Ayer fui invitado a un concierto de música clásica patrocinado y sufragado por una conocida institución bancaria, cosa muy de agradecer en vista a “lo que está cayendo” con la crisis económica. Aunque sea ocasionalmente, alegra ver que no se ha olvidado del todo aquello de la “obra social” uno de cuyos objetivos era la promoción de la cultura.
Los interpretes eran la Orquesta de Udmurtia y tengo que reconocer que ante este nombre, entre peliculero y cómico, tuve mis dudas ya que era día 28 de diciembre. Fiel al principio de “lo que no está en Internet no existe”, consulté con el oráculo de Wikipedia que me confirmó la existencia de la república del mismo nombre, perteneciente a la Federación Rusa y situada en los confines orientales de la estepa, próxima al Asia Central. Sus habitantes son rusos eslavos en su mayoría, pero también nativos, los udmurtios, al parecer de raza turcomana, primos de sus vecinos asiáticos, los cazakos, uzbekos, tayikos etc. A pesar de tener su propia historia, quien sabe si grandiosa, su única proyección mediática a nivel internacional es el haber sido el lugar donde nació Tchaikovsky. En fin, la consulta confirmó la validez del principio antes mencionado (Udmurtia también existe) y mi propia incultura geográfica.
El programa era el típico de los conciertos navideños, piezas cortas de música clásica junto a temas modernos del cine, en todo caso obras muy conocidas del público. Estaba dividido en dos partes que fueron interpretadas sin solución de continuidad, e integrado por piezas casi coincidentes con lo indicado en el folleto; se omitió el vals “Danubio Azul”, y se añadió “Candilejas” de una conocida película de Chaplin. Se comenzó con obras clásicas entre ellas fragmentos de Tchaikovsky, de la ópera “Carmen”, el “Capricho Español” de Rimsky-Korsakov y alguna más. Se pasó luego a un bloque de música de películas, para mi gusto el más deficiente, con algunas versiones bastante discutibles. Terminaron en plan “Concierto de Año Nuevo” vienés, con obras de Strauss, entre ellas el “Vals del Emperador”, la “Marcha Napoleón”, un grupo de animadas polkas, para terminar con la tradicional “Marcha Radezky” y un final navideño a base de “Jingle bells”.
El director era un auténtico histrión que no sólo animó a la participación del público incitándolo al acompañamiento con palmas sino que subió al escenario a varios espectadores para dirigir la orquesta e incluso montó algunas escenas cómicas en las que se desentendía de los músicos que iban por libre tocando sin su ayuda.
En conclusión, un concierto muy ameno y adecuado a estas fiestas navideñas. Confirma que la música clásica no sólo es un goce para los sentidos, produce sensaciones, o exalta la emotividad; también puede ser un espectáculo divertido.