Sobre Iván Turguéniev (1818-1883) tuve
ya ocasión de citar algunos aspectos de
su narrativa en una anterior entrada. Me refiero a los comentarios sobre la
novela que es considerada su obra cumbre Padres e hijos (1862). Según la crítica literaria, y de manera
resumida, estos son los rasgos que mejor definen al genial autor ruso: Estilo
realista aún con cierta inspiración en la estética romántica de sus comienzos.
Creador de personajes literarios arquetípicos. Perteneciente a la corriente más
europeísta de los escritores rusos del XIX, frente a otros considerados
eslavófilos entre los que podemos citar a Tolstoi.
Diario de un hombre superfluo (1850) es
una de sus novelas cortas, quizás poco conocida y no de las mejores, aunque
esto último puede ser un juicio gratuito ya que, como otros muchos lectores,
sólo puedo compararla con aquella otra por la que es universalmente reconocido.
Sin embargo, también en ésta es inconfundible ese lenguaje fluido, sencillo y
elegante a un tiempo, que el autor sabe imprimir a todas sus narraciones y que
para mí es su sello más peculiar.
La trama
argumental es simple. Se trata de un diario escrito en primera persona por el
protagonista, Chulkaturin, un joven y modesto propietario rural, cuando
se encuentra próximo a la muerte. El relato se centra en su fracaso sentimental
con Liza, revestido de un cúmulo de tópicos románticos tales como: enamoramiento platónico,
un aristocrático rival, despecho, reto a duelo, desengaño etc. En este
caso desprovistos de todo sentido heroico o poético, porque en el trasfondo de
la historia se vislumbran aspectos tales como el matrimonio de conveniencia y
otros más plebeyos y prosaicos.
Lo
importante en la novela, ya lo destaca en el prólogo la traductora Agata
Orzeszek, es la creación de un nuevo tipo psicológico que tendría
continuidad en otros escritores rusos de la época. Sí con Bazárov, en Padres e hijos, Turgéniev
retrata al intelectual nihilista que rechaza todos los principios éticos y niega
sentido o propósito a la vida; en esta y con Chulkaturin encontramos
plasmada en la práctica aquella actitud vital. Aunque dado el orden cronológico
entre las dos novelas sería más bien al contrario, es la vida anodina de éste
la que se eleva a rango de filosofía en aquél, en ambos casos impregnadas de
un sentido pesimista de la existencia. El hombre superfluo es sensible e
inteligente pero indeciso y anodino. Chulkaturin presenta todos esos
rasgos psicológicos, además de cierto grado de cinismo. Su indecisión es tal
que a menudo le lleva a dudar sobre que contar en su diario e incluso si tiene
sentido escribirlo. Y sus dudas las trasmite cuando con cierta frecuencia
interpela al lector con preguntas más o menos retóricas, otra nota distintiva
del estilo narrativo en Turgéniev.
Hay que
resaltar, también lo hace la traductora, la importancia que tuvo el fracaso de
la revuelta decembrista (1925) en la mentalidad de los jóvenes
intelectuales que en ella habían cifrado sus esperanzas de renovación y
democratización política de la autocracia rusa. No entraré en detalles sobre
ese episodio histórico, pero debo insistir en destacarlo como antecedente y
causa del pesimismo nihilista que reflejan muchos escritores de la época. Los
decembristas fueron los primeros en intentar instaurar una monarquía de corte liberal
frente al absolutismo de los zares. Las reformas de 1861 (emancipación de los
siervos) se mostraron insuficientes, y cuando las propuestas reformistas
fracasan la consecuencia suele ser la revolución o el golpe de estado. En 1917, el gobierno provisional de Kérensky
fue el último intento de régimen liberal. Llegaba demasiado tarde,
la revolución bolchevique de octubre estaba ya en marcha.
Esta digresión
viene a cuento porque manifiesta la importancia histórica de los personajes
literarios creados por Turguéniev, auténticos prototipos de la realidad
social de su época. De otra parte, el escritor ruso tampoco era ajeno a ciertas
ideas, tópicas y anticuadas, sobre los extranjeros, y eso a pesar de haber
viajado por media Europa. Como curiosidad citaré una frase de esta novela,
puesta en boca del protagonista que muestra su rabia contra el príncipe: “Me
juraba que, envuelto en una capa como hacen los españoles, saltaría de detrás
de una esquina sobre mi rival y lo apuñalaría”. Con ella Turguéniev se
atiene al tópico de la novela de capa y espada del XVII, y olvida que un
siglo antes el ilustrado marqués de Esquilache había cortado la
capa a los españoles.
En fin, una
novela interesante, no demasiado conocida y de agradable lectura.
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