martes, 11 de febrero de 2014

WESTWOOD. Stella Gibbons

En alguna ocasión he mencionado las ventajas de la lectura compartida en el marco de los club que la fomentan. Y siempre que me proponen una nueva, como ocurre en este caso, me pregunto sobre los criterios seguidos por  los  organizadores o directores de esta iniciativa a la hora de elaborar el catálogo de libros. Digo esto porque entiendo que el proceso de elección suele tener un claro componente subjetivo relacionado con factores culturales, aficiones, intereses personales, cuando no el puro capricho ocasional. Esta voluntad de elección, ajena a la nuestra, es aceptable o inconveniente según su grado de coincidencia con nuestros propios criterios también subjetivos. En mi caso, debo reconocer que este sistema de lectura preseleccionada ha  resultado en general positivo y me ha permitido descubrir autores desconocidos y estupendos libros, también alguno de escaso nivel literario como rara excepción, y por último unos cuantas obras que te dejan del todo indiferente.
         En mi opinión la novela de hoy pertenece a este último grupo. Su autora es Stella Gibbons (1902-1989), escritora británica de producción literaria relativamente extensa pero sólo conocida por un único título, La hija de Robert Poste (1932) que fue premiado y obtuvo un éxito de ventas que al parecer no rebasó el ámbito de su país. He repasado su biografía y la de su compatriota, la escritora Jane Austen (1775-1817) de la cual la primera se declaró gran admiradora. Resulta pertinente destacarlo porque la protagonista de nuestra novela, Margaret Streggles, presenta unas claras referencias autobiográficas además de estar inspirada en la figura de la escritora decimonónica. El constatar estos paralelismos no es desde luego novedoso, ya en el artículo de The Times que sirve como sinopsis en la contraportada del libro se califica a Stella Gibbons como la Jane Austen del siglo XX  y se describe a la protagonista, de forma algo forzada,  como “de aires janeaustenianos”.
         Westwood (1946) es la historia de una joven de temperamento romántico, interesada por la cultura, condicionada por  algunos prejuicios de clase social, que busca su propia identidad en un mundo ajeno al suyo, que admira e idealiza inicialmente y termina por situar en sus justos términos, en un proceso de madurez que la lleva al progresivo rechazo de estereotipos y a la propia aceptación.
         Desde los primeros capítulos percibimos claramente que no estamos ante una novela de acción sino de personajes y, no obstante, el tratamiento de los mismos carece de profundidad psicológica y nos impresiona como superficial. Es verdad que hubiera sido preferible un narrador en primera persona, quizás la propia protagonista principal, para salvar ese inconveniente y enriquecer el retrato psicológico, en un esquema que todos comprendemos según el cual la visión subjetiva y personal acerca a la emotividad y cala en los sentimientos mientras que  utilizar la tercera persona refuerza la sensación de objetividad y se distancia de la introspección. Ante este dilema, la opción de la escritora por un narrador omnisciente proclama claramente su intención, que no parece otra que mostrarnos unos personajes prototipo enmarcados en sus respectivas clases sociales y en su momento y lugar, es decir, los años cuarenta durante los bombardeos alemanes sobre Londres. En este ambiente encontramos al artista vanidoso, la chica pija, el sirviente fiel hasta el sacrificio, y otros muchos personajes típicos pero relativamente carentes de fuerza y personalidad, en un ambiente que recuerda aquella famosa serie televisiva, Arriba y abajo, cuando contemplamos la rendida admiración de la protagonista hacia los Challis, la glamurosa familia que habita en Westwood. En resumen, pienso que no estamos ante una novela intimista sino ante un simple retrato de época que solo se propone resaltar las supuestas y tópicas virtudes anglosajonas; el carácter flemático, la austeridad y capacidad de organización en tiempos difíciles, la moderación y el amor a la naturaleza, el valor de la educación, etc. Es una visión tradicional de la sociedad británica que, no obstante, anuncia los cambios que la guerra va a provocar principalmente respecto al papel de la mujer. En este sentido la heroína de Gibbons es decimonónica pero se proyecta claramente hacia el siglo XX.
         La novela está bien escrita, con lenguaje sencillo y elegante. Algo excesiva en las descripciones y claramente dirigida al público británico, lo cual obliga a los traductores a continuas anotaciones aclaratorias sobre escritores, artistas, agrupaciones religiosas, políticas, e instituciones de ese país.
En la parte negativa hay que destacar la casi total ausencia de tensión a lo largo de toda la narración. En las últimas cincuenta páginas se  intuye un desenlace que finalmente resulta ser más patético que dramático, incluso rozando lo ridículo. Tampoco parece aceptable, desde una óptica actual, la salida mística y religiosa que recomienda una bondadosa y tradicional anciana como solución a las pulsiones eróticas e intelectuales de la protagonista, que ésta afortunadamente rechaza mostrando al final indicios de sabia madurez que la redime de su juvenil estulticia previa.

         No me parece necesario prolongar este comentario. Creo que a estas alturas he demostrado de forma suficiente una clara disposición para valorar los aspectos positivos de la novela, y me puedo permitir la opinión resumida en esta frase final: Las hay mejores. 

2 comentarios:

  1. Comparto tus apreciaciones de la novela. Efectivamente las hay mejores. A mí, cada vez más, me gusta que el escritor me sorprenda o me aporte una novedosa visión de las cosas y en este caso no ha sido así, pero bueno, me quedo con lo bueno, está bien escrita y me ha hecho pasar momentos agradables de lectura.

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  2. Me parece que han leído la novela tan superficialmente como alguno de los protagonistas. Imagino que admiran al ladino Woody Allen y hacen ver que entienden a Dostoievski. Están bastante ciegos.

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