Este
escritor era para mí poco más que un nombre asociado a un solo libro, un lejano
recuerdo de mi formación de bachiller. Conocía a grandes rasgos su argumento
sin tener muy claro si era novela o comedia porque hace años la vi representada
en versión teatral. También sabía que Manuel de Falla compuso un ballet del mismo título basado en
esta leyenda. En fin, un clásico decimonónico, título memorizado en la asignatura Historia de la Literatura, que ahora
retorna a mí, como amable fantasma del pasado, pidiendo ser conocido y
valorado.
Pedro
Antonio de Alarcón (1833-1891) es un ilustrativo ejemplo de evolución entre polos ideológicos y estilos antagónicos. En su
juventud abrazó las ideas liberales propias de la Revolución Francesa pero a la madurez derivó hacia posturas cada
vez más conservadoras. En paralelo, su literatura evolucionó desde postulados románticos hasta el realismo con un marcado sesgo
costumbrista. Por eso los manuales no se ponen de acuerdo a la hora de
adscribirlo a uno esos dos estilos y lo
consideran como un autor de transición entre los mismos. Ese carácter
ecléctico, cuando no contradictorio, se refleja en esta obra, como luego se
verá.
El
sombrero de tres picos (1874) es una novela corta basada en la leyenda
popular de la molinera y el Corregidor, recogida en romances de ciego y canciones.
El precedente más cercano que inspiró al escritor granadino es un romance anónimo
del siglo XVIII titulado El molinero de Arcos. Se trata de un cómico
relato de enredo cuya trama argumental, basada en el equívoco y la falsa
apariencia, gira en torno al tema del honor y los celos. Está narrado en
tercera persona por un narrador
omnisciente que en ocasiones se dirige directamente al lector para
hacerlo cómplice de sus reflexiones sobre los personajes y comentarios
digresivos que señalan de forma implícita al propio escritor y nos revelan
sugerente datos sobre sus ideas políticas y sociales. Así cuando habla en tono
irónico de los afrancesados, Jovellanos en particular, o cuando en el
mismo tono cita al Ser Supremo, el nombre que los revolucionarios
franceses daban al Dios católico. También cuando critica la Constitución de
1837, liberal, moderada y de consenso, o señala el deterioro del principio
de autoridad. Todos estos comentarios están referidos a su propio tiempo y al
margen de la acción pero siempre a propósito de la misma.
La novela se desarrolla a lo largo de
36 capítulos cortos, todos precedidos de un título alusivo a lo que va a
suceder, un detalle muy corriente en los escritores del XIX. Los dos primeros
están dedicados al marco temporal y espacial donde trascurre la acción y al
ambiente social del momento. Es en estas descripciones donde mejor se
manifiesta el estilo realista del autor y también en los cuatro capítulos
siguientes cuando retrata de forma
minuciosa a los personajes en sus caracteres físicos, costumbres y vestimenta,
aunque el perfil psicológico de los mismos es claramente romántico en tanto se
resalta de forma un tanto exagerada y maniquea sus vicios y virtudes. Nos
enteramos así que la acción trascurre el 1805, durante el reinado de Carlos IV,
aún en el marco político del Despotismo Ilustrado. Es relevante la clara
intención de resaltar el ambiente social idílico del pueblo llano sobrecargado
de impuestos de todo tipo pero honrado y feliz bajo el amparo de la fe católica
y de la Iglesia. Aún así, en la viciosa y perversa figura del Corregidor,
corrupto representante del poder, parece insinuarse una velada crítica del
absolutismo.
En los capítulos restantes se desarrolla
la trama argumental que trascurre en apenas dos días, respetando la unidad de
tiempo y acción, pero enfocada alternativamente sobre los protagonistas
principales mediante una especie de analepsis retrospectiva que nos
ofrece la visión parcial y equívoca de cada uno de ellos sobre un mismo hecho o
incidente. Son el nudo y el desenlace del relato, y es aquí donde los diálogos
predominan claramente sobre lo descriptivo, hasta el punto que parecería fácil
versionar la novela a la escena teatral. En el último capítulo titulado conclusión,
moraleja y epílogo, la enrevesada acción llega a feliz desenlace con la absolución
eclesiástica y social de los personajes implicados que ven repuesta su honra,
cuestionada por las apariencias.
Por último, el escritor dirige su mirada hacia el futuro de cada uno de ellos a
partir de la Guerra de la Independencia que obra aquí como un punto de ruptura trágica
en la vida de los protagonistas. La alusión final a los tiempos del sombrero
de tres picos frente a los del sombrero
de copa simboliza el transito histórico del Antiguo Régimen a la sociedad
liberal burguesa.
Para resumir esta divertida novela, yo
diría que es por su argumento similar a las comedias de enredo del siglo XVII.
Por la ambientación una típica historia del XVIII. Y finalmente, por su
estructura y estilo literario, equiparable a los mejores clásicos españoles del
XIX. No se puede pedir más.
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