Hace
mucho tiempo que dejé de frecuentar la lectura de cómic. En España se llamaba historietas a este tipo de relatos gráficos antes de que la cultura anglosajona impusiera
su propio término, tan aceptado en la actualidad que incluso la
Real Academia  Española lo incluye en su diccionario como anglicismo. Y no
obstante  debo reconocer  mi deuda con este género, considerado  en sus 
inicios  como un subproducto
cultural, porque en mi  primera infancia
aprendí  a leer  con los tebeos de aventuras, en concreto la
serie del  “Capitán Trueno” que
además  consiguió despertar en mí el
interés por la historia.  Ahora ha
llegado a mis manos esta obra catalogada como novela gráfica, un concepto algo
ambiguo y controvertido  pero que en
general se asocia con el formato de libro, y a 
relatos extensos de temática y estructura que aspira a ser considerada como literatura
con mayúsculas, destinados a un público 
adulto.  Después de leer  Logicomix,
una vez rebasado un cierto nivel de reticencia inicial,  debo  admitir que 
es una  estupenda novela con la
que he superado  ciertos prejuicios en
torno al cómic, tales como su tradicional asociación a los géneros de
aventuras o  humor, por no mencionar  otros menos inocentes como el erótico. 
         Se trata de una obra gráfica  que resulta ser una mezcla de novela didáctica
e histórica. Es didáctica porque su intención 
es claramente divulgativa  en
cuanto a las  matemáticas  y  sus
aplicaciones, no  en vano  de los dos guionistas uno, Apostolos Doxiadis, es
profesor  de esta materia y autor de
otras novelas de este tipo, y el otro, Christos  Papadimitriou, profesor de
informática en Berkeley.  Es
también en cierta medida una novela histórica porque el relato va desde finales
del siglo XIX  hasta el siglo XX
conectando finalmente con la actualidad, un periodo de intensa evolución en la
historia de las matemáticas. El filósofo y matemático  Bertrand Russell (1872-1970) es
el personaje principal y auténtico  hilo
conductor del relato; representante máximo de la escuela logicista,  empeñado en dar claridad tanto a la
argumentación filosófica  como a la
demostración matemática mediante la creación y aplicación en ambas ciencias de
un lenguaje basado en la lógica. Su búsqueda de la certeza matemática  lo llevó a relacionarse con las grandes figuras
del pensamiento europeo y de esta forma 
la trama argumental que  relata
sus vivencias  rinde también homenaje a
los grandes matemáticos de aquella época 
y sus principales teorías, Gottlob Frege, Ludwig
Wittgenstein, David Hilbert, Kurt Gödel o Henri
Poincaré, entre otros.
         En lo referente a la estructura
narrativa es de doble nivel, porque en la historia principal  se van intercalando autorreferencias de los
propios autores que convertidos  también
en personajes nos cuentan sus opiniones sobre los otros personajes de la novela
y sus ideas en cuanto al guión y su progreso, lo cual constituye de por sí un
segundo plano narrativo  en el que las
matemáticas y la filosofía encuentran abundantes e interesantes relaciones
simbólicas con el teatro, la mitología, o la épica  además de otras de tipo práctico aplicadas a
la informática, las telecomunicaciones y 
otros hitos del progreso actual. 
Además la novela incluye todos los recursos propios de la moderna
narrativa tales como varios narradores, utilización de saltos en el tiempo (flashback),
o el  recurso al monólogo interior . 
         El personaje de Bertrand Russell  no es frio en absoluto, como pudiera
deducirse de un hombre obsesionado por sus especulaciones matemáticas y
filosóficas,  ya que su vida estuvo
teñida de ciertas tensiones que le prestan dramatismo, entre otras el activismo
pacifista que le llevó a la cárcel, sus ideas feministas y liberales sobre el
matrimonio y las relaciones sexuales 
ciertamente  provocadoras  a principios del siglo XX,  o su visión crítica sobre la religión y la
educación que le procuraron, como a Sócrates, acusaciones de corruptor de la
juventud. 
         Pero lo que verdaderamente  se quiere resaltar en la novela  queda bien resumido en el subtítulo: “Una
búsqueda épica de la verdad”, no sólo de la certeza o verdad matemática
sino aplicada a la ética social, a los aspectos prácticos de la vida, todo ello
utilizando la lógica como instrumento. Una indagación racionalista que  enfrentada a la irracionalidad de  las pasiones humanas o fenómenos sociales
como la guerra  resulta ser  un esfuerzo épico predestinado al fracaso  pero también 
un eterno viaje, una odisea que permite el progreso de la ciencia. Este
trasfondo ideológico sobrepasa el carácter didáctico de la novela y le aporta
su verdadera esencia dramática.   
         No quiero terminar sin elogiar los
gráficos con dibujo de trazos sencillos pero muy elaborado en su conjunto sin
llegar a lo barroco. Me recuerdan bastante al estilo del dibujante belga  Hergé, el autor de Las aventuras de
Tintín. 
         Debo intentar aclarar algo para
aquellos que tras leer este comentario puedan pensar que se trata de una novela
gráfica demasiado densa y profunda, con un fondo temático de matemáticas,  incomprensibles para muchos de nosotros por
culpa de los deficientes sistemas educativos. 
No hay que dejarse llevar por lo aparente, la lectura es bastante
amena  y si queremos aclarar algún
concepto al final del libro, en un cuaderno de notas se explican los
principales. Aunque no son imprescindibles para entender el argumento si pueden enriquecerlo.
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