El periodo comprendido entre el último tercio del siglo XIX y primera mitad del XX fue de grandes cambios sociales y políticos en el viejo continente y particularmente en el centro de Europa. La unificación de Alemania, el nacionalismo exacerbado, los movimientos totalitarios y la traumática experiencia de dos guerras mundiales fueron hitos decisivos de la historia contemporánea. En ese contexto de crisis surgen escritores como Joseph Roth o Stefan Zweig, que evolucionaron desde un conservadurismo nostálgico hacia posturas de un europeísmo integrador en lo cultural. Todos ellos fueron represaliados durante el nazismo.
A Thomas Mann (1875-1955) lo considero incluido en este grupo. Aunque no es mi autor preferido sí me parece el más interesante por lo contradictorio de su carácter, la radical evolución de su ideología política pero también de su estilo literario. No voy a insistir en cómo pasó de ser un nacionalista conservador a un sospechoso filocomunista en opinión del norteamericano senador MacCarthy. Para eso remito a una anterior entrada en este blog (Hermano Hitler y otros escritos sobre la cuestión judía).
En cuanto al estilo literario, esos escritos, además de la novela Muerte en Venecia (1912) y la que hoy comento, son lecturas que me permiten intuir tres etapas en el conjunto de la obra del autor: Una primera de estética claramente decimonónica. Una segunda, muy influenciada por Schopenhauer y su pesimismo filosófico, en la que muestra ambientes decadentes y personajes que intentan paliar su dolor refugiándose en el esteticismo y la belleza del arte. La tercera y última es la de sus ensayos políticos en los que, sin ser judío, se declara filo-semita y rechaza el nazismo, aunque al principio contemporiza con el régimen para no perjudicar sus intereses editoriales en Alemania. Así me parece Thomas Mann, algo incoherente en sus relaciones y experiencias vitales y atormentado por sus ideas filosóficas.
Para terminar mi análisis, subjetivo y sin pretensión categórica, añadiré dos cuestiones más al perfil del escritor: La primera es el carácter autobiográfico más o menos explícito en sus novelas, casi siempre con sutiles detalles que impregnan el retrato psicológico de los personajes. La segunda es su inclinación homosexual, nunca reconocida, protegida del escrutinio público pero matizada en algunos de sus protagonistas y muy clara en Gustav von Aschenbach (Muerte en Venecia) que parece el alter ego del autor.
Los Buddenbrook (1901) fue la primera novela de Thomas Mann, una obra de juventud que años más tarde le hizo ganar el Premio Nobel, cuando ya era muy conocido por otras novelas como La montaña mágica. Se trata de una extensa saga familiar que narra el declive de una familia de Lübeck a lo largo de tres generaciones. Una decadencia paralela a la de la ciudad hanseática que pierde poco a poco su libertad y autogobierno de siglos, para integrarse a Prusia y luego a la Alemania unificada. Cuenta sobre todo el ocaso de la alta burguesía comercial que surge en Francia tras la Revolución, de espíritu laico y con pretensiones de nobleza, que sustituye a la aristocracia y es exportada al resto de Europa durante las guerras napoleónicas. Su representante en la trama es el fundador, el abuelo Johann. El Congreso de Viena y el retorno al absolutismo y la religión está representado por la segunda generación, la del piadoso cónsul Jean y su esposa la consulesa. La tercera, la del senador Thomas con su pesimismo existencial, es el definitivo hundimiento de una familia que pretende mantener sus privilegios y prestigio social en un mundo cambiante al que no han sabido adaptarse. Una nueva sociedad al estilo prusiano, que contempla el auge de la antigua aristocracia terrateniente, la de los junkers. En esa nueva Alemania la alta burguesía que persiste es la industrial, la de los productores de carbón y acero, mientras que la burguesía comercial se reduce a clase media y artesanal. Se trata pues de una gran novela histórica, el fiel retrato de una ciudad y una sociedad, descrita con claro sentido crítico por un escritor nacido en Lübeck y perteneciente a esa alta burguesía altanera, vanidosa e hipócrita que parece rechazar.
El estilo literario es el típico de los escritores realistas del siglo XIX. Descripciones de lugares, decoración y ropas, tan frecuentes y precisas que bien podrían reproducirse en un audiovisual. La abundancia de diálogos permite esa misma versión a la pantalla o la escena. Son el auténtico sostén de la trama argumental. El narrador en tercera persona no parece omnisciente, aunque en ocasiones penetra en un impreciso monólogo interior de los personajes y en otras se dirige directamente al lector.
La obra es muy rica en otros aspectos entre los cuales destacaré algunos: La gran diferencia cultural entre los alemanes del norte y del sur, entre prusianos y bávaros. La estricta moral protestante que sin embargo es respetada solo en apariencia. El estado de la medicina del XIX, aceptable en el diagnóstico, pero medieval en cuanto a recursos terapéuticos. La objeción médica a la sedación paliativa por motivos religiosos (algo de eso persiste actualmente). La rígida educación prusiana. Los copiosos banquetes familiares, indigestos y solo justificados por el prestigio social.
Entre los personajes que aún no he citado destacaré a Antoine (Tony), orgullosa y vanidosa, que sacrifica inútilmente su libertad en aras del prestigio familiar. Por fin, el pequeño Hanno, el último heredero, desentendido del negocio y amante de la música. Con él se cierra la saga que termina al más puro estilo de tragedia griega con un coro de mujeres plañideras dirigidas por Tony.
No debo extenderme más. Estamos ante una gran novela histórica, demasiado extensa (de inicio se publicó en dos tomos). Sí no disponemos de algunos conocimientos históricos podemos perdernos mucha de su riqueza. Para comprender su fama y la familiaridad para un lector del norte de Europa y de principios del XX, debemos ponernos en la posición de lectores mayores y españoles ante una novela ambientada en el franquismo o en la Transición.
Excelente análisis. Cuánto se aprende con tus comentarios.
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