El ballet tuvo su remoto origen en el Renacimiento italiano, como divertimento, en los bailes cortesanos. Fue en Francia, durante el siglo XVII, y en la corte de Luis XIV, cuando quedó establecido como arte escénico y se crearon las posiciones canónicas de manos y pies en los bailarines. Desde entonces se extendió por toda Europa, y en el siglo XIX tuvo especial auge en Rusia. El ballet romántico del XIX introdujo el papel preponderante de la bailarina entre los danzantes. Se consideraban a las mujeres como figuras etéreas y delicadas y la trama argumental reforzó el papel de la prima ballerina. Fue entonces, principalmente en Rusia, cuando se profesionalizaron las primeras compañías. Curiosamente la primera datada en ese país fue la Ópera Nacional de Ucrania.
Aunque el ballet en su época de esplendor siempre fue un arte destinado a la aristocracia, su evolución posterior se democratizó al mismo tiempo que la sociedad. Eso nos permite disfrutar ahora de las grandes obras rusas, que musicalizó Tchaikovsky.
Sirva esta breve introducción histórica para presentar la nueva representación en Jaén del Lago de los Cisnes, la obra quizás más popular y conocida del repertorio clásico. La compañía a cargo de la misma fue el Ballet de Kiev, creada como estable en 2017 y convertida en itinerante por la desgraciada guerra de Ucrania.
No voy a comentar sobre la ficha técnica de la obra, su composición o su trama argumental porque todo ello fue extensamente tratado en una anterior entrada del blog (ver domingo, 23 de octubre de 2016). Pero sí hablaré del mérito de esta agrupación que, con un elenco que calculo en torno a los treinta bailarines se desdobló en los múltiples personajes de la obra y desplegó un considerable atrezzo en los cuatro actos del ballet. El carácter itinerante de la compañía impuso cierta economía de medios en la escenografía. Aun así, los escenarios estaban muy cuidados y auxiliados por juegos de luces y efectos especiales para reforzar el dramatismo de ciertos momentos. Entre los solistas cabe destacar la impresionante actuación de la primera bailarina, Elena Gemanovich, en el papel de Odette-Odile, sin desmerecer a los bailarines a pesar de su papel secundario.
En esta ocasión la representación fue
un enorme éxito de público, hasta el punto de que el pase previsto para la
noche hubo de ser ampliado a otro de media tarde, ambos con aforo completo.
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