En una entrada anterior de este blog tuve ocasión de glosar sobradamente la figura de Juan Eslava Galán (1948) (ver Statio Orbis). El escritor jiennense no sólo cuenta con un público fiel entre los que somos sus conciudadanos, sino que resulta atractivo para un amplio número de lectores incondicionales de su obra. No es un autor de best seller en el sentido norteamericano de superventas mundial, pero lo abundante de su producción literaria, y la variedad temática y de géneros que ha tratado, le hacen acreedor de una gran aceptación.
La novela histórica, siempre
entretenida, documentada y divulgativa, es una de sus especialidades más
frecuentadas y El rey lobo (2010) se encuadra en este subgénero. Con
ella asume un reto porque, como el autor reconoce, la civilización de los
iberos presenta importantes lagunas históricas: Fuentes escritas indirectas y escasas. Una escritura parcialmente descifrada en su
morfología y fonética pero con una semántica lingüística desconocida. En fin,
un conocimiento histórico basado casi en exclusiva en los restos arqueológicos,
por suerte muy abundantes en el alto valle del Guadalquivir, donde las
tradiciones esenciales de este pueblo fueron menos influidas por la cultura de
las colonias costeras de fenicios y griegos.
El relato gira en torno a las
aventuras de Zumel, un guerrero ibero. Eslava Galán renuncia a
situarlo en el III a.C, en el habitual marco de la Guerra Anibálica, un
escenario demasiado explotado por este tipo de novelas. Aquí la acción se sitúa
un siglo antes, el IV a.C, un periodo bastante menos conocido. Después de
contarnos la infancia y la educación guerrera del protagonista, asistimos a sus
experiencias como mercenario enrolado por Cartago en la Segunda Guerra
Siciliana que enfrentó a los púnicos con la colonia griega de Siracusa. El
asesinato de su jefe de banda, Cotufres, le obliga a la venganza por el
juramento de la devotio ibérica. Renuncia a la misma para volver a su
tierra y asentarse como humilde pastor. La acción y las peripecias del
protagonista se suceden hasta que su conciencia le obliga a consumar la
venganza pospuesta y la persecución del asesino le lleva hasta las tierras del
Gran Rey en tiempos de Artajerjes II, un reinado de paz entre el Anábasis de
los griegos derrotados en Cunaxa y la posterior conquista del Imperio
aqueménida por Alejandro.
No voy a insistir, para no arruinar la
historia, en las aventuras de Zumel, una ficción narrativa que consigue
mantener el interés del lector hasta el final. Si puedo extenderme en la
ambientación histórica, muy bien documentada por Eslava Galán. La
estancia del protagonista en su pueblo natal le permite ilustrarnos sobre las
costumbres de los iberos, sus creencias religiosas, sus animales totémicos, el
carácter aristocrático de aquellas sociedades tribales, las oppida amuralladas,
la influencia cultural de las civilizaciones más avanzadas del Mediterráneo
oriental y muchos otros aspectos puestos de relieve por la arqueología. De otra
parte, los viajes de Zumel permiten vislumbrar el retrato histórico de
aquella época documentado por fuentes históricas, principalmente griegas. El
autor no insiste demasiado en determinados personajes o hechos históricos:
batalla de Himera, sitio de Siracusa, el general cartaginés Himilcón o el
tirano Dionisio. Solo los cita para encuadrar cronológicamente las andanzas del
ibero Zumel. Le interesa más las costumbres de los personajes
secundarios, mercenarios, médicos, comerciantes, marinos y esclavos.
En el segundo viaje del protagonista,
a las tierras del Gran Rey, es cuando Eslava Galán recurre a Heródoto
como fuente para dibujar un retrato de la gran variedad de razas y culturas
diferentes que poblaban Oriente, desde la actual Turquía, pasando por
Mesopotamia y Persia hasta terminar en los confines de Asia Central y la India,
los territorios y pueblos que habitaban en lo que después fue el efímero imperio
de Alejandro. Ese enfoque geográfico, etnológico y sociológico me parece un
matiz de originalidad en la actual novela histórica, demasiado interesada en reproducir con exactitud los hechos históricos. Creo que el escritor intenta
insertar la civilización prerromana de los iberos dentro del gran tapiz
cultural de los pueblos mediterráneos y orientales. Y lo hace sin el victimismo
interesado tan frecuente en algunas interpretaciones históricas actuales, por ejemplo,
el indigenismo de algunos países iberoamericanos cuya población, mestiza en
muchos casos, es en gran medida descendiente de españoles.
Los iberos son nuestro pasado remoto,
su cultura es interesante para ilustrar nuestros orígenes, pero su
configuración tribal no pudo resistir el empuje de la civilización romana de la
cual descendemos culturalmente. Me alegro de que Eslava Galán haya
renunciado a presentar a los iberos como víctimas y en cambio resalte sus
costumbres sencillas y acordes con la naturaleza o su orgullo guerrero.
Para terminar, una novela entretenida
en la ficción y muy ilustrativa en lo histórico, siempre con ese fino toque de
humor y localismo que el escritor sabe imprimir a casi todos sus relatos.
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