Esta larga pandemia que padecemos amenaza con prolongar hasta un bienio sus preventivas secuelas de distanciamiento y confinamiento. En este contexto de soledades más o menos impuestas, algunos hemos utilizado el paliativo de incrementar nuestra habitual actividad lectora. En mi caso, cuando esto ocurre, la elección de un libro concreto suele estar muy determinada por el azar, al margen de las propuestas mensuales de mi club de lectura.
Es precisamente por
casualidad que en un espacio de tiempo relativamente corto he leído a dos
escritores gallegos, nacidos a principios del siglo XX que alcanzaron su
madurez creativa durante el franquismo. Y al compararlos he encontrado ciertas
similitudes que no pueden ser elevadas a categoría pero que, revisada la
biografía y obras de otros autores gallegos contemporáneos, se repiten en
muchos de ellos. Ciertamente no me consta la existencia de una escuela o
generación gallega ni un estilo literario que pueda ser adscrito a esa región y
época, pero entre esos elementos comunes podemos destacar los siguientes: En
política una juvenil identificación ideológica con el partido galleguista en
los años de la República y una cierta distancia tolerante con el franquismo. En
lo literario, la actividad periodística de la mayoría de autores y una
narrativa de fuerte componente lírico que intenta indagar en las raíces
culturales del pueblo gallego. En concreto, los dos escritores objeto de mi
comparación son Wenceslao Fernández Flórez (El bosque animando)
y el que hoy comento. En ambos se da una romántica identificación con el
paisaje gallego, especialmente con fragas y selvas, siempre brumosas y
habitadas por seres fantasmales y fuente de prodigios asumidos con naturalidad
por los paisanos, en un estilo narrativo que recuerda mucho al realismo mágico.
También coinciden en un tipo de humor muy particular que luego comentaremos.
Álvaro Cunqueiro
(1911-198) es un escritor bilingüe que escribió parte de su producción
literaria en gallego y fue su propio traductor al castellano. Está considerado
como un maestro de la literatura fantástica. A este subgénero pertenecen sus
novelas; Las crónicas del sochantre (1956), la más conocida, fue una de
mis lecturas de juventud y ahora acabo de terminar esta que hoy nos ocupa.
Merlín y familia
(1955) es el fruto de la enorme erudición de Cunqueiro, de su dominio de
la historia medieval y de diversos ciclos míticos. En ella asistimos a un
ejercicio sincrético entre la materia de Bretaña, también conocida como mito
artúrico, y las leyendas orales galaicas, en lo que parece una reivindicación
del común pasado céltico.
En la trama, el mago Merlín
y una desdibujada doña Ginebra, son trasplantados junto a sus
criados a un lugar imaginario, la casa de Miranda próxima a la selva de Esmelle,
en las cercanías de Mondoñedo, el pueblo natal del escritor. El protagonista
principal, junto a don Merlín, es el joven criado Felipe de Amancia,
el narrador que nos cuenta los sucesos vividos junto a su señor. En su juventud
relata las visitas que recibe éste por parte de personajes, pobladores de
universos míticos, que le llevan objetos mágicos rotos para ser reparados. A
las cualidades y situaciones más fantásticas, Merlín responde con las
soluciones más prácticas y cotidianas.
Por la casa desfilan multitud
de personajes increíbles como la sirena Teodora o un diablo perfumista,
que dan lugar a las correspondientes historias y, a veces, historias dentro de
otras, en lo que podría entenderse como una colección de cuentos engarzados en
una trama argumental novelesca cuya línea directriz temporal, el hilo que los
une, son los recuerdos del narrador en las distintas etapas de su vida. En la
edad adulta los relatos se centran en historias de peregrinos a Compostela, en
un claro homenaje al paisaje gallego, y en su vejez indaga en los orígenes de don
Merlín. Si la ubicación de la acción es imaginaria pero concreta, como la
evolución vital del narrador, el marco cronológico de las historias es de una
total indefinición. Algunas parecen ambientadas en el medievo, otras en el
Renacimiento y por último otras en el XVIII o XIX. Es frecuente la mezcla de
datos que remiten a diferentes épocas en la cronología del relato. Como forma
de reforzar la ambientación se recurre con frecuencia a ciertos arcaísmos que,
en general, no suponen dificultad para el lector
Me interesa destacar otra
característica de la novela, el humor. En este caso un humor muy gallego
conocido como retranca. Se trata de una especie de ironía sin
agresividad crítica que se esconde en frases de apariencia seria.
En resumen, estamos ante
una novela culta y desbordante de imaginación, al tiempo que divertida. Como
los relatos son independientes, se puede leer a ratos discontinuos sin perder
el hilo narrativo. Un libro recomendable para aquellos que gusten de la
fantasía, con la duración justa para no resultar agobiante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario