Almudena Grandes irrumpió en el panorama
literario español, hace ya más de 20 años, con un best seller, “Las
edades de Lulú” (1989); una novela erótica que ganó el Premio “La Sonrisa
Vertical”, traducida a 19 idiomas y adaptada al cine por Bigas Luna un año
después de su publicación. En aquel momento me extrañó su inclusión entre los
superventas porque este subgénero literario, salvo contadas excepciones, suele adolecer de escasa calidad literaria.
Además los límites entre lo erótico y lo pornográfico son a menudo difusos y en
este tipo de literatura predominan los escritores, como mayoritarios son también
los lectores masculinos. Todos estos prejuicios míos de entonces se esfumaron cuando leí la novela y comprendí el
secreto de su éxito basado en un lenguaje esmerado de gran calidad y la profundidad psicológica de los
personajes. Descubrí a una gran escritora que se ha consolidado durante estos
años con una obra no demasiado extensa
en la que destacan títulos como “Malena es un nombre de tango” (1994) y “El
corazón helado” (2007). En los últimos tiempos Almudena Grandes se ha
empeñado en un ambicioso proyecto inspirado claramente en los “Episodios
Nacionales” de Benito Pérez Galdós; se trata de novelar la postguerra
española y la etapa más dura del franquismo en seis libros que recogen
episodios poco conocidos de este periodo histórico. Fruto de este empeño ha
sido su primera novela de esta serie, “Inés
y la alegría” (2010) que ha tenido una gran aceptación, y narra un hecho
insólito, la aventura de un grupo de soldados republicanos, guerrilleros
durante la ocupación alemana de Francia, que intentaron invadir el valle de
Arán en 1944 aprovechando el desconcierto causado por la retirada de los
alemanes y la entrada de los aliados en ese país.
“El
lector de Julio Verne”(2012) es la segunda y última entrega de esta serie
de novela histórica que lleva el título genérico de “Episodios de una guerra
interminable”. En esta ocasión la novela está ambientado en los pueblos de
la Sierra Sur de Jaén, y en la lucha de los guerrilleros republicanos, los
maquis, en el llamado “trienio del terror” entre 1947-1949. La narración cuenta
una serie de historias reales que a modo
de retales de tela quedan hilvanados mediante una trama novelesca formando un todo homogéneo en el que, según
la autora, la historia con mayúscula interactúa con la historia en minúscula,
la de personajes ficticios aunque verosímiles que sufrieron aquella guerra no
declarada e interminable que tuvo lugar cuando ya había “estallado la paz”. En resumen, la novela cuenta la historia de
Nino, un niño de once años cuyo padre es guardia civil destinado en Fuensanta
de Martos. Su visión parcialmente ingenua contrasta con el drama soterrado que
se está viviendo entre los habitantes del llano y el monte. La afición a los
libros de Julio Verne y el contacto con algunos adultos le hacen cambiar
totalmente su perspectiva vital y su pensamiento, al tiempo que entre la ficción de las aventuras novelescas
percibe retazos de una aventura real que se desarrolla a su alrededor.
La historia está narrada por el
protagonista en primera persona y he leído algunas críticas que señalan que el relato no corresponde a un niño entre
nueve y once años (su edad en ese periodo) sino a un adulto, lo cual lo hace
poco verosímil. Los que indican este supuesto fallo no han percibido lo que, a
lo largo de la narración, resulta manifiesto; que el narrador cuenta sus
recuerdos de infancia pero desde la edad
adulta y esto se confirma en el último capítulo cuando nos sigue hablando de su
nueva etapa de estudiante en Granada.
Este último capítulo que parece sobrar por estar fuera de la historia es el
recurso de la escritora para justificar
lo que digo, que son los pensamientos y percepciones de un niño pero
interpretadas, mediante el recuerdo, en la edad adulta.
Los personajes de la novela que viven en un ambiente de miseria y represión, están descritos de forma
realista mediante un lenguaje conciso y preciso al mismo tiempo. Sus historias
reflejan la ambivalencia del ser humano en sus pasiones; la lealtad y la
traición, la dignidad ante la humillación, la bondad en un ambiente de odio y
venganza. Por otra parte, y a pesar de
que la escritora ha reconocido siempre su simpatía por la izquierda política,
la novela no peca de maniqueísmo, no es
una historia de buenos y malos porque el miedo era idéntico y común a
vencedores y vencidos, porque la adscripción a uno u otro bando fue en muchas
ocasiones casual o coyuntural, y porque en los dos bandos hubo gente buena que
supo estar del lado de la razón y de la
humanidad frente al odio y la sinrazón.
“El
lector de Julio Verne” me parece una gran novela que consagra una vez
más a una gran escritora. Pero para mí
es algo más que todo eso. Es memoria histórica y también mi propia memoria porque
nací en Jaén muy pocos años
después de los hechos narrados, porque en mi infancia oí, en la más estricta
privacidad, esas historias de guerrilleros
delatados por traidores o víctimas circunstanciales e imprevistas del amor o el sexo, que mi
imaginación infantil, o quizás por la
transmisión popular, recubría de un cierto aura de misterio que los hacía
parecer auténticos Robin Hood. En conclusión, leer este libro me ha transportado
a mi propia infancia, tan parecida en muchos aspectos a la del protagonista
aunque bastante menos, o nada novelesca.
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