lunes, 23 de junio de 2025

SOSTIENE PEREIRA. Antonio Tabucchi

Hay aforismos que se repiten con insistencia. Dos de ellos son: La Historia es cíclica. Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla. Ahora, cuando surgen en Europa y América movimientos de ultra derecha, nacionalistas y supremacistas y se reproducen sin pudor símbolos y gestos neofascistas, viene más a cuento la lectura de este libro que parece confirmar aquellas teorías.

La novela Sostiene Pereira (1994) está ambientada en Portugal, en el verano de 1938, durante la dictadura de Oliveira Salazar que apoyó, incluso con tropas, al bando de los sublevados en la guerra civil española. Y eso, a pesar del recelo mutuo entre ambos dictadores. En Europa asistimos al auge del fascismo y nazismo. Ese marco temporal es importante en la novela porque condiciona la vida y acciones de los protagonistas. También lo es, conocer los rasgos distintivos que presentó la dictadura de Salazar, diferente a la de Franco y mucho más prolongada.

El italiano Antonio Tabucchi (1943-2012) pertenece a esa generación de posguerra que presenció la caída de los fascismos tras la Segunda Guerra Mundial y sus prolongadas secuelas en las dictaduras de la península ibérica. Descubrió Portugal a través de la literatura de Fernando Pessoa y se enamoró del país. Aprendió su lengua, tradujo a sus escritores e incluso alternó su vida entre Lisboa y su Toscana natal. En 2004 el gobierno portugués le concedió la ciudadanía. Su figura literaria la he comentado en otra entrada de este blog (ver martes, 2 de septiembre de 2014).

Volviendo a la obra que nos ocupa. Su éxito en nuestro país avaló el nombre de Tabucchi entre el público español a mediados de los noventa. Se trata de una novela corta que no supera las doscientas páginas. Su estructura narrativa es bastante original. La historia la cuenta un supuesto narrador testigo, de perfiles vagos, que el lector supone que puede ser un policía o juez que recoge la declaración del protagonista. La frase “sostiene Pereira”, muy repetida, equivale a un “declara Pereira”. Los primeros capítulos son algo más lentos porque dibujan el retrato psicológico del personaje principal y esboza al resto de secundarios que lo rodean. Después la acción se acelera hasta el desenlace final, que nos sorprende tanto como el epílogo del autor.

Pereira es un periodista de formación universitaria, se siente un fracasado en sus aspiraciones juveniles y queda relegado a escribir para la sección cultural de un diario de segunda línea, el Lisboa. En una especie de luto no resuelto se entrega al insistente recuerdo de su esposa fallecida y vive obsesionado con la muerte. Es un hombre tranquilo que no se mete en política. Es católico no practicante y algo escéptico sobre algunos dogmas. Su visión sobre la justicia social no va más allá de la doctrina social de la Iglesia, expuesta en la encíclica Rerum Novarum de León XIII, que ahora parece querer revitalizar nuestro León XIV -[de nuevo la historia cíclica]. Le gustan los escritores católicos franceses como Bernanos o Mauriac. Su única aspiración es la verdad, pero la encuentra siempre amenazada por la censura del régimen.

El rutinario y sosegado mundo de Pereira se trastoca cuando conoce al joven Monteiro Rossi. Le atrae su idealismo y rebeldía juvenil y lo protege como al hijo que nunca tuvo. A partir de ahí se produce una evolución en su pensamiento que en principio rechaza, porque supone aceptar el fracaso de su propia vida. El doctor Cardoso, que lo trata en una clínica dietética, alivia su malestar cuando le explica la teoría de la confederación de las almas, una metáfora que equivale a aceptar el predominio de una pulsión concreta dentro de las contradicciones inherentes al alma humana.

A partir de aquí no penetraré más en la trama argumental. Solo diré que la aparente tristeza que pueda provocar está sabiamente aliviada por continuos rasgos de humor. Entre ellos destacaré las necrológicas preventivas que Pereira encarga a Monteiro Rossi, sobre escritores famosos y muy ancianos que viven pero conviene tener preparadas para su próximo y muy probable fallecimiento.

La nómina de personajes secundarios es larga. Entre ellos destacaré a Marta la activista novia de Monteiro. Celeste, la portera confidente de la policía. El padre Antonio, confesor y amigo de Pereira, que no soluciona sus dudas religiosas porque las comparte. Manuel, camarero que difunde las noticias políticas que están en la calle y ocultan la censura de prensa.

En resumen, estamos ante una novela original en su estructura, profunda en el perfil de los personajes, que dice mucho con pocas palabras y en un lenguaje sencillo. Es el fiel retrato de toda una época que conviene recordar en aras de esa memoria histórica que empieza a ser desacreditada. Las causas de ese agravio que insulta a nuestra razón las conocemos: La historia solo puede repetirse si cortamos de tajo la memoria. ¡Allá vamos¡, hacia un nuevo ciclo que presumo inevitable.

         


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