La historiografía clásica grecolatina ha heredado una pésima opinión sobre los sofistas griegos, gracias entre otros muchos a filósofos como Sócrates y Platón. En concreto, éste último los criticó abiertamente en su diálogo Fedro en el que analiza la relación entre filosofía y retórica.
El término sofista significa
sabio, pero con el tiempo se fue degradando y llegó a ser sinónimo de
charlatán. Se les reprochaba su relativismo ya que no aceptaban la existencia
de verdades absolutas. También que cobraban por sus enseñanzas. Nada de esto
nos escandaliza hoy, cuando el escepticismo es la nota dominante y
suponemos que tanto la Academia platónica como el Liceo aristotélico fueron
instituciones que de alguna forma debieron estar financiadas, al menos mediante
donativos.
Los sofistas tuvieron su mayor auge en
la Atenas democrática del siglo V a.C. En general eran profesores de retórica y
enseñaban las virtudes que debe reunir un buen ciudadano, además de los medios
para triunfar en política. Es normal que muchos de ellos llegaran a abusar de
los recursos dialécticos e incurrieran en frecuentes sofismas e hipérboles en
sus razonamientos, de ahí la mala fama adquirida ante el pueblo. Cosas
similares pensamos de nuestros políticos actuales.
Antes de aceptar radicalmente su
descrédito deberemos pensar en la importante función que tuvieron en la
oratoria forense. Y es que el relativamente complejo sistema judicial ateniense
era bastante más simple en la expresión formal del juicio. Los implicados,
acusador y acusado, se presentaban ante una asamblea de ciudadanos, exponían
cada uno sus razones y al final, se emitía un veredicto por votación. No
existían los abogados por lo que cada uno se representaba a sí mismo. Como
muchos eran iletrados o no sabían hablar en público, necesitaban a un experto
en retórica que les escribiera un discurso que luego ellos memorizaban y
repetían ante la asamblea. La esencial función de defensa o acusación la
ejercieron en realidad los sofistas y era lógico que cobraran por ello.
Lisias (458-380 a.C) fue
uno de los más afamados, junto con Isócrates. Era un meteco (extranjero)
aunque con parciales derechos de ciudadanía. Profundo defensor del régimen
democrático, tras la derrota de Atenas
en la larga Guerra del Peloponeso
(431-404 a.C) fue perseguido por el régimen oligárquico de los Treinta
Tiranos que mató a su hermano Polemarco y requisó todas sus posesiones. Se
salvó huyendo a otra ciudad y retornó a Atenas en el 403 tras la restauración
democrática. Emprendió entonces acciones legales contra el tirano responsable
de la muerte de su hermano. Su actividad profesional fue doble. De un lado la
enseñanza de la retórica y de otro como logógrafo, es decir, redactor de
discursos forenses por encargo. Se dice
que escribió hasta 233, de los cuales se han conservado 30, y en este volumen
se recogen 18 de esos últimos.
Como exponente de la oratoria griega,
y aún con cierto contenido político, no pueden compararse con los discursos de Demóstenes
(384-322 a.C). No obstante, son una fuente de primera magnitud para comprender
los procedimientos judiciales atenienses, así como aspectos fundamentales de la
sociedad y del periodo histórico comprendido entre la derrota naval de Atenas
en Egospótamos (405 a.C), la rendición ante Esparta en el 404, la destrucción
de los muros largo, el régimen oligárquico de los Treinta Tiranos, la
restauración democrática desde el Pireo, hasta la guerra de Corinto (395-387
a.C) que puso fin a la hegemonía espartana.
Se dice, y no puedo juzgar sobre eso,
que el estilo de Lisias es claro y sencillo y se adaptaba bien a la necesidad
de sus clientes. Entre los discursos recogidos en este volumen, editado
inicialmente por Gredos, hay una buena muestra de diversos aspectos del derecho
procesal ateniense. Casos de asesinato con premeditación o de agresión con
heridas físicas. Procesos por robo sacrílego o impiedad. También juicios contra
el Estado por confiscación indebida y abusiva de bienes a los ciudadanos, algo
frecuente en el año de régimen tiránico cuando las arcas del tesoro público
estaban vacías tras la derrota en la guerra. Algunos de ellos se escribieron
para los escrutinios, que eran exámenes ante las asambleas de
aquellos que aspiraban a ejercer alguna magistratura, y se centraban en
destacar sus méritos como ciudadanos.
Gracias a los discursos conocemos la
existencia de los sicofantas o delatores profesionales que ganaban un
porcentaje de lo confiscado a los culpables. También del escaso valor
testimonial que se daba a la declaración bajo tortura de los esclavos, o que
estos ganaban la libertad si su dueño era condenado. Sabemos que los ciudadanos
ricos estaban obligados a las liturgias u obligación de sufragar por
turnos parte de los gastos del Estado, bien como gimnasiarca (intendente
de un gimnasio), corego (pago de los miembros del coro teatral) o trierarca
(construcción o mantenimiento de una triera). Contra estos gastos podían lo
particulares evadirse mediante la antídosis, denunciando que había otra
persona más rica a la que correspondía. Al final de este proceso, comparadas
ambas fortunas, el perdedor debía o bien asumir la liturgia o consentir
en un intercambio de las mismas. En suma, encontramos en el texto multitud de
estas curiosidades debidamente explicadas en las notas al margen.
Se podría ampliar este comentario
aportando el título y características de los discursos más importantes de
Lisias, además de explicar muchas de las figuras retóricas que los ilustran,
pero soy consciente de que aburriría a los no interesados y tampoco ampliaría
los conocimientos de otros más versados que yo en historia. Repito, una lectura
curiosa por su valor de fuente para conocer más a fondo la antigua sociedad
griega clásica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario