En alguna ocasión he mencionado las ventajas de la lectura compartida en
el marco de los club que la
fomentan. Y siempre que me proponen una nueva, como ocurre en este caso, me
pregunto sobre los criterios seguidos por
los organizadores o directores de
esta iniciativa a la hora de elaborar el catálogo de libros. Digo esto porque
entiendo que el proceso de elección suele tener
un claro componente subjetivo relacionado con factores culturales, aficiones,
intereses personales, cuando no el puro capricho ocasional. Esta voluntad de
elección, ajena a la nuestra, es aceptable o inconveniente según su grado de coincidencia con nuestros propios criterios también subjetivos. En mi caso, debo reconocer que este sistema de
lectura preseleccionada ha resultado en
general positivo y me ha permitido descubrir autores desconocidos y estupendos
libros, también alguno de escaso nivel literario como rara excepción, y por
último unos cuantas obras que te dejan del todo indiferente.
En mi opinión la novela de hoy
pertenece a este último grupo. Su autora es Stella Gibbons (1902-1989), escritora británica de
producción literaria relativamente extensa pero sólo conocida por un único
título, La hija de Robert Poste (1932) que fue premiado y obtuvo un
éxito de ventas que al parecer no rebasó el ámbito de su país. He repasado su
biografía y la de su compatriota, la escritora Jane Austen (1775-1817) de
la cual la primera se declaró gran admiradora. Resulta pertinente destacarlo
porque la protagonista de nuestra novela, Margaret Streggles, presenta unas claras referencias
autobiográficas además de estar inspirada en la figura de la escritora
decimonónica. El constatar estos paralelismos no es desde luego novedoso, ya en
el artículo de The Times que sirve como sinopsis en la contraportada del
libro se califica a Stella Gibbons como la Jane Austen del siglo
XX y se describe a la protagonista, de
forma algo forzada, como “de aires
janeaustenianos”.
Westwood
(1946) es la historia de una joven de temperamento romántico, interesada por la
cultura, condicionada por algunos prejuicios de clase social, que busca
su propia identidad en un mundo ajeno al suyo, que admira e idealiza
inicialmente y termina por situar en sus justos términos, en un proceso de
madurez que la lleva al progresivo rechazo de estereotipos y a la propia
aceptación.
Desde los primeros capítulos percibimos
claramente que no estamos ante una novela de acción sino de personajes y, no
obstante, el tratamiento de los mismos carece de profundidad psicológica y nos
impresiona como superficial. Es verdad que hubiera sido preferible un narrador
en primera persona, quizás la propia protagonista principal, para salvar ese
inconveniente y enriquecer el retrato psicológico, en un esquema que todos
comprendemos según el cual la visión subjetiva y personal acerca a la
emotividad y cala en los sentimientos mientras que utilizar la tercera persona refuerza la
sensación de objetividad y se distancia de la introspección. Ante este dilema,
la opción de la escritora por un narrador omnisciente proclama claramente su
intención, que no parece otra que mostrarnos unos personajes prototipo
enmarcados en sus respectivas clases sociales y en su momento y lugar, es
decir, los años cuarenta durante los bombardeos alemanes sobre Londres. En este
ambiente encontramos al artista vanidoso, la chica pija, el sirviente fiel
hasta el sacrificio, y otros muchos personajes típicos pero relativamente
carentes de fuerza y personalidad, en un ambiente que recuerda aquella famosa
serie televisiva, Arriba y abajo, cuando contemplamos la rendida
admiración de la protagonista hacia los Challis, la glamurosa familia
que habita en Westwood. En resumen, pienso que no estamos ante una
novela intimista sino ante un simple retrato de época que solo se propone
resaltar las supuestas y tópicas virtudes anglosajonas; el carácter flemático,
la austeridad y capacidad de organización en tiempos difíciles, la moderación y
el amor a la naturaleza, el valor de la educación, etc. Es una visión
tradicional de la sociedad británica que, no obstante, anuncia los cambios que
la guerra va a provocar principalmente respecto al papel de la mujer. En este
sentido la heroína de Gibbons es decimonónica pero se proyecta
claramente hacia el siglo XX.
La novela está bien escrita, con
lenguaje sencillo y elegante. Algo excesiva en las descripciones y claramente
dirigida al público británico, lo cual obliga a los traductores a continuas
anotaciones aclaratorias sobre escritores, artistas, agrupaciones religiosas,
políticas, e instituciones de ese país.
En la
parte negativa hay que destacar la casi total ausencia de tensión a lo largo de toda la narración. En las últimas cincuenta páginas se intuye un desenlace que finalmente resulta
ser más patético que dramático, incluso rozando lo ridículo. Tampoco parece
aceptable, desde una óptica actual, la salida mística y religiosa que recomienda
una bondadosa y tradicional anciana como solución a las pulsiones eróticas e
intelectuales de la protagonista, que ésta afortunadamente rechaza mostrando al
final indicios de sabia madurez que la redime de su juvenil estulticia previa.
No me parece necesario prolongar este
comentario. Creo que a estas alturas he demostrado de forma suficiente una
clara disposición para valorar los aspectos positivos de la novela, y me puedo
permitir la opinión resumida en esta frase final: Las hay mejores.
Comparto tus apreciaciones de la novela. Efectivamente las hay mejores. A mí, cada vez más, me gusta que el escritor me sorprenda o me aporte una novedosa visión de las cosas y en este caso no ha sido así, pero bueno, me quedo con lo bueno, está bien escrita y me ha hecho pasar momentos agradables de lectura.
ResponderEliminarMe parece que han leído la novela tan superficialmente como alguno de los protagonistas. Imagino que admiran al ladino Woody Allen y hacen ver que entienden a Dostoievski. Están bastante ciegos.
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