La
escritora y crítica literaria Laura Freixas, conocida por su labor
investigadora de la literatura escrita por mujeres, ha recogido en esta
antología tres relatos cortos de Sidonie-Gabrielle
Colette (1873-1954), y aporta, en el prólogo, una ilustrativa panorámica
sobre la obra de esta escritora francesa que, en cierta medida y quizás sin
propósito, fue pionera o precursora del feminismo actual.
En efecto, la vida de Colette fue todo un paradigma de mujer
liberada en una época, finales del XIX y principios del siglo XX, que contempló
el nacimiento de los movimientos sufragistas y la reivindicación de los derechos
femeninos. Mujer polifacética, fue escritora, libretista y artista en
espectáculos de cabaret, periodista y
crítica literaria. De joven fue explotada por su primer marido, apodado Willy, que firmó sin escrúpulos sus
primeras novelas de la serie Claudine.
Su vida sentimental, un tanto licenciosa para la mentalidad de su tiempo, provocó cierto escándalo. Casó tres veces y se divorció dos, tuvo amantes y relaciones
lésbicas. Incluso llegó a seducir al hijo de su segundo marido. Se
relacionó con muchos escritores y
hombres importantes, entre otros Marcel
Proust, Jean Cocteau, Marcel Schwob o Henri de Rothschid. La crítica literaria intentó ignorar su obra
pero sus novelas la hicieron famosa y
reconocida. Al final de su vida presidió la Academia Goncourt y fue condecorada
con la Legión de Honor.
La obra literaria de Colette se caracteriza por la elegancia
del lenguaje y la precisión descriptiva, sobre todo de ambientes naturales.
También por la profundidad psicológica de sus personajes, con un predominio
protagonista de los femeninos. Por esto, y por otros rasgos distintivos que no
sabría precisar, estos tres relatos nos hacen evocar a los grandes clásicos del
XIX, entre los cuales merece estar la escritora. La crítica destaca además la
sensualidad y el erotismo de sus novelas en las que a menudo predomina lo
carnal sobre lo espiritual, a veces de forma tan explícita que le causaron
problemas con la censura. En este aspecto Colette
puede ser encuadrada entre un grupo de escritores, encabezados por su
compatriota Pierre Louÿs, que
iniciaron un subgénero de novela erótica que pretendía ser refinado y
transgresor de la moralidad imperante.
Los tres cuentos de Amores
contrariados, responden fielmente al título de la antología. Son relatos
poco conocidos de la escritora francesa en su época de madurez. El motivo común
que los agrupa y los trasciende es la imposibilidad del amor, un
sentimiento tan universal como abstracto, o al menos el fracaso de la relación
amorosa concreta, desgastada por el paso del tiempo o la diferencia de edad. En
El quepis es una mujer divorciada y con pocas
expectativas sentimentales quien inicia una relación con un joven militar. Un
amor que se verá frustrado por un episodio fortuito que no termina de ocultar
el agotamiento del tiempo y la diferencia social. El pimpollo es el caso contrario, la aventura erótica entre un
cincuentón, culto y elegante, y una joven y ruda aldeana, hasta cierto punto
recubierta de un matiz poético y romántico que no consigue evitar la crisis
final, más picaresca que dramática. El tercer relato, La luna de lluvia, es una historia de venganza y celos de una
esposa abandonada y la complicada relación con su hermana.
Todos los relatos están protagonizados
y narrados directa o indirectamente por la propia escritora, bien como testigo
que cuenta o le cuentan una historia, o incluso, como en el tercer relato,
asumiendo un claro protagonismo y
narrando en primera persona. Esta estructura proporciona a la escritora la
oportunidad de introducir en la narración datos autobiográficos o establecer
paralelismos comparativos con su propia experiencia vital. Las mujeres son las
principales protagonistas, salvo en El
pimpollo, y en todo caso predomina el análisis de los sentimientos
femeninos, la complejidad y contradicciones de las relaciones entre mujeres,
sin excluir en muchos casos sutiles matices lésbicos. El papel de los personajes
masculinos está a menudo reducido a la
crítica y el escepticismo irónico, o a
mero objeto de deseo, y se intenta evidenciar cierta incomprensión psicológica
entre ambos géneros.
En resumen, unos buenos relatos y el
descubrimiento de una estupenda narradora. Moderadamente complejos cuando se
hacen descripciones de algunos objetos, o alusiones a modas y personajes de
principios de siglo XX que nos resultan lejanos y nos fuerzan a una información complementaria. Algunas comparaciones y alegorías aportan riqueza, precisión y
elegancia adicional si se quiere indagar en ellas. En cualquier caso estos
detalles, más anacrónicos que cultos en sí mismos, no afectan en absoluto al
interés y amenidad de la lectura.
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