En este
tiempo que nos ha tocado vivir, inmersos en la crisis económica, cuando la
corrupción social y política nos resulta tan habitual que no nos impide votar a
los corruptos mientras se tambalea nuestra fe en la democracia, puede resultar
atractiva la lectura de este ensayo que pretende estudiar las relaciones entre
ética y política y las posibilidades de
moralizar ésta última. A priori sospechamos que este enfoque ético del mismo situará la cuestión en un plano utópico o ideal, alejado de soluciones pragmáticas, pero esto no es
del todo cierto como luego se verá. Sí podemos adelantar que no se trata de una obra de lectura fácil porque la especulación filosófica requiere un
lenguaje técnico y un razonamiento lógico que exige toda nuestra atención.
Además este ensayo sobrepasa en cierta medida la intención divulgativa puesto
que es el resumen de un curso monográfico que el autor dio en 1960-61 dirigido a estudiantes de Filosofía.
José
Luis López Aranguren (1909-1996), como muchos otros de los intelectuales que vivieron nuestro pasado
reciente, tiene una biografía con matices contradictorios. De educación
conservadora, durante la guerra civil fue militante de Falange, pero después de
la misma perteneció, junto con Dionisio Ridruejo y otros, al grupo de
intelectuales falangistas que se distanciaron del nuevo régimen. En los años cincuenta obtuvo la cátedra de
ética y sociología en la universidad madrileña y en los
sesenta participó, junto a
Tierno Galván, en una protesta estudiantil por la falta de libertad de
asociación. Fue sancionado y se autoexilió dando clases en varias universidades
extranjeras. En política evolucionó progresivamente hacia posiciones próximas a la socialdemocracia y su labor
intelectual y humanista fue
reconocida con la instauración del nuevo
régimen parlamentario.
El título del presente ensayo expresa
claramente el objetivo del autor que no es otro que buscar una síntesis entre
el ideal ético y la realidad política englobadas ambas en el concepto de eticidad. Previamente estudia las
complejas relaciones históricas de la
política con la ética, entendida esta última no como individual sino en su
dimensión social. Unas relaciones que oscilan entre dos extremos; desde el
realismo político (“el fin justifica los medios”) hasta la ética apolítica
propia de la burguesía liberal que propugna una moral privada y reducción de la
política al mínimo. Se analizan también los ejemplos prácticos que ilustran el
intento de moralizar la política como
forma de control del poder político; la división de poderes de Montesquieu
que intenta preservar la libertad individual, el contrato social de Rousseau
que tiende a la democracia y la soberanía popular, o la ética social marxista centrada en la conciencia de clase.
Aranguren propone que las complejas
relaciones ético-políticas deben de estar presididas por la alteridad, una especie de religioso amor al
prójimo pero en sentido laico, es decir, una justicia social inspirada en el hecho de superar el egoísmo y ponernos en el lugar del otro (alter ego). Para el
autor el Estado debe tender hacia la aliedad,
un concepto que implica
institucionalizar la moral en la
política. Entiende el autor que sin una
buena base económica es imposible la democracia, que la importancia creciente
de la economía predomina sobre la ideología política y que el estado social del bienestar tiene sus
limitaciones porque en aras del utilitarismo tiende a manipular la información
política y convertir al ciudadano en un productor y consumidor sin
opinión, que tiende al materialismo.
Como forma de superación propone el estado
de justicia social que concreta en un Estado que, mediante mecanismos
reguladores, controle los abusos del libre mercado (democratización económica y
social); que fomente los servicios públicos frente al consumo privado y
promueva la salud, la instrucción y los servicios de protección social; que
convierta los medios de comunicación en un servicio público que sirva no para
manipular al ciudadano sino para informarle y formarle en su opinión.
Se puede objetar que estos argumentos
son en parte los propios de la socialdemocracia que triunfaron en los países
escandinavos y no tanto en otras naciones, pero debe destacarse el carácter
innovador que tuvieron si el ensayo “Ética
y política” se sitúa en sus coordenadas precisas de tiempo y espacio, la
España franquista de los años 60. Aún
ahora, en la proximidad de unas elecciones desalentadoras, nos resultan
actuales y apropiadas algunas de las ideas que contiene la obra: Los partidos
no son buena fuente de información política. La democracia representativa exige
la responsabilidad del ciudadano. La educación política del mismo debe de ser
racional y nunca emotiva. La responsabilidad política exige no elegir entre
líderes sino entre programas políticos.
En democracia debe de existir una cierta tensión diferencial entre los
programas generados por los partidos políticos.
Ahí quedan esas ideas tan obvias, tan
lógicas, que no obstante hemos terminado
por considerar utópicas en el actual estado de nuestra democracia. Por eso es
tan importante leer de vez en cuando a los filósofos, aunque nos exijan un
esfuerzo intelectual adicional, para recordarnos lo que debería ser, para remover
nuestra conciencia y sacarnos de la pasividad, para convertirnos en ciudadanos
y no en consumidores , antes satisfechos y ahora preocupados por nuestro
bienestar.
Cada hombre tiene que proyectar y decidir lo que va a hacer... Tiene que elegir un camino u otro...
ResponderEliminarUno de esos caminos harán libremente unas normas con unos modelos... Se pasarán a calificar como deberes. Conciencia y responsabilidad, deber y virtud, perfección y amor... "No es la conciencia la del ser humano lo que determina su existencia, sino, a la inversa, es su existencia social lo que determina su conciencia".
GRACIAS POR LA INFORMACIÓN, UN SALUDO :D ;) XD
Estoy bastante de acuerdo con esas ideas que me recuerdan la corriente filosófica del existencialismo.
ResponderEliminarSaludos