Memoria de mis putas tristes (2004) fue
la última novela de Gabriel García
Márquez y quizás la más controvertida ya que en el momento de su
publicación, y tras su versión cinematográfica ocho años después, suscitó
fuerte polémica. Algunos periodistas quisieron ver en la obra una promoción del
comercio sexual y la trata de menores, en suma, una apología de la pederastia.
Una ONG mexicana amenazó al escritor
con una demanda judicial y en Irán fue
prohibida.
Se trata de
una novela corta, alrededor de 100 páginas, y cuenta los amores de un nonagenario con una adolescente púber. No
obstante, ni el expresivo título ni esta sucinta reseña argumental deberían ser
motivo de recelo para los lectores, al menos no para aquellos que hayan tenido
contacto previo con la obra del genial escritor colombiano. Es verdad que asistimos a un amor en extremo
desigual; él es un anciano periodista, culto y refinado, que a final de su vida
se aferra a la ilusión; ella, una niña de clase obrera que vende su virginidad
para ayudar a su familia. Y a pesar de la aparente rudeza de la exposición
inicial, “El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor con
una adolescente virgen…”, el relato carece en absoluto de elementos
escabrosos, es más poético que prosaico, de una carnalidad sin sexo que resume
muy bien la siguiente frase: “Esa noche descubrí el placer inverosímil de
contemplar el cuerpo de una mujer dormida sin las urgencias del deseo o los
obstáculos del pudor”. A través de sus memorias, narradas en primera persona,
conocemos al protagonista, sus vivencias y sentimientos, aunque desconocemos el
nombre propio del que todos conocen como el sabio. En cambio Delgadina
es una figura etérea de la que sabemos poco más que su nombre, porque en
esencia es una creación del anciano, una Eva encarnada y sumida en el sueño,
una idealización de la belleza y de la juventud inmaculada, capaz de sublimar
el deseo y transmutarlo en amor y ternura.
Quizás sea
una opinión demasiado audaz y muy cuestionable, pero creo que el relato encuentra
cierta inspiración en el mito griego de Eros y Tánatos, que Freud
utilizó para simbolizar las pulsiones de vida y muerte que entran en conflicto
en la psique humana. El primero es el instinto carnal y libidinoso propiciador
de vida, el segundo es la autodestrucción, la muerte pacífica, esperada y hasta
deseada. Estas dos pulsiones aparecen en las reflexiones del protagonista y de
su lucha surge Delgadina
convertida en la Ninfea del mito, aunque pasiva en este caso, la belleza
y la pureza preservada por el equilibrio entre ambos impulsos.
En cuanto al lenguaje, el estilo y los
recursos literarios, son los habituales en las novelas de García Márquez,
quizás en esta ocasión con menos elementos de ese realismo mágico que es su
mejor seña de identidad. Como en otras ocasiones, el escritor juega con el
lector, buscando su implicación, cuando deja poco explícitas las coordenadas
espaciales y temporales del relato. Por unos cuantos topónimos y las
alusiones a la desembocadura del Magdalena
sabemos que la historia se desarrolla en la ciudad de Barranquilla, y una sola cita
relaciona la edad del protagonista con el tratado de Neerlandia, así que
tras resta y suma deducimos que 1960 es el tiempo en que se desarrolla la
narración.
En fin, se
trata de otra buena novela del escritor aunque no se debe equiparar a los
títulos que lo hicieron famoso. Una historia que esconde una buena dosis de
emotividad y ternura para aquellos que quieran ver más allá de la apariencia.