domingo, 10 de marzo de 2013

EL PROCESO. Franz Kafka


Sobre la vida y la obra de Franz Kafka (1883-1924) se ha escrito mucho y se seguirá escribiendo. En general se le reconoce como uno de los autores más influyentes de la literatura universal y sus admiradores son multitud entre los grandes escritores. El argentino Jorge Luis Borges fue uno de los más notables y  como dato significativo señalaré que el libro que hoy nos ocupa viene introducido nada menos que por el premio Nobel  José Saramago. En este punto poco se puede decir  sobre la biografía y la obra  del escritor checo  que no haya sido ya estudiado y analizado por biógrafos, escritores, y críticos literarios, así que limitaré mis pretensiones a destacar algunos aspectos generales sobre ambas. 
         Nacer  en Praga a finales del XIX, de origen judío, y educado en la cultura alemana  hasta el punto de  escribir casi toda su obra en esa lengua, es de por sí  una combinación  cuando menos conflictiva, como  también lo fue la relación con un padre autoritario que condicionó su carácter y su literatura, algo admitido por el propio escritor. Los estudiosos de su obra han destacado la fuerte influencia del existencialismo en la misma. También del marxismo y del judaísmo respecto al cual mantuvo una relación difícil ya que alejado de la tradición judía en su juventud se interesó por la misma en los últimos años de su corta vida. La biografía del autor y su peculiar estilo literario han sido incluso analizados bajo una óptica freudiana. En resumen, Franz Kafka fue un hombre atormentado y de compleja psicología, y esto se refleja en sus escritos y en unos personajes caracterizados como seres ansiosos obsesivamente enfrentados a un mundo complejo y de absurdas reglas, unos rasgos tan típicos que el adjetivo  kafkiano se ha incorporado a nuestra lengua como sinónimo de una situación angustiosa y absurda.
         No he leído aún La metamorfosis, el relato  más conocido del escritor, pero puedo asegurar que El proceso (1925), otra de sus obras más populares, es un buen ejemplo  para ilustrar todo lo peculiar de la literatura de Kafka.  Se trata de una novela inacabada, que fue  publicada de forma póstuma por su amigo Max Brod desatendiendo la voluntad  del escritor que  estipuló que todos sus manuscritos fueran destruidos. En una breve sinopsis  diremos que el protagonista, Josef K, es detenido sin acusación ni cargos concretos y se le instruye un proceso judicial  del cual el acusado desconoce prácticamente todo. A partir de ese momento, y en medio de situaciones que rayan lo absurdo, el proceso se convierte progresivamente en la obsesión del personaje que, angustiado por su defensa, abandona  su trabajo  y termina por asumir  la culpabilidad  y la pena por un delito  que aún desconoce. La historia la cuenta un narrador omnisciente  que conoce los pensamientos del protagonista. La utilización de la tercera persona parece indicar la intención de un frio distanciamiento objetivo  de los hechos  que relatados en primera persona  ganarían en emotividad pero quizás tornasen la historia excesivamente angustiosa y obsesiva. La novela es abundante en diálogos, tanto que casi se podría teatralizar. También son frecuentes los monólogos del protagonista pero, quizás en relación al tipo de narrador y la estructura del relato, carece del llamado monólogo interior. El absurdo es una constante en todo lo referente al proceso judicial y en ello se ha querido ver una crítica a la burocratización de la justicia en el imperio austro-húngaro. También se ha interpretado que en  El proceso, la ley suprema a la que se enfrenta Josef K simboliza la autoridad paterna  y el antagonismo padre-hijo. 
Hasta  el momento he resumido mucho de lo que dice la crítica sobre  Kafka y algunas  apreciaciones personales sobre la novela.  Es la segunda que leo del mismo; hace años leí  América, otra de sus novelas inconclusas,  y tengo que admitir que respecto al escritor checo, tan consagrado y admirado en la actualidad,  me pasa algo parecido  a lo de aquel cuento  de Hans Christian Andersen, “El traje nuevo del emperador”. Y es que, consciente de mi deficiente capacidad crítica aunque reticente a admitirlo, siento la tentación de unirme al coro de admiradores y elogiar lo que ellos elogian, pero la ingenuidad derivada de esa misma incapacidad  me hace intuir que el rey va desnudo. Por supuesto  el dilema no es tan radical como lo he plateado pero algo me dice que por un exceso de análisis e interpretaciones  la obra literaria de Kafka  ha podido ser sobrevalorada y no debemos olvidar, a fin de cuentas, que el propio escritor quiso que fuera destruida.  Para ser sincero  a mí  no  termina de gustarme  lo leído  hasta ahora.
Para terminar contaré una anécdota que puede ilustrar la ambivalente actitud de los checos frente a Kafka. Cuando estuve en Praga, su ciudad natal, me enseñaron el palacio Kinsky, donde estudió bachiller, o la pequeña casa  de la calle de Oro, en el castillo, donde vivió y escribió algunos años, pero en las librerías del centro histórico no vi expuestas ninguna de sus obras y no pude encontrar  un ejemplar de La metamorfosis  que quise llevarme de recuerdo.  No lo había, ni en el alemán original ni traducido al checo.  Hay que comprenderlos y ponernos en su lugar.  Ya es bastante soportar que Colón fuera genovés, pero ¿cómo nos sentiríamos los españoles si Cervantes hubiera escrito el Quijote en francés?. 

        

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