“Diez días que estremecieron al mundo" no es estrictamente un ensayo histórico,
entendiendo historia en su sentido de ciencia, como análisis e interpretación
de los hechos históricos utilizando criterios de objetividad. No obstante, esta
obra tiene, en mi opinión, valor y consideración de auténtica fuente histórica
referida a la revolución rusa de octubre de 1917.
El norteamericano John Reed (1887-1920) no es desde luego un historiador
objetivo. Era periodista, poeta, y desde joven simpatizó con las ideas marxistas militando en algunos grupos activistas de su país. Como corresponsal de guerra
siguió los principales eventos de la revolución mexicana iniciada en 1910 y después
de 1914 los acontecimientos de la Gran Guerra europea. En 1917 llegó a Rusia
justo a tiempo para ser testigo de la revolución bolchevique en octubre de ese
año. Acreditado como periodista hizo un seguimiento diario y minucioso de aquellas jornadas
revolucionarias y las dejó plasmadas en la obra que nos ocupa. El propio autor
reconoce en la introducción sus simpatías por el movimiento de los soviets
pero eso no menoscaba la objetividad del relato de los sucesos de esos diez
días en Petrogrado; una narración detallada, que se pretende lo más objetiva
posible y apoyada por abundante material de discursos, proclamas y artículos de
prensa insertados en el texto o como notas en el apéndice final. Son escasas
las opiniones personales del autor, testigo directo de los acontecimientos. Con
la perspectiva histórica actual podemos criticar un cierto grado de ingenuidad
idealista respecto a los logros futuros de la revolución, pero hay que recordar
que en aquellos momentos el movimiento comunista fue la gran esperanza de las
sociedades oprimidas. El triunfo bolchevique fue el segundo acto de la
Revolución Rusa que pasó de ser antimonárquica a anti-burguesa. No es este el
sitio donde analizar las causas profundas y complejas de esta revolución, pero
los hechos de octubre del 17 pusieron de manifiesto algo que me parece claro,
la burguesía rusa estaba poco desarrollada como clase y su implicación con el
zarismo hubiera hecho casi imposible la instauración de una democracia de tipo
occidental.
Insisto
en la idea inicial, esta crónica periodística, tiene el interés de la
experiencia histórica, de los hechos vividos personalmente, en este caso con
cierto grado de entusiasmo y emoción. Para mí es también historia. A fin de
cuentas, la objetividad e imparcialidad total es una pretensión casi utópica de
la historia, una cualidad valorable en el escritor; pero es sin duda el lector
quien, en última instancia, debe utilizar su capacidad crítica para discernir
sobre el grado de imparcialidad de cualquier historia. Y a fin de cuentas, se
pueden obtener conclusiones válidas incluso de la parcialidad de una fuente
histórica.
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