Juan
Eslava Galán (1948) es un escritor prolífico y versátil a un
tiempo. En su dilatada carrera acumula gran cantidad de obras, agrupadas en
distintos géneros tales como narrativa, ensayo y poesía; con temática muy variada en
la que predomina la historia, desde algunos estudios muy técnicos (poliorcética) hasta
la buena divulgación histórica, en la que mezcla rigor con amenidad sazonada con
ironía y cierto grado de escepticismo. Pero fue la ficción histórica y su
novela En busca del unicornio (1987), premiada con el Planeta de ese
año, la que le procuró fama y lo introdujo en el panorama literario español.
También ha escrito biografías, sobre leyendas, viajes, temas sociológicos, sexo
y hasta cocina. En algunas novelas, casi todas de ambiente esotérico, ha
utilizado el pseudónimo de Nícolas Wilcox, que parece más bien un
heterónimo al estilo de Pessoa, porque incluyen foto falsa y se dice que
en su estilo son diferentes a las escritas con su propio nombre.
Siempre he
simpatizado con Eslava Galán porque siendo un escritor de ámbito
nacional con cierta proyección internacional, nunca ha renunciado a sus
orígenes, a Jaén, su patria chica, y Arjona, su pueblo natal. En estos lugares
ha ambientado muchas de sus obras y en otras siempre aparecen, aunque sea de
forma marginal. No creo que ese localismo tenga una intención meramente
comercial, sino que el escritor, de alguna forma, extrae de esas raíces la
savia de su literatura y rinde homenaje a su tierra con intención de
promocionarla, y de eso estamos muy necesitados en nuestra provincia.
Me gusta
además su estilo ameno, claro y sencillo, sin abuso de cultismos, dispuesto a
caer en vulgarismos cuando se precisa sin perder por eso profundidad conceptual
ni estética literaria. En su faceta de conferenciante muestra una oratoria
brillante, sin rigidez académica, con frecuentes brotes de espontaneidad e
improvisación que no oculta un amplio bagaje cultural. En fin, abandono ya el
tono apologético porque ha quedado clara mi afición por el escritor.
Statio
Orbis (1995) quizás no sea de las mejores novelas de Eslava Galán,
pero es tremendamente divertida. Por eso la he clasificado en mi biblioteca
como novela de humor, un subgénero de apariencia insustancial pero de cierta dificultad, porque no es fácil
provocar la carcajada en el lector y ésta ciertamente lo consigue.
Cuenta la
historia de Don Cristóbal, un sencillo cura de Arjona que acude a
Sevilla encabezando una excursión de feligreses que acuden a una gran misa
concelebrada y ecuménica (statio orbis) del Papa en esa ciudad, un hecho
verídico que alude al cuarto viaje del pontífice a España en 1993. De forma casual el cura se ve obligado a
custodiar una gran cantidad de hostias consagradas que han sobrado de la
comunión de los fieles. En ese punto comienzan sus tribulaciones y su vagar por
la ciudad en la que sufre todo tipo de penalidades, atracado por navajeros,
rechazado como impostor en el obispado y conventos, detenido por los
municipales etc.
El relato
en su conjunto es una sátira anticlerical, aunque en el resumen promocional se califica
más suavemente como: “de tintes volterianos”. Se emplean aquí todos los
recursos de la misma, desde la ironía cuando se refiere a la jerarquía eclesiástica
hasta el esperpento con algún matiz escatológico, en lo referente a las
aventuras de Don Cristóbal. Un anticlericalismo visceral que no ataca
tanto a la institución religiosa como a los defectos humanos de sus servidores,
en un ambiente de beatas, curas ignorantes y prejuicios sociales o religiosos,
que nos recuerdan más la década de los 60 del pasado siglo que la de los 90,
cuando realmente se data la trama argumental. Pero a la postre es una crítica amable
y condescendiente, que pretende más ridiculizar que herir. Hacia la mitad de la
historia, el cura encuentra a un teólogo irlandés, borracho y desinhibido, que
le habla de la inconsistencia y mitos del dogma en una exposición razonada y
razonable que pilla desprevenido al inculto sacerdote rural que solo puede
contraponer la compasión ante un alma descarriada. En las cinco páginas que
dura ese encuentro se resumen todas las conclusiones, fáciles de entender, sin
artificios teológicos, a las que puede llegar cualquier católico no practicante
del que se dirá desde el púlpito que ha perdido la fe.
Tras ese lapsus
de racionalidad, liberada de humor pero también de crítica real gracias a la
situación de embriaguez del teólogo, la trama argumental entra en su tercio
final, tan enrevesada como insoluble, y se acude en el desenlace al antiguo
recurso del deux ex machina, con la aparición sobrenatural de los patronos locales de Arjona, los santos Bonoso
y Maximiano, dos centuriones romanos martirizados en esa localidad
por no rendir culto a los dioses paganos en tiempos de la persecución de
Diocleciano. Ambos acuden para sacar al cura dignamente de sus apuros. De nuevo
aquí el humor hilarante.
En resumen,
una novela para pasar un buen rato, con ese estilo tan personal que el escritor
aporta a todos sus relatos. Una crítica amable de algunos aspectos de la religión
que provoca la risa fácil, pero en la que subyace un profundo conocimiento del
dogma cristiano y de la jerarquía católica española. Algo que compartimos en
menor medida muchos lectores de su misma generación que fuimos educados en el
ambiente del nacional-catolicismo. La juventud actual, descreída pero ignorante
de la historia de nuestra religión oficial, no entenderá por este motivo alguna
que otra sutileza irónica.
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