Siguiendo el hilo de la anterior entrada, quiero señalar al cuento como otra refrescante opción de lectura veraniega. Y eso en razón a su carácter de relato breve que permite la lectura discontinua cuando se reúne en colecciones o antologías, así como aislados en prensa. Pero sería un error valorar a este subgénero narrativo como literatura de evasión, exceptuando quizás el cuento infantil, o juvenil. Muy al contrario, la concisión narrativa supone una implicación del lector a la hora de intuir elipsis literarias y encontrar ideas trascendentes entre lo alegórico o aparentemente anecdótico.
Juan Eduardo Zúñiga
(1919-2020) es sin duda un gran maestro del relato breve. No voy a comentar la
figura literaria de este intelectual y humanista, porque ya lo hice en dos
entradas anteriores a propósito de una de sus colecciones, Brillan monedas
oxidadas (2010), y en los cuentos agrupados en la Trilogía de Madrid y
la Guerra Civil; unos relatos que testimonian la crueldad de nuestra última
contienda, la que dejó marcado al autor y a toda una generación de españoles.
Este escritor madrileño, fallecido no
hace mucho, ha sido uno de mis descubrimientos más satisfactorios en los
últimos años. Porque, aunque reconocido por la crítica, no fue muy popular
entre el público lector, una fama que tampoco propició. Ahora ha llegado a mis
manos la que parece su última recopilación de relatos y, como las anteriores,
la he leído con especial agrado, tanto más por el trasfondo histórico de los
mismos.
Los diez cuentos reunidos en Fábulas
irónicas (2018) siguen la misma línea de dos ilustres predecesores. Me
refiero a Jorge Luis Borges en Historia universal de la infamia
(1935) y Stefan Zweig y sus Momentos estelares de la humanidad
(1927). Quizás no tan barrocos como en aquel, ni tan elegantes como en este
último, pero sí con la clara intención de conjugar la estética con la intención
moralizante, de ahí el título de fábulas que pudiera parecer inapropiado a
primera vista.
Los tres escritores partieron de una
misma premisa: La historia escrita más alejada de nuestra época, la antigua y
medieval, fue más literatura que fuente histórica. Más épica y mítica en Tito
Livio o los cantares de gesta, más moralizante en Plutarco, más
difamatoria en Suetonio. Incluso los historiadores más objetivos
tuvieron grandes prejuicios culturales o políticos que cuestionan su
objetividad. La conclusión, desde nuestro distanciamiento de los hechos, es:
porqué no mezclar fantasía y realidad. O lo que es lo mismo: porqué no intentar
una reelaboración literaria de la historia. Ese es el propósito de Zúñiga
en estas Fábulas irónicas.
Entre los diez relatos encontramos
episodios históricos como la venganza de Pedro I de Portugal tras el asesinato
de Inés de Castro, o la crueldad del emperador bizantino Basilio II cuando hizo
cegar a miles de prisioneros búlgaros vencidos en batalla. En otros relatos,
totalmente inventados aparecen, aunque tangencialmente, personajes históricos
como Arquímedes de Siracusa o Simeón el Estilita. En todos los cuentos, la
lejanía de los hechos y personajes permite al escritor la interpretación
literaria de los mismos o la fabulación verosímil, y todo con ese matiz de
escéptica ironía que es una de sus señas
de identidad.
Entre todos los personajes destacan
los déspotas de todas las épocas, sus crueldades y ridículas excentricidades.
Entre las ideas subyacentes en los cuentos se aprecia el miedo de la tiranía
ante a la palabra escrita, el mejor instrumento de la memoria colectiva, y el
continuo esfuerzo para censurarla. También la rebeldía individual frente al
tirano.
Algunas historias tienen un final
paradójico, no exento de humor, como el ridículo fracaso del rico bizantino que
pretende imitar la santidad de un asceta cristiano, o la muerte de Mitrídates
del Ponto que, experto en probar venenos y sus antídotos, resulta inmune a los
mismos cuando, derrotado por los romanos, intenta suicidarse y tiene que
recurrir a la violencia de su propia espada.
En fin, no comentaré más allá.
Recomiendo estos breves relatos que se leen con facilidad y permiten una
irónica sonrisa del lector a pesar de la crueldad que, a veces, los trasciende.
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