Antes de
iniciar el comentario de una obra suelo recoger de forma somera algunos datos
biográficos del escritor que me ayudan a contextualizar la lectura, pero evito
consultar otros comentarios o críticas sobre la misma para que mis propias
opiniones no resulten condicionadas por las de otros. La de hoy es una clara
excepción a ese veto previo que me impongo, porque esta colección de cuentos me ha dejado sin
ideas, sin palabras, literalmente in albis-que dicen los latinos-y no
precisamente por fuerte impresión o impacto emocional. Será necesario, pues, recurrir más de lo que quisiera a ideas y opiniones ajenas.
No conocía a Alice Munro (1931) y
resulta que esta veterana escritora fue galardonada con el Nobel de Literatura en 2013. Nació en Ontario, la región de los
Grandes Lagos norteamericanos. Era hija de granjeros y parece que su infancia
se vio afectada por las penurias económicas propias de la gran depresión y las
posteriores restricciones en tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Ha vivido
dos matrimonios y varios cambios de residencia pero siempre en Canadá. A partir
de los años 70 se estabilizó de nuevo en su región natal y se consagró como
escritora. Su especialidad son los relatos cortos que ha agrupado y editado en
sucesivas colecciones. Creo que sus cuentos están claramente marcados por la
propia biografía y, si la repasamos,
encontraremos reflejados en ellos los lugares, el ambiente social y
quizás experiencias o impresiones de su infancia y juventud.
Mi vida querida (2012) es su última
colección de cuentos. Está integrada por diez relatos y, a modo de apéndice
final, otros tres que la autora califica de autobiográficos y parecen una
confesión de sentimientos y sensaciones en torno a los recuerdos de su
infancia.
La mayoría de las historias están ambientados en pueblos de Ontario o la Columbia Británica. Pequeñas villas rurales de ambiente un tanto opresivo, donde todo el mundo se conoce y nunca pasa nada especial, que recuerdan a los pueblos del medio oeste norteamericano. Comunidades que aún respiran la atmosfera puritana de los primeros colonos, bajo la dirección de pastores evangelistas, anglicanos o unitarios. Los narradores son múltiples, omnisciente en tercera persona, narrador testigo, y en muchos casos enfocados desde la perspectiva de una narradora protagonista en primera persona, niña o joven, que cuenta vivencias de su infancia o juventud, a veces como recuerdos cuando ya son adultas. El marco temporal predominante son los años 40 y 50 del pasado siglo, años de depresión económica como se ha dicho; con cierta similitud al mismo periodo histórico que en nuestro país se dio en llamar la España en blanco y negro. El tren aparece en muchos relatos quizás como símbolo del viaje como devenir de la vida o como ilusionada huida hacia otra vida posible.
La mayoría de las historias están ambientados en pueblos de Ontario o la Columbia Británica. Pequeñas villas rurales de ambiente un tanto opresivo, donde todo el mundo se conoce y nunca pasa nada especial, que recuerdan a los pueblos del medio oeste norteamericano. Comunidades que aún respiran la atmosfera puritana de los primeros colonos, bajo la dirección de pastores evangelistas, anglicanos o unitarios. Los narradores son múltiples, omnisciente en tercera persona, narrador testigo, y en muchos casos enfocados desde la perspectiva de una narradora protagonista en primera persona, niña o joven, que cuenta vivencias de su infancia o juventud, a veces como recuerdos cuando ya son adultas. El marco temporal predominante son los años 40 y 50 del pasado siglo, años de depresión económica como se ha dicho; con cierta similitud al mismo periodo histórico que en nuestro país se dio en llamar la España en blanco y negro. El tren aparece en muchos relatos quizás como símbolo del viaje como devenir de la vida o como ilusionada huida hacia otra vida posible.
Dicen los críticos
y admiradores de la escritora que su prosa es natural, cercana al lector y
abundante en elipsis que buscan su complicidad. Que estas historias giran casi
siempre en torno al amor. Que exploran las relaciones humanas en contextos
cotidianos. Que sus personajes se dejan
arrastrar por la inercia de los acontecimientos y se caracterizan por la
inacción. Por esto, y por la calidad y el crudo realismo de los relatos, se ha
llamado a Alice Munro, la Chejov canadiense.
Naturalmente estoy de acuerdo con
estas apreciaciones, sería presunción por mi parte no compartirlas. Pero
añadiré que los frecuentes vacíos o elipsis, quizás fáciles de rellenar por un
lector canadiense, suponen una cierta dificultad para lectores menos familiarizados
con las costumbres y ambiente de ese país. Que el amor que trasciende los
relatos suele ser frustrado o insatisfecho, y en ocasiones con matices crueles.
Que las relaciones interpersonales, descritas con frio realismo, quedan
despojadas con frecuencia de emotividad. Que los giros inesperados, un elemento
característico del relato breve, son a menudo previsibles.
Es normal que en una colección de
cuentos, cada lector tenga sus favoritos. Los míos son estos: Corrie, el
amor defraudado que se mantiene por inercia. Admunsen, la relación entre
una joven y un hombre maduro en un entorno triste. Llegar a Japón, el
viaje de una mujer casada en pos de una ilusión. Grava, el sentimiento
de culpa que se arrastra toda una vida. Como siempre, lamento ser tan poco
explícito. Me lo agradecerán quienes quieran leer estos relatos.
En fin, cuando un libro como este me
deja algo insatisfecho, más si se trata de una autora consagrada y elogiada por
la crítica especializada, siempre sospecho de mi propia ignorancia o capacidad
de análisis. Quizás tampoco he sintonizado con la sensibilidad de la escritora
o con una mentalidad tan distinta de nuestra mentalidad latina. En cualquier
caso tengo que admitirlo, estos relatos me han dejado frio y no han conseguido
engancharme en una lectura casi de tirón, algo que me pasa con muchas otras
colecciones de cuentos. En mi opinión les falta esa chispa indefinible que
atrae y atrapa en la lectura. Deseo a futuros lectores mejores sensaciones que
la mías.
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