismo provincial y el clientelismo. En suma, la corrupción que invade todas las esferas de la política y la administración, algo que nos resulta muy actual -nihil sub sole novum- en nuestro contexto presente.
La trama argumental trascurre de forma lineal sin solución de continuidad entre los capítulos. Esta unidad de tiempo y de acción no es lo único que nos recuerda el drama teatral sino los frecuentes diálogos entre los personajes, en los que se refleja el carácter y el nivel cultural o social de los mismos, desde la pedantería romántica y oratoria de Victor Cadalso, hasta el lenguaje popular de las calles de Madrid. También evoca lo escenográfico los frecuentes paréntesis intercalados, que indican gestos o actitudes de los personajes en sus parlamentos. Todo ello nos hace pensar que la novela podría ser versionada fácilmente a las tablas del teatro.
El narrador de la historia lo hace en tercera persona. Las descripciones de los rasgos físicos y del carácter de los personajes son perfectas. En algunos casos, como el ataque histérico de Abelarda, tan vívidas que nos parece estar presenciando la escena. Las referencias al ambiente en las calles madrileñas, el retrato de distintos tipos sociales, la hipocresía de las clases medias y la picaresca popular, todo contribuye para ofrecernos un enorme fresco de la época y, aunque no está catalogada como tal, me atrevería a decir que estamos ante una estupenda novela histórica.
El lenguaje, como se ha dicho, es sencillo y directo, con algunas palabras y frases que ahora nos resultan arcaísmos pero de plena actualidad en la época del escritor. No alteran la compresión del texto y por contra estimulan nuestra curiosidad, porque la mera indagación sobre las mismas no sólo enriquece en cultura sino que nos ubica mejor en la mentalidad de aquellos tiempos no tan remotos, y contribuye a valorar nuestra propia evolución, no siempre a mejor.
Aunque en algunos momentos el relato se impregna de una cierta ingenuidad, siempre entendida desde nuestra óptica actual, lo que predomina es la ironía y el humor, amargo en ocasiones, pero en general crítico y amable antes que cruel. La introducción progresiva de los personajes conforme avanza la acción, y la introspección psicológica en sus vidas aligera la trama argumental, algo carente de intriga, hasta desembocar en un final esperado pero sorprendente por lo tragicómico.
En resumen, una excelente novela que no defrauda en su lectura.


viernes, 16 de noviembre de 2018

SERGIO ALBACETE. FLAMENCO PROJECT


El II Festival Flamenco Ciudad de Jaén, de corta trayectoria que deseamos exitosa, se ha iniciado este año con un recital de jazz fusión a cargo de Sergio Albacete Flamenco Projet, un grupo encabezado por el conocido saxofonista e integrado además por un percusionista,  un guitarra bajo y un tercer músico a cargo de guitarra flamenca y otros tipos de guitarra acústica. El evento forma parte de un nuevo proyecto interpretativo de este músico jiennense que se ha convertido en figura indiscutible del jazz en nuestra provincia. He tenido la suerte de asistir a muchos de sus conciertos en los últimos años y creo que ha alcanzado una encomiable madurez interpretativa. Me llama la atención su curiosidad a la hora de indagar en nuevos terrenos musicales y la capacidad para fusionarlos con el jazz. En ese aspecto es un músico versátil, capaz de versionar a Tchaikovsky cuando incide en la clásica o, como ahora, al enfrentarse a Camarón en la fusión con el flamenco.
         El concierto comenzó con piezas que ilustran la inspiración flamenca, o española en las composiciones de músicos de jazz internacionales, con títulos tan sugerentes como Pasionaria o El Quijote. Le sucedieron después piezas de fusión, con temas de Paco de Lucía, Camarón o Chano Dominguez, y terminó con un arreglo del tema central de la película Cinema Paradiso, un homenaje al músico italiano Ennio Morricone.
         El recital resultó muy equilibrado en la alternancia de temas melódicos con otros de predominio rítmico, y todos los interpretes destacaron en sus correspondientes solos, con un mayor papel de la guitarra acústica. En esta ocasión Sergio Albacete abandonó el saxo en favor de la flauta y el clarinete. Y fue en los solos de éste último instrumento cuando no dejó literalmente asombrados ante una ejecución magistral, tan brillante que supo transmitir al público esa vibración emocional indefinible de quien siente profundamente el jazz, lo que él tradujo a términos coloquiales como el subidón. 
      Otra grata sorpresa fue el auditorio del Museo Ibérico, de pequeña capacidad, en torno a 150 asientos, pero diseñado con un estupenda acústica, muy adecuada para este tipo de eventos. Porque el jazz, en mi opinión, se escucha mejor y llena más en ambientes recogidos antes que en los grandes aforos.

lunes, 8 de octubre de 2018

AUTOBIOGRAFÍA DE UN YOGUI. Rafael Álvarez "El brujo"


El XIX Festival de Otoño de Jaén ha tenido este año un estupendo estreno con esta representación teatral interpretada por Rafael Álvarez “El Brujo”. No voy a glosar la brillante y larga trayectoria profesional de este dramaturgo y actor que ha sido reconocida con múltiples premios. Sí quiero señalar el éxito y la popularidad de sus últimas creaciones dramáticas, estructuradas en base al  monólogo, que armonizan el humor y la parodia inteligente con reflexiones en torno a temas de mayor calado intelectual, más trascendentes si se quiere. Asuntos y pensamientos que parecen recurrentes en el autor, tales como la esencia del teatro o la literatura, y sobre todo la mística como indagación o respuesta a sus propias inquietudes espirituales
Hace años asistí a uno de estos espectáculos protagonizado por el Brujo, titulado Misterios del Quijote, y quedé muy impresionado por la versatilidad de sus recursos dramáticos y la capacidad de improvisación. Ha producido otras obras con el mismo esquema interpretativo. En ellas aporta su visión personal en torno a la tragedia clásica, la picaresca española o grecolatina y la poesía mística de San Juan de la Cruz. El secreto de su éxito lo explica el propio autor cuando reconoce:¡Yo solo soy un cómico y un comediante¡. El humor es en efecto el instrumento que utiliza para introducirnos en un mundo en el que se aúnan en un todo coherente simbolismo y mito, ciencia y espiritualidad, filosofía y arte. Un humor sabiamente dosificado que aligera la densidad o la profundidad de sus reflexiones y rompe la tensión dramática cuando conviene.
Con Autobiografía de un yogui, el Brujo parece haber rizado el rizo en su original y ya clásico planteamiento dramático, porque en esta ocasión nos remite al territorio de la mística hinduista, en general bastante alejado de nuestra mentalidad occidental. El título alude a un libro de Paramahansa Yogananda, el yogui que introdujo el raja yoga en Occidente, la ciencia de la meditación que conduce a la realización del ser. Al comentar pasajes de la autobiografía, el actor entreteje su monólogo con distintos mimbres que nos conducen desde el materialismo científico hasta la espiritualidad oriental, desde la relatividad de Einstein, pasando por  la transmigración de las almas, hasta llegar a la luz como símbolo de energía pura desligada de la materia.
Y una vez más, con esta obra, el actor consiguió el milagro de mantener intacta y elevada la atención en torno a esa amalgama de misticismo filosófico, gracias no sólo al humor y la ironía improvisada que despliega cuando intuye momentos bajos en el espectador, sino amparado por una serie de recursos, la mímica y modulaciones en el tono o volumen de la voz, los acordes de una especie de guitarra hindú, y una escenografía sobria y elegante, elementos todos ellos capaces de crear el clima apropiado para interesar a una audiencia que estuvo totalmente entregada al cabo de dos horas de representación.
Respecto a esta obra he leído una crítica moderadamente elogiosa que concluye en la frase: “Más de lo mismo”. Puede que lleve parte de razón, pero en mi opinión, lo mismo es una fórmula genial del Brujo y un despliegue interpretativo que una vez más dejó muy satisfecho al público de Jaén que colmó el aforo del teatro y agradeció la representación con un prolongado y cálido aplauso, desmintiendo así el dicho de nadie es profeta en su tierra.   

miércoles, 29 de agosto de 2018

CANCIÓN DE SANGRE Y ORO. Jorge Molist


El escritor barcelonés Jorge Molist (1951) ha recibido por esta obra el Premio Fernando Lara. No es el primero que obtiene en la especialidad de novela histórica, también ganó el Premio Alfonso X el Sabio por La reina oculta (2007) y fue finalista de ese mismo certamen con El anillo, la herencia del último templario (2004). En cuanto a la novela que nos ocupa, además de gozar de una estupenda promoción publicitaria, ha sido favorablemente acogida en las revistas de crítica literaria y se ha convertido en una de las más vendidas de este año.
A menudo he puesto de manifiesto mi desconfianza hacia los best sellers porque éxito editorial y calidad literaria no siempre van juntos. Como muestra bien vale un botón, Cincuenta sombras de Grey de la británica E.L. James, una clara ilustración de ese recelo. Por suerte, en esta ocasión debo admitir que no está justificado en absoluto.
Canción de sangre y oro (2018), sin alcanzar el nivel de las mejores del género, es una estupenda novela histórica que además recrea unos episodios poco conocidos, hasta ahora porque, al rebufo de su éxito entre los lectores, alguna revista de divulgación histórica se ha apresurado a editar artículos sobre el mismo tema pero, en mi opinión, no aportan más objetividad frente a la novela que es bastante fiel a los hechos históricos y, sin menoscabo de la ficticia línea argumental, consigue recrear de forma colateral los antecedentes y los intereses  de los bandos en conflicto.
La trama narrativa se inicia con un matrimonio político, el de la princesa Constanza con el príncipe Pedro de Aragón, hijo de Jaime I el Conquistador, que reinó con el nombre de Pedro III. Era la alianza entre una dinastía real que llegaba a su ocaso, la de los Hohenstaufen de Sicilia y la casa real de Aragón, una pequeña potencia hispana, que casi había perdido todas sus posesiones transpirenaicas ante el creciente poderío del reino de Francia. Se iniciaba así un conflicto que enfrentó a dos reinos que aspiraban a la hegemonía en el Mediterráneo occidental. Los franceses, comandados por Carlos de Anjou y apoyados por el Papa ocuparon el reino de Sicilia tras derrotar a Manfredo y Conradino, los dos últimos representantes de la dinastía alemana. En una especie de Juego de Tronos de alianzas y traiciones, el rey Pedro III supo maniobrar con habilidad, paciencia y algo de suerte hasta que, veinte años después de su boda con la legítima heredera de Sicilia, el pueblo siciliano se rebeló contra el dominio tiránico de los angevinos en las conocidas como Vísperas sicilianas y ofreció el trono a Pedro y Constanza, iniciando así la incorporación del reino de Nápoles y Sicilia a la corona aragonesa, que duró dos siglos y fue seguido del dominio español otros dos más.
Casi todos los personajes que aparecen en el relato son históricos, pero en la ficción inherente a este tipo de novelas se les reviste de todos los elementos que puedan suscitar el interés del lector, incluso con el recurso a ciertos tópicos medievales un tanto románticos como el amor cortés, o el concepto aristocrático del honor y la venganza como forma recuperarlo. También parece una cierta concesión la distribución maniquea de los papeles entre los personajes; la fuerza de Pedro III y la nobleza de Roger de Lauria  frente a la crueldad de Carlos de Anjou o las perversas maquinaciones del Papa francés. Pero entre el relato lineal que se desarrolla en el trascurso de esos veinte años (1262-1282), se vislumbra una perfecta ambientación medieval; los abusivos usos señoriales con respecto a los siervos de la gleba; el carácter levantisco de la nobleza y el apoyo de los reyes en las ciudades libres para contrarrestar a los nobles, lo que a la postre acabaría con el régimen feudal y sería la base de las monarquías absolutas europeas. Estos y muchos otros aspectos configuran un perfecto retrato de época, dibujado con trazos certeros y un lenguaje directo y sin artificios que refuerzan el carácter divulgativo y ameno de la novela. Una forma agradable y fácil de  aprender historia para los lectores, de ahí su gran éxito. Porque al margen de esa cobertura ficticia que anima a los protagonistas en sus sentimientos y emociones más humanos, sus actos son rigurosamente históricos. Tan solo con Saurina, un personaje secundario que fue hija del noble Berenguer de Entenza, se permite el escritor la licencia de convertirla en una almogávar libre y guerrera que exhibe su lesbianismo con descaro, añadiendo un guiño anacrónico más acorde con nuestra época. A cuento de esto último, se destaca el decisivo papel de los almogávares en la conquista del Reino de Sicilia.
Toda la historia está narrada bajo la óptica de la protagonista femenina, la reina Constanza, que cuenta los hechos en tercera persona pero recurre a la primera cuando habla de sus emociones personales y la relación de amor y celos con el rey. Este toque intimista que aporta la narradora pone en evidencia dos temas universalmente aceptados en la Edad Media pero muy cuestionados en la actualidad, me refiero a la ley sálica y a los matrimonios políticos en las monarquías.
Resumiendo, una novela histórica que reúne todos los elementos necesarios para triunfar; amenidad aún a costa de ciertas concesiones; estilo claro y directo no exento de cierta elegancia; divulgación de una historia no demasiado conocida; rigor y buena documentación histórica. Me parece pues muy recomendable. A los lectores que hayan visitado Nápoles y Sicilia, y visto en esos lugares los restos monumentales del periodo aragonés o español,  e incluso haya notado costumbres y tradiciones que identificamos con las nuestras, la novela les aportará además un valor añadido.

domingo, 19 de agosto de 2018

IDIOTAS Y HUMILLADOS. Félix de Azúa


Este libro, propuesto por mi club de lectura, reúne, bajo el título Idiotas y humillados, dos novelas del autor que se editaron sucesivas en un corto espacio de tiempo: Historia de un idiota contada por él mismo (1986) y Diario de un hombre humillado (1987). No es muy frecuente esta agrupación en un mismo volumen, salvo en el caso de compilar la obra completa de un escritor o una antología del mismo. No sé a ciencia cierta los motivos de esta adición, pero reconozco mi recelo previo a la lectura porque en ocasiones se reúnen dos novelas cuando ninguna de ellas ha tenido buena venta por separado. Un fracaso editorial no cuestiona necesariamente la calidad de una obra, pero ahí queda la sospecha. Hasta el mismo título parece un refrito indicativo de la fusión, y la agresividad de los términos del mismo parece destinada a despertar el interés del lector. En fin, demasiada sospecha que ha resultado justificada a la postre.
Es lo primero que leo de Felix de Azúa (1944), un escritor de intachable currículum académico, literario e institucional, pero también una figura polémica por sus declaraciones públicas y posicionamiento ideológico. En el indudable haber, sus méritos universitarios como doctor en Filosofía y Letras, catedrático de Estética y Teoría de las Artes y su condición de miembro de la Real Academia Española. Con una extensa producción literaria en la que predomina el ensayo, también la novela y menos la poesía, que algunos consideran fría y hermética. También muy conocido por sus editoriales de prensa en importantes periódicos del país. En un debe controvertido, señalar  sus polémicas agresiones verbales que le han propiciado la etiqueta de machista, o la evidente filiación política que cuestiona en ocasiones su objetividad.
En cuanto al volumen que nos ocupa cabe destacar la notable similitud entre ambas novelas. Las dos están narradas por el protagonista en primera persona, que cuenta su vida  desde la infancia a la edad adulta en la primera, y en la segunda sus experiencias plasmadas en un diario. Lo importante en ambas no es la trama argumental, sin tensión narrativa y bastante escasa de interés, sino el motivo que ofrecen para un cúmulo de reflexiones críticas, impregnadas de ironía y un cierto grado de humor mordaz y hasta cruel.
En Historia de un idiota contada por él mismo, el protagonista traza su biografía personal, con probables matices autobiográficos, en la que podemos reconocernos aquellas generaciones de españoles que vivimos la infancia y juventud en el periodo franquista y nos hicimos adultos con la transición democrática, incipiente y esperanzada, que nos condujo progresivamente al escepticismo. Se critica todo, los convencionalismos sociales, la educación, la religión, el arte y la política, pero lo que trasciende todo eso es una feroz crítica de la felicidad concebida como objetivo y meta inexistente, como la trampa que el sistema pone en la mente del individuo para oprimirlo mejor. Una felicidad consagrada por la ortodoxia en el respeto a los usos sociales.
En Diario de un hombre humillado el protagonista nos describe sus experiencias que giran en torno a la anhelada y obsesiva búsqueda de la banalidad, entendida como una vida sin aspiraciones, sin éxito ni fracaso, una especie de nihilismo que lo aboca a la soledad y a una progresiva degradación hasta el delirio etílico.
Porque en resumen es el nihilismo  existencialista y negativo la idea trascendente en ambas novelas. Es el rechazo a todo tipo de principios, religiosos éticos, sociales o políticos, la creencia de que la vida no tiene sentido, lo que a menudo conduce a la negligencia y la autodestrucción. Lo que viven los protagonistas de estas novelas es una especie de nihilismo militante, tan empeñado en convencer como la propia fe religiosa que se sitúa en el extremo opuesto del espectro filosófico y ético. El término medio entre ambos polos es el escepticismo, la duda positiva motor de la ciencia y los cambios sociales. En mi opinión, la postura intermedia entre el determinismo existencial de la religión y el nihilismo destructivo, entre el fanatismo de la fe y ese otro de la nada.
En cuanto al estilo literario me gustaría destacar la frecuente e inteligente utilización de la analogía, a veces tan rebuscada y culta que no está alcance de un lector medio, lo cual añade a estas novelas un tinte elitista conscientemente buscado. Y es que la crítica literaria incluye al escritor en la moderna estética del culturalismo, una corriente derivada del antiguo gongorismo que tuvo un segundo brote en algunos escritores de finales del XIX como Cavafis y en España, ya en la década de los 70, en la llamada generación de los novísimos. Esta tendencia se caracteriza por la concentración en el texto de abundantes referencias culturales.
El elitismo del autor no es sólo literario. También las reflexiones se ven a menudo afectadas de un cierto elitismo social. Así cuando a la crítica constante de la alta burguesía española y catalana, los llamados amos, opone un cierto desprecio por el pueblo llano al que considera un colectivo desclasado y alienado, los esclavos.
Como aspectos positivos, la defensa de la literatura en su puro sentido estético, algo que comparto. También las reflexiones en torno a la muerte en los ensayos de Montaigne, un escritor que me impresionó por su clarividencia, sencillez y mesura.
En resumen, estamos ante unas novelas de calidad literaria pero saturadas de un agobiante nihilismo y de un exceso de esteticismo elitista capaz de desalentar al lector incluso experto.

jueves, 5 de julio de 2018

EL ORDEN DEL DÍA. Eric Vuillard


Cuando casi se cumple un siglo de la fundación del partido nacional socialista alemán, el nazismo, la ideología política que autoproclamó el Tercer Reich, sigue siendo fuente inagotable de estudio histórico e inspiración literaria. Ahora, cuando parece que no hemos aprendido nada o lo hemos olvidado todo, surgen de nuevo con fuerza los nacionalismos en el centro y norte de Europa. Este contexto ha propiciado la aparición de una corriente de revisionismo histórico, peyorativo y subsidiario de estas ideologías, que pretende hacer pasar por mitos verdades tan evidentes como el holocausto. A esta aberrante tendencia se quiere oponer otro revisionismo, más académico, que indaga, a la luz de nuevos datos, en las causas del ascenso al poder político del partido nazi, el expansionismo alemán previo a la guerra o el antisemitismo y la sistemática aplicación de la eufemística solución final

jueves, 21 de junio de 2018

HORAS PARA WALLADA. Miguel Ángel Cáliz


La novela histórica se configuró como tal con los escritores románticos del XIX, y entre ellos podemos considerar al escocés Walter Scott como un auténtico pionero. El siglo XX consolidó el éxito de este subgénero con autores y títulos inolvidables; Mika Waltari (Sinué el egipcio), Robert Graves (Yo Claudio), Umberto Eco (El nombre de la rosa), o Marguerite Yourcenar (Memorias de Adriano), este último, para mi gusto, el mejor título de este género.  
El éxito de la novela histórica se mantiene en la actualidad gracias a la feliz combinación de un relato de aventura e intriga en un contexto de realidad histórica que resulte ilustrativo y ameno para los lectores no demasiado familiarizados con la Historia. Pero al socaire del éxito editorial de aquellos grandes títulos, medraron escritores y novelas de calidad más que discutibles. En ellas encontramos personajes a menudo anacrónicos; centuriones romanos que se expresan como marines norteamericanos, o heroínas de la antigüedad que manifiestan ideas feministas muy actuales. A menudo los protagonistas están desdibujados y sus insulsas aventuras son una mera excusa para exponer, de forma bastante explícita, unos hechos históricos que parecen relatados con finalidad exclusivamente didáctica. Y qué decir de aquellos autores que pretenden encubrir sus carencias literarias con una buena documentación histórica. En fin, la abundante producción en este subgénero nos obliga a ser críticos a la hora de seleccionar una lectura, y conviene no dejarse arrastrar fácilmente por el último superventas. Modestamente puedo decir que he leído bastantes novelas de este tipo y asegurar que no es oro todo lo que reluce. Junto a unas cuantas excepcionales, y otras bastantes desastrosas, predomina un nivel de calidad medio. La cuestión en estas últimas es que resulten amenas y de fácil lectura.
Esta opinión, un tanto pesimista, sobre la novela histórica y sus mixtificaciones actuales, solo traduce mi cautela al iniciar una de éstas. Por suerte no justificada en la que hoy comento.
Horas para Wallada (2009) de Miguel Ángel Cáliz creo que bien merece una valoración positiva. Está ambientada en la Granada nazarí entre los años finales del siglo XIV y principios del XV, unos noventa años antes de su conquista por los Reyes Católicos. Un periodo de esplendor cultural y artístico islámico, justo en el momento que el reino comienza su decadencia política, una coincidencia que es casi una constante histórica. La protagonista es una joven de origen provenzal, criada en Génova, cuyas peripecias vitales la llevan hasta Granada, donde adopta el nombre de Wallada, una antigua poetisa cordobesa de época califal, y convertida al Islam termina siendo la favorita del sultán Muhammad VII (1392-1408). De esos dieciséis años de reinado existen pocas fuentes históricas: El padre, Yusuf II asesinado en una conspiración; ascenso al poder ilegítimo y encierro de su hermano en el castillo de Salobreña;torpeza política frente a Castilla; ilusorio expansionismo militar con pequeñas razzias de frontera y derrotas en batallas decisivas; muerto a los 38 años de enfermedad con sospecha de envenenamiento; sin hijos, le sucede su hermano Yusuf III, el heredero encarcelado.
Con estos pocos datos históricos, el escritor  tiene la habilidad de recrear un  perfecto retrato de época del reino nazarí. El difícil equilibrio con los reinos vecinos, entre una Castilla cada vez más agresiva y el reino benimerín de Marruecos, antaño un aliado militar y ahora debilitado y solo interesado en el control del estrecho de Gibraltar. También de la neutralidad y apoyo comercial del reino de Aragón y la república de Génova. La ambientación se recrea en aspectos culturales, en el carácter de los granadinos nazaríes, en las continuas intrigas políticas de los clanes rivales y el papel del harem y las favoritas en la complicada política. En fin, vislumbramos un mundo complejo, culto y refinado, en franca decadencia y aún ignorante de su  trágica desaparición.
Como suele suceder en estas novelas, Wallada escribe sus memorias, evocando el pasado mientras cuida en su lecho de muerte al sultán y desde ese presente relata en tercera persona sus aventuras en esos años de reinado. Es una mujer inteligente y pragmática que aprovecha sus encantos para encumbrarse  como favorita y desde ese privilegio participa activamente en la política.
Como los diálogos son inexistentes y escasas las reflexiones de la protagonista, su perfil psicológico queda algo desdibujado y sus aventuras, a partir de la llegada  a Granada, coinciden con los avatares del reino. En este sentido, el equilibrio entre ficción y realidad queda relativamente descompensado. Estamos ante una pequeña protagonista en un gran escenario histórico.
En el perfil literario, todo son aspectos positivos. Lenguaje sencillo y elegante. Con los términos antiguos justos y necesarios para ambientar el relato pero sin abusar ni dificultar la lectura. Los anacronismos son muy escasos lo cual es de agradecer. En resumen, una buena novela, de lectura agradable y fácil. Con calidad literaria y una trama interesante aunque algo previsible.     

martes, 29 de mayo de 2018

LA ESCALA DE LOS MAPAS. Belén Gopegui


Comentar ciertos libros puede suponer todo un reto. La síntesis argumental tiene que ser precisa, y debe evitar ante todo arruinar la sorpresa en el lector. Pero ¿cómo hacerla cuando la trama se te escapa de las manos como arena?. ¿Dónde encontrar la idea trascendente oculta entre la fantasía, encerrada en sí misma como en una matrioshka?. Algo así he pensado al terminar esta lectura, inquietante, inaprensible en su totalidad, pero de una belleza deslumbrante.
La escala de los mapas (1993) fue la opera prima de la escritora madrileña Belén Gopegui (1963) y en su momento recibió dos premios,  fue reconocida por la crítica literaria y avalada por escritores de prestigio. Es una de esas novelas difíciles que exigen al lector. El protagonista es Sergio Prim, geógrafo de profesión, que siente un amor platónico por Brezo Varela, una mujer que en su momento no le correspondió. Todo cambia cuando un buen día la encuentra, al bajar del autobús, y ella le toma del brazo, se muestra ilusionada y ríe.
Hasta ahí el resumen incompleto de una trama argumental que trascurre lentamente, interiorizada en el pensamiento de Sergio, y se acelera gracias al recurso de la analepsis, y a  unos capítulos deliberadamente breves, como cortes cinematográficos engañosos porque en realidad ocultan un largo plano secuencia literario. En realidad toda la novela gira en torno al espacio y al tiempo, o más bien a la distorsión de esas dos magnitudes en la mente del protagonista, en sus reflexiones, sentimientos y pasiones llevadas hasta la perturbación anímica rayana en la locura. De ahí las alegorías  relacionadas con la deformación espacio-temporal en la teoría de la relatividad o la paradoja del gato de Schródinger de la mecánica cuántica. Unas metáforas físicas y metafísicas –quizás un homenaje al padre de la escritora, reconocido astrofísico- que ilustran el profundo retrato psicológico de Sergio Prim y su búsqueda obsesiva del hueco, ese espacio irreal, o tiempo fuera del tiempo, en el que refugiarse de la realidad que le persigue, simbolizada en una dama con sombrilla roja, tacones altos y guantes largos, que aparece reiterativa en el relato. El ciervo enramado, otra imagen alegórica recurrente, es para el protagonista la luz y la continua renovación del amor ideal que siente por Brezo, un amor que intenta mantener en su pureza, alejado de toda contaminación por la realidad cotidiana. La consecuencia es la soledad y el aislamiento de la amada, aunque el lector intuye que es a la inversa, que en Sergio Prim es la soledad esencial y congénita la que le conduce hacia esa luz y a diluirse en ese amor quimérico.
Comparaciones geográficas tales como la escala de los mapas o las fracturas en el mapa mental refuerzan el retrato psicológico del protagonista, y su escapismo paranoico fijado en el hueco interior, el espacio y el tiempo, que se ilustran bien en frases como esta: “La música no está en las notas sino entre las notas” (Debussy), o en esta otra referida a los toques de tambor: “el ritmo espaciado disuelve el tiempo, el ritmo acelerado lo expulsa”.
Se ha dicho que esta novela es muy original en su planteamiento narrativo y estoy de acuerdo. El protagonista pasa alternativamente de la primera persona a la tercera cuando habla de sí mismo. Utiliza aquella para contarnos sus reflexiones y sentimientos, y ésta última para la historia de su relación con Brezo, en lo que parece una disociación entre pensamiento y acción. También interpela en segunda persona a su amada cuando la interroga con preguntas retóricas. Finalmente se dirige con frecuencia al lector para justificar sus sentimientos o incluso – acaso sea la propia escritora- para explicar aspectos estructurales del relato.
El desenlace es abierto, no podría ser de otra forma, y empeñado en mantener la duda hasta el final. El protagonista, en el más puro estilo de Pirandello, toma conciencia de sí mismo como ente literario, como creación de la escritora (… esa mujer de cuello largo) y duda de su existencia ficticia dentro de la propia ficción. En suma, el problemático conflicto y la frontera entre fantasía y realidad, en un delicado juego de metaficción.
Para terminar diré que estamos ante una novela complicada y bella en similar proporción. La historia destila sensibilidad  y en su estilo es pura prosa poética. No podemos identificarnos con las obsesiones de Sergio Prim, pero muchas de sus reflexiones  tocan nuestra fibra íntima.

lunes, 21 de mayo de 2018

EL HOMBRE DE ARENA. E.T.A. Hoffmann


A finales del XVIII, el romanticismo asumió entre sus principios la exaltación de lo sentimental, de lo irracional e instintivo, en clara oposición al racionalismo de la Ilustración. En este nuevo contexto literario, junto al dramatismo y lo épico, los relatos se impregnan de seres misteriosos, de visiones sobrenaturales e intervenciones diabólicas, y todo ello propició la aparición de un nuevo género narrativo; la novela de terror gótico, así llamada porque los relatos se ambientan en castillos y monasterios medievales. No es casual que la considerada primera novela gótica, obra de Horace Walpole, se titule precisamente El castillo de Otranto (1765).
A los escritores ingleses, los pioneros del género, le sucedieron otros muchos, franceses y alemanes, y entre ellos quizás sea E.T.A.Hoffmann (1776-1822) el más representativo de la narrativa gótica. Este autor prusiano, como otros románticos, tuvo una vida corta y agitada. Una infancia muy influenciada por prejuicios religiosos impuestos en su educación. En la juventud compaginó su trabajo como abogado con las más diversas tareas; director y tramoyista de teatro, director de orquesta, compositor musical y escritor. Su novela  más famosa y oscura es sin duda Los elixires del diablo (1815), con ella alcanza la fama literaria, y a partir de entonces se da a todo tipo de excesos que le hacen enfermar de alcoholismo y sífilis, que finalmente lo conducen a una muerte precoz.
La influencia de Hoffmann fue decisiva en escritores posteriores, entre otros Edgar A. Poe, el gran maestro  del género de terror. Sus composiciones musicales pasaron desapercibidas para los músicos de la época. Por contra, sus personajes literarios inspiraron a músicos famosos, tales como Wagner, Bellini o Donizetti. Particularmente Jacques Offenbach, en su ópera Los cuentos de Hoffmann, lo hizo protagonista de sus propios relatos de terror, entre otros del que hoy comentamos. También el compositor francés Leo Delibes utilizó este mismo cuento para su ballet Copelia. Para recalcar esta influencia literaria en lo musical, señalar que su relato El cascanueces y el rey de los ratones se hizo famoso gracias a su inclusión en el libreto del ballet Cascanueces de Tchaykovski.
El hombre de arena es el cuento más célebre de E.T.A Hoffmann. Fue publicado en 1817, incluido en una colección titulada Cuentos nocturnos (Nachtstücke), y está considerado como el más representativo de este género también conocido como romanticismo negro. Más que un cuento, es por su estructura, dividida en capítulos, una novela breve.
Es bastante original en cuanto a técnica narrativa. Los tres primeros capítulos tienen forma epistolar y los narradores se dirigen a los interlocutores en segunda persona. En dos de las cartas el protagonista, Nataniel, cuenta sus terrores infantiles centrados en la pesadilla del hombre de arena, un ser monstruoso que arranca los ojos a los niños que no quieren dormir. También su obsesión por la muerte del padre, supuestamente asesinado por un personaje con tintes diabólicos, el abogado Coppelius, al que encuentra años más tarde, con el nombre de Coppola. La segunda carta es de Clara para Nataniel. Frente a los obsesivos  e irracionales terrores de éste, Clara representa la racionalidad empeñada en encontrar explicaciones lógicas a los delirios de su prometido. En el último capítulo es un narrador, compañero de estudios de Nataniel, el que cuenta, en tercera persona, su desgraciada historia. Puede ser el propio escritor porque, en un ejercicio metaliterario, se dirige al lector para explicar el planteamiento narrativo del relato, cuyo objetivo reconocido es acaparar la atención desde el principio.
Las cartas operan como antecedente expositivo y después es el  narrador testigo el que desarrolla la trama argumental cuando enfoca la acción sobre Nataniel y su amor por Olimpia, una autómata a la que percibe como una mujer real, y la sucesión de acontecimientos que conducen al desenlace.
El relato no está exento de ambientes misteriosos ni elementos simbólicos siniestros, como la imagen recurrente de los ojos arrancados – Freud la analizó e interpretó como miedo a la castración-, ese fantasma de la infancia que retorna en Olimpia. El elemento diabólico está representado por Coppelius y Coppola (¿dos personajes o personalidad desdoblada?), descritos con rasgos físicos perversos. La alusión a los experimentos alquímicos refuerza la sensación de misterio, pero el tema central de la historia es el autómata, esa máquina animada, e inánime, que imita los movimientos humanos. En la época del escritor, la construcción de estos artificios, antecedentes de nuestros robots, alcanzó la máxima perfección gracias al desarrollo de los mecanismos de relojería. En su momento representaron el esfuerzo científico por reproducir el comportamiento de los seres vivos. En sentido simbólico, el autómata es creado por el hombre, que intenta, sin conseguirlo, alcanzar la perfección de la creación divina.
A pesar de todos los elementos inquietantes y misteriosos, las pesadillas y la ambientación, en ocasiones siniestra, lo que destaca en el relato es más bien un tipo de terror psicológico. Nataniel desde su infancia vive agobiado por una sensibilidad enfermiza que le lleva a una  distorsión de la realidad acuciada por imágenes fantasmagóricas. En medio de su obsesivo e idealizado amor por Olimpia presenta episodios de delirios paranoicos que, a la luz de antiguas creencias, pudieran entenderse como posesiones diabólicas, aunque el propio escritor, más racionalista que su personaje, los atribuye a  demonios interiores del mismo. En otros momentos recupera la razón y se refugia en Clara. En fin, presenta lo que hoy podríamos calificar como brotes esquizofrénicos y en uno de ellos se precipita hacia su trágico final. El que corresponde a un auténtico héroe romántico con todos sus estigmas distintivos: sensible y enfermizo, idealista y poético, angustiado y dramático.
           

martes, 8 de mayo de 2018

HISTORIA DE MAYTA. Mario Vargas Llosa


Desde sus remotos orígenes en el mundo griego, la literatura occidental osciló entre dos polos muy definidos, mito e historia, o si se prefiere, fantasía y realidad. Una polaridad en continua tensión, pero también porosa e interconectada. La cólera del mítico Aquiles que vence al prudente Héctor frente a las murallas de Troya (Iliada), cuyas ruinas excavó Schliemann. Y también el histórico Leónidas, convertido en héroe legendario de las Termópilas por Heródoto. Ese conflictivo dualismo se mantiene en la narrativa moderna. Ya en el siglo XIX, los románticos europeos justificaron e ilustraron el auge de los nacionalismos destacando los mitos y leyendas de sus países; y el realismo naturalista, que le siguió como reacción, se empeñó en describir de forma minuciosa la sociedad de su época. Frente a esa polaridad, muchos escritores del siglo XX exploraron la delgada frontera que separa ficción y realidad. En esa línea, el realismo mágico latinoamericano se caracterizó por resaltar los aspectos fantásticos e irreales que se perciben en lo real y  cotidiano.           
Mario Vargas Llosa (1936) presenta, en sus obras ambientadas en el Perú, claros matices de ese estilo literario, pero en esta novela emprende el camino contrario. Frente a los que introducen ficción en la realidad o lo histórico, pretende aquí hacer la ficción históricamente verosímil. 
La historia de Mayta (1984)  es  un puro alarde literario, muy típico del genial escritor peruano, pero, en mi opinión, de una clara intencionalidad política. Y parece que no soy el único que piensa así, porque en el prólogo de esta obra, escrito seis años después de su primera edición, el propio Vargas Llosa se defiende de los que tachan la novela de diatriba política, argumentando que su intención ha sido poner de manifiesto aquello que se le critica; según sus propias palabras: “la ambivalente  naturaleza de la ficción, que, cuando se infiltra en la vida política, la desnaturaliza y violenta…”. Y esa intención meramente literaria sería creíble si no fuera porque esta historia se escribió en medio de un contexto político muy determinado; el momento de mayor actividad terrorista del grupo peruano Sendero Luminoso (los terrucos), y cuando Vargas Llosa entraba en la política activa de su país.
Desde el comienzo mismo del relato, el escritor asume el papel de narrador y nos cuenta que se interesó por el personaje de Alejandro Mayta a tenor de una breve noticia, aparecida en un periódico, sobre una pequeña rebelión rápidamente sofocada en la sierra peruana. A continuación construye al protagonista mediante una serie de entrevistas a ficticios personajes  que lo conocieron y se relacionaron con él en distintos momentos de su vida. La novela se estructura en dos planos temporales; en 1958, momento en que ocurrieron los hechos reales, y la actualidad fijada en 1983, el momento en que se escribe la novela y se hacen las entrevistas, que permiten no sólo una visión multifocal de Mayta sino también conjeturar sobre la evolución social e ideológica de los propios entrevistados. Estos dos planos temporales se suceden en párrafos breves, sin solución de continuidad, a lo largo de toda la narración, lo cual dificulta la lectura sólo en sus comienzos. El escritor narrador mantiene diálogos con los testigos a los que aclara a menudo el carácter ficticio de la historia que está escribiendo, y al mismo tiempo parece dirigirse al lector, en un claro ejercicio metaliterario, cuando explica la técnica de elaboración.
Vargas Llosa no nos engaña; mediante indicaciones claras, y a veces sutiles, nos pone sobre aviso para detectar la ficción que predomina en el relato. Pero la perspectiva múltiple que aportan los entrevistados, en un magistral juego de espejos, nos hace verosímil la figura del protagonista, poco a poco reflejada e intencionadamente deteriorada. En efecto, Mayta evoluciona; al comienzo es un niño impresionado por la miseria que le rodea, después un joven idealista utópico, hasta que abraza el radicalismo militante comunista y se empeña en inútiles diatribas ideológicas entre troskistas y estalinistas. Por fin se implica en un activismo revolucionario predestinado al fracaso. En medio de todo aparece su homosexualidad que se destaca en escenas de una deliberada crudeza. Al final del relato, el escritor encuentra a un Mayta, que pretende ser real aunque descrito con rasgos ambiguos, y lo confronta con su propia historia ficticia. En esta nueva versión ya no es homosexual sino un pobre hombre que, tras el fracaso de la conspiración, ha sido traicionado y convertido en un simple ladrón por un sistema político que lo encarcela, acusado de robos y secuestros que parece no haber cometido.
Los pocos personajes históricos que aparecen en la narración son aludidos de forma circunstancial sin que participen de la acción, solo para reforzar la impresión de verismo. El narrador sólo se detiene en el sacerdote y político nicaragüense Ernesto Cardenal, y lo hace para destacar  sus excesos al identificar comunismo con cristianismo.
No obstante, en el lado positivo, el relato adquiere un claro matiz social  cuando denuncia la pobreza del pueblo en los barrios marginales de Lima y su carácter de lumpen sometido a toda clase de abusos, o el hacinamiento y la miseria de las cárceles peruanas. Merece también destacarse en la obra  una estructura narrativa circular, cuando comienza y termina describiendo la suciedad y fealdad del barrio limeño de Miraflores, que no cambia con el paso del tiempo, quizás una metáfora del inmovilismo social y político.
Para terminar, una obra estupenda en cuanto a estilo literario, en ese aspecto quizás de las mejores del autor. Un exquisito juego dialéctico entre realidad y ficción que envuelve al lector en una maraña de dudosas certezas e invenciones verosímiles. Pero en el fondo, una novela claramente tendenciosa desde el punto de  vista ideológico. No me extraña que recibiera críticas y que sea uno de sus títulos menos valorados por el público lector. Un intelectual de la talla de Vargas Llosa no necesita poner su genialidad literaria al servicio de la ideología política. Y la democracia, como se vio en su momento, a veces no recompensa políticamente a un gran escritor. Espero que ahora, cuando de nuevo suenan para él las trompetas de la política y su seductora música, no vuelva a caer en la tentación. Amén 


miércoles, 2 de mayo de 2018

OBRAS MORALES. Plutarco


Plutarco (50-120) fue uno de los últimos representantes del helenismo, aquella corriente cultural que, tras la muerte de Alejandro Magno, expandió la cultura griega hasta Egipto y Oriente Medio al tiempo que actuó como argamasa y nexo de unión con el mundo latino, conformando así la cultura clásica que es la base de nuestra civilización occidental.
Vivió entre los siglos I y II de nuestra era, principalmente durante el reinado de Trajano, la época de mayor expansión del Imperio romano. Hombre de gran cultura y muy cosmopolita, viajó por todo el mundo mediterráneo, ejerció el cargo de sacerdote en el oráculo de Delfos, tuvo amistad con algunos senadores muy influyentes y desempeñó varias magistraturas en su ciudad natal de Queronea. Al margen de la actividad política se dedicó a la filosofía, fundó una escuela de retórica y dejó plasmado su pensamiento en multitud de escritos. La posteridad lo valoró más en su faceta de historiador gracias a su obra más conocida, Las Vidas paralelas, un conjunto de biografías de personajes célebres, griegos y romanos, emparejados por similitudes en su dedicación, sus hechos o virtudes. De ellas se han conservado un total de cuarenta y ocho biografías, veintidós pares y cuatro desparejadas. Más que el rigor histórico destaca en ellas la amenidad, las anécdotas y la intención moralizante, al resaltar las virtudes y vicios de los grandes hombres a fin de servir como ejemplo. No obstante algunas biografías son consideradas como única fuente histórica y son citadas de continuo, aunque con recelo, en los modernos estudios sobre la antigüedad grecolatina. Esta obra tuvo una gran influencia en los escritores del Renacimiento. Shakespeare utilizó las Vidas paralelas como fuente para algunas de sus tragedias y, a través de las mismas, ciertas frases atribuidas a personajes históricos se han hecho célebres; pura literatura convertida en historia.
En Plutarco lo más destacable, y menos conocido por el público lector, es su faceta como  filósofo moralista y educador. Durante toda su vida escribió y publicó multitud de trabajos sobre ética, filosofía, política, ciencia, pedagogía e historia. Según se dice, muchos de ellos fueron recogidos por su hermano Lamprias, en un catálogo que lleva su nombre, y algunos se han perdido. En el siglo XIII un monje bizantino recopiló buena parte de esos trabajos y les añadió otros que actualmente se consideran apócrifos. El conjunto de estos últimos forman un corpus que actualmente se conoce con el título de Moralia, traducido como Obras morales y de costumbres.
El volumen que hoy comento forma parte de una colección, editada por Planeta-De Agostini  por concesión de Editorial Gredos, expertos en autores clásicos grecolatinos. Es una antología que recoge bajo el mismo título solo ocho trabajos u opúsculos de los Moralia, la mayoría de carácter didáctico o pedagógico destinados a la educación de la juventud, y dos de ellos tratan  de los deberes del matrimonio y sobre la superstición. En general son una serie principios expresados como consejos e ilustrados con refranes populares o frases de filósofos y autores griegos. Cuando se habla de las virtudes se busca continuamente la comparación y el ejemplo de los grandes hombres de la antigüedad. En su mayor parte, las ideas que se expresan son  eclécticas, una mezcla de moderado estoicismo ético, con rechazo de algunos postulados radicales, y de filosofía aristotélica en todo lo referente a la ciencia y la moderación de justo medio. La virtud en Plutarco, igual que en el resto de escritores paganos,  tiene poco que ver con el concepto judeo-cristiano de la misma. Es más bien el conjunto de valores éticos que definen al ciudadano romano (vir bonus) de acuerdo a ideales como el bien, la verdad, la justicia y la belleza. Y no obstante, tanto Plutarco como Séneca, fueron criticados positivamente por los primeros apologistas cristianos y los llamados Padres de la Iglesia, quizás por ese matiz ético estoico tan acorde con la mentalidad religiosa.
Naturalmente estos pequeños tratados, muy parecidos en esencia a lo que hoy llamamos ensayo, deben ser ubicados en su contexto histórico, liberándonos de prejuicios derivados de conceptos que, siendo los nuestros, son el fruto de la evolución social e histórica. No obstante es bastante sorprendente la actualidad de algunas ideas. Así cuando destaca la importancia de la lactancia materna en la crianza de los hijos, o el rechazo de los castigos físicos en la educación infantil. También cuando indica que no es la procreación la primera finalidad del matrimonio sino el amor y la sintonía entre los esposos.
 Las obras morales, con las adulteraciones y pérdidas ocasionadas por el paso del tiempo, no son en mi opinión una obra menor. Sin duda menos amena que Las vidas paralelas, pero a cambio nos muestran a un Plutarco más íntimo y nos aproxima a su mentalidad y la de su época.
Puede parecer extraño si digo que esta lectura es de alguna manera refrescante y entretenida. Lo puede ser sí, estimulados por la curiosidad, queremos conocer conceptos e ideas que forman parte de nuestra  genética cultural, gracias a los cuales somos lo que somos. Sí valoramos la evolución del pensamiento en su justa medida y entendemos que en lo fundamental, parodiando el tango, “… veinte siglos no es nada”.


Antigua región griega de Beocia


















jueves, 26 de abril de 2018

EL EXTRAÑO CASO DEL DR. JEKYLL Y MR. HYDE. Robert Louis Stevenson


La vida de Robert Louis Stevenson (1850-1894) fue corta pero intensa y con matices biográficos que nos recuerdan vivamente a otros artistas y escritores del periodo romántico. Una constitución física enfermiza; infancia atormentada y un carácter impresionable; afectado por la tuberculosis desde muy joven; viajero impenitente en busca de balnearios o  climas favorables a su enfermedad, y una muerte prematura, en la exótica isla de Samoa, que acrecentó su carácter de mito literario.
La producción del escritor escocés es amplia e incluye narrativa, ensayo, libros de viajes y poesía, pero ha pasado a la historia de la literatura como uno de los creadores de la moderna novela de aventuras, y es básicamente recordado por tres títulos muy populares: La isla del tesoro (1883), La flecha negra (1888) y ésta que hoy nos ocupa, probablemente la novela del autor más versionada a teatro, cine y televisión. Y quizás sea por el agotamiento que produce lo tantas veces visto, que no la he leído hasta ahora, mientras que las dos primeras integraron mis lecturas de juventud.
El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (1886)  fue un éxito editorial ya en el mismo año de su publicación casi simultánea en Reino Unido y en los Estados Unidos. Desde su aparición quedó envuelta, deliberadamente o no, en un aura de misterio pues los familiares de Stevenson aseguraron que la escribió de corrido en sólo tres días, tras despertar de una pesadilla nocturna. Aludiendo a su título podemos decir que se trata de un extraño relato que no se deja encuadrar claramente en el género de aventuras al que pertenecen los otros dos títulos ya citados. Para ser una novela de entretenimiento ha sido muy analizada por la crítica literaria y se ha dicho que es una alegoría moral o religiosa, un novela psicológica, se la ha clasificado en el género  policíaco y en la  novela gótica o de terror. Incluso se ha definido como ciencia ficción ya que el protagonista desdobla su personalidad gracia a una mezcla de drogas.
Ciertamente la obra participa, en distinta proporción, de todos esos géneros y, en mi opinión, hay diferencias significativas entre la novela y sus versiones audiovisuales. En efecto, en la primera, escrita en diez capítulos, los nueve primeros están narrados por un personaje, el abogado Utterson, amigo del Dr. Jekyll, que describe en tercera persona su indagación en torno a las misteriosas apariciones y desapariciones del misántropo y odiado Mr. Hyde. Y lo hace en el más puro estilo policíaco de la escuela inglesa (Agatha Christie, A. Conan Doyle), es decir, mediante el análisis empírico de las pruebas y las pertinentes deducciones, en una trama complicada que sólo al avanzar muestra elementos terroríficos propios de la novela gótica. En el capítulo final es el protagonista, el Dr. Jekyll, quien toma la palabra, a través de cartas póstumas, y nos aclara su personalidad desdoblada, en un entorno de consideraciones morales entre las que destaca el dualismo maniqueo del alma humana, el conflicto interno entre el bien y el mal, y la ambición como la causa de ese desdoblamiento en el que poco a poco predomina la lujuria y el vicio sobre la razón, los vicios privados sobre la virtud pública; en fin unos temas éticos muy propios de la época victoriana. En resumen, la novela es una trama principalmente policíaca con elementos góticos, que pretendía mantener la intriga del lector decimonónico hasta el final.
En cambio las versiones audiovisuales que todos conocemos son bien distintas. Para empezar, en casi todas se abrevia el título en Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Y esto no es casual porque ya no se trata de un extraño caso a investigar sino que, obviando ese aspecto fundamental, nos muestran directamente la monstruosa transformación del protagonista. En ellas desaparece el matiz policíaco y se convierten en películas de terror. Y con la desaparición del suspense también decae el interés del espectador actual por la lectura de la novela.
De cualquier forma, esta narración corta merece ser leída porque nos muestra aspectos muy característicos y hasta curiosos. Analizada  en su estilo literario, destacan los elementos propios del romanticismo, pero en algunas descripciones se insinúan otros más típicos del realismo naturalista que le sucedió. Así, el detalle minucioso de los elementos químicos que componen la pócima elaborada por Jekkyll  nos indica el interés de los literatos del XIX por la experimentación que dio lugar a importantes avances científicos, paralelos a la revolución industrial de ese siglo. En cuanto a la descripción de los rasgos perversos y viciosos de Mr.Hyde, parecen muy influenciados por la fisiognomía, una pseudociencia, muy de moda en esa época, que pretendía conocer el carácter de una persona, incluso adivinar sus vicios, a través de su constitución, su aspecto físico y principalmente de sus rasgos faciales.
Para terminar, una gran novela y un claro ejemplo de cómo el cine  puede llegar desalentar o arruinar una  lectura interesante.  

                          Un cartel de la década de 1880