Antes consideraba a Paul Auster (1947-2024) un escritor fácil de leer, pero más complicado de entender. Al menos, así me lo parecía al final de la década de los 80 cuando, atraído por el éxito de su Trilogía de Nueva York (1985-86), leí otra de sus novelas antológicas, El palacio de la Luna (1989). Ya en avanzada madurez, pude comprender conceptualmente su literatura impregnada de existencialismo, una filosofía con algunas ideas que comparto. Ahora, tras su reciente desaparición, me ha llegado esta novela corta, la última de sus obras, editada un año antes de su muerte.
Baumgatner (2023) es el nombre del protagonista, un profesor universitario jubilado con incipientes signos físicos y mentales de degeneración senil. Desde el presente en 2018, nos cuenta su amor de juventud por Anna desde sus comienzos en 1968. La memoria del pasado se alterna con las vicisitudes del presente en frecuentes saltos de flashback. En el comienzo del relato, Baumgatner sufre una serie de azarosos incidentes que ilustran dos de las grandes obsesiones del escritor, el azar y la contingencia. El azar como punto intermedio entre el destino prefijado por los dioses y la causalidad en la que no cree. El azar que, partiendo de un suceso inicial, provoca otros en cadena. La contingencia es un concepto filosófico más complejo: básicamente es la posibilidad de que algo suceda o no suceda. Ambos aspectos aparecen de nuevo en el inesperado y rupturista desenlace de la historia, un auténtico “deus ex machina” existencialista.
Esta novela es la cuarta que leo de Paul Auster y, más allá de las consideraciones anteriores, me parece la más emotiva de las suyas, quizás por esa conmoción que la ancianidad suele provocar en el ser humano. La memoria del primer amor del protagonista, con esa tierna unión entre lo carnal y espiritual, tiene la capacidad de evocar nuestra propia experiencia, única y compartida. La pérdida es otro de los sentimientos que transcienden del relato. Un añorado paraíso perdido al que no se puede volver, aunque se intente sustituir por otros amores más anclados en la realidad.
De otra parte, la historia contiene todos los elementos habituales en la literatura de Auster: La ambientación en Nueva York y su entorno, Nueva Jersey, Newark, los escenarios de la propia vida del escritor. Las historias dentro de otra historia, como ejemplo dos de ellas, Cadena perpetua y Los lobos de Stanislav, ambas como fabulaciones digresivas de Baumgatner. Los matices autobiográficos en los personajes, referentes también a su entorno familiar. Las reflexiones metaliterarias sobre la creación. Las ideas sobre el vacío, la trascendencia o la memoria como forma de supervivencia. Quiero exponer aquí una de esas reflexiones que comparto plenamente: la jubilación generadora de sensación de libertad, pero también de tiempo acelerado.
A pesar del tono melancólico del relato, las novelas de Auster terminan siempre con una nota de optimismo. Así Baumgatner, desengañado del amor, lo sustituye por una amistad casi paternal con la joven Beatrix Coen.
En fin, la última novela, el canto del cisne de un gran escritor que sobrevivirá en la memoria literaria. La recomiendo porque transmite una lucidez difícil de conseguir cuando se está agotando la luz de la vela.
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