jueves, 25 de agosto de 2011

LA CONJURACIÓN DE VENECIA. Francisco Martínez de la Rosa


 Debo de reconocer que mi inclinación hacia los sucesos históricos dramáticos  fue muy anterior al interés que, tiempo después, sentí  por la Historia, escrita con mayúsculas. Aunque, bien pensado, era lógico que una cosa condujera a la otra.  Ya desde niño me impresionaban episodios tales como la traición y muerte de Viriato, o el asesinato de  Cesar en el Senado romano. El dramatismo de éstos se solía reforzar con frases de dudosa historicidad, aquello de: “¡Roma no  paga a traidores¡” o “¡Tu también, Bruto, hijo mío¡”, conduciendo de esta forma lo histórico hacia lo melodramático. Años después reconocí todos los ingredientes de mis gustos juveniles en el “drama histórico” un subgénero teatral que alcanzó su máxima expresión de calidad con Shakespeare y su serie de dramas sobre los reyes ingleses. En el siglo XIX, el romanticismo europeo, y el español en particular, puso de nuevo de moda este tipo de dramas que se adecuaban bien a los postulados y gustos de aquel movimiento cultural y literario.
          Sirva lo dicho como prólogo a los comentarios sobre  “La conjuración de Venecia” de Francisco Martínez de la Rosa; un autor que evolucionó desde su educación neoclásica hasta asumir los principios del romanticismo francés  que introdujo en nuestro país, siendo por ello considerado como  precursor y primer representante de este movimiento en  España.
          Martínez de la Rosa (1787-1862), fue diputado liberal en las Cortes de Cádiz, por ello sufrió cárcel durante la restauración absolutista de Fernando VII. Ocupó cargos en el gobierno durante el llamado Trienio Liberal (1820-23) y evolucionó hacia un liberalismo moderado. Con el restablecimiento del absolutismo se exilió en Londres y París y en ésta última entró en contacto con los autores románticos franceses. Durante la regencia de María Cristina fue  jefe de gobierno durante el periodo 1934-35 pero pronto se vio superado por posturas más progresistas al tiempo que el partido moderado, del que fue líder y fundador, evolucionaba a posiciones cada vez más conservadoras.
          Esta breve e incompleta semblanza biográfica es importante por dos razones. La primera es la valoración negativa de la actividad política del personaje por parte de la crítica histórica contemporánea, lo que repercutió en un injusto menosprecio de su obra como dramaturgo. La segunda se refiere a la importancia que la ideología política del escritor tuvo en “La conjuración de Venecia”, un drama histórico cuya trama tiene un alto contenido simbólico; a saber, la lucha por la libertad y contra la tiranía. Pero no nos engañemos, se trata de una lucha al modo ilustrado del XVIII, “todo para el pueblo pero sin el pueblo”. En el argumento se deja claro que es una conjuración nobiliaria en la que se rechaza la participación del pueblo por miedo a una revolución. Esta lectura simbólica de la obra tuvo bastante que ver con el gran éxito obtenido en su estreno en 1834, un momento de triunfo de los liberales frente a los absolutistas.
Al margen de la lectura en su contexto histórico. El drama tiene aspectos que merecen ser destacados. Está basado en un hecho real, una conjuración de nobles  venecianos contra el dux  Gradénigo en 1310. El rigor histórico está respetado al máximo si bien se cometen algunos anacronismos intencionados para reforzar el dramatismo argumental. Lo más destacable en este sentido es la excelente ambientación histórica en cuanto al exotismo orientalista del lugar, el tiempo de carnaval, las costumbres, trajes de época, juegos de luces y sonidos etc. Otro aspecto importante es el conflicto dramático que gira entre dos polos; el amor secreto y desgraciado de la pareja Laura- Rugiero, y  el desconocido origen de éste que se aclara precisamente antes de su muerte, cuando descubre a su padre que resulta ser precisamente su juez y ejecutor.
El lenguaje de los diálogos es sencillo, con momentos más retóricos que no obstante se adaptan bien a las vicisitudes del drama sin excesivo histrionismo. En fin, la obra contiene casi todos los elementos esenciales del drama romántico; amor, conflictos íntimos, tensión, sufrimiento y el destino. Este último, tema favorito de los románticos, es entendido aquí no a modo del romanticismo escéptico que conduce inevitablemente al fatalismo, sino desde del humanismo cristiano como la interacción del libre albedrío del hombre con la Providencia Divina frente a la existencia del mal.
          “La conjuración de Venecia” debe resultar espectacular en una representación teatral  pero  también es interesante para ser leída, porque la lectura pausada nos hace descubrir matices en los diálogos que pueden pasar desapercibidos en la escena. Esto es, si cabe, aún más importante en los dramas de Shakespeare, que por cierto tuvieron una clara influencia en Martínez de la Rosa y su obra dramática.

viernes, 19 de agosto de 2011

NOSTROMO. Joseph Conrad


Estupenda novela de Joseph Conrad, con todos los ingredientes habituales en la obra de este autor; aventura, intriga y, en esta ocasión, un magnifico retrato  de los caracteres y las pasiones de los distintos personajes.
Como en tantas otras de sus narraciones, el mundo marinero de la navegación a vela y vapor de finales del siglo XIX  forma parte de la acción, pero esta vez la aventura no es marina sino que  está ambientada en tierra, concretamente  en un supuesto país suramericano  en la transición entre  los siglos XIX al XX. No se trata de una novela histórica pero Conrad se inspiró sin duda, cuando la escribió en 1904, en la secesión e independencia de Panamá de Colombia ocurrida en 1903. Cada uno de los personajes es representativo de los grupos sociales o políticos que participaron en la misma; la vieja aristocracia criolla indolente, retórica, supuestamente liberal ; los indígenas serviles, incultos y explotados; los europeos escindidos en dos grupos, los primeros emigrantes de origen anglosajón, enriquecidos y ya naturales del país, ligados a la aristocracia por nacimiento y a los norteamericanos por  intereses económicos (ferrocarril, navieras), y una segunda emigración reciente de italianos y otros europeos que formaron la incipiente clase obrera industrial.
El autor dibuja un estupendo cuadro de la sociedad  latinoamericana decimonónica, con sus ingredientes de corrupción política, patrioterismo retórico y vacío, frecuentes y crueles asonadas lideradas por generales mestizos, una aristocracia criolla insostenible en sus privilegios, indigenismo explotado  e intereses económicos extranjeros que se imponen bajo banderas ideológicas tales como modernidad, desarrollo y democracia pero que suponen, al fin y a la postre, un nuevo y moderno tipo de colonialismo económico.
          Todo lo antes dicho no debe llevarnos a engaño. La narración es ante todo de acción y el personaje principal, Nostromo, con su fuerza y tenacidad, recuerda todas las virtudes viriles de los héroes épicos y románticos. La novela es pues esencialmente una novela de aventuras que, a pesar de su extensión, mantiene vivo en todo momento el interés y la expectación del lector, pero Conrad  la enriquece de tal forma que resulta además ilustrativa de los caracteres, las pasiones y los valores éticos que forman parte de los grandes dramas humanos, así como un completo retrato de época.

domingo, 14 de agosto de 2011

PEDRO PÁRAMO. Juan Rulfo


Muchos críticos y especialistas en la obra de Juan Rulfo recomiendan varias lecturas de esta novela  corta, en razón de su complejidad estructural y del elevado nivel simbólico de la trama argumental. Hace años la leí por primera vez, en una edición no comentada, y me gustó  por  los matices fantásticos de la narración, mas intuidos que comprendidos, y por la visión estética de la dura realidad que describe.  Mis primeras impresiones favorables sobre la novela y su autor, que por aquel entonces me era casi desconocido, se vieron confirmadas cuando me informé sobre su obra literaria. En efecto, Rulfo fue el precursor e introductor de las modernas técnicas narrativas en la literatura latinoamericana. Autor perteneciente al realismo mágico, el movimiento literario que inspiró, en mayor o menor medida,  a muchos escritores hispanoamericanos y contó con seguidores tan afamados como Gabriel García Márquez. Juan Rulfo (1917-1986) fue un escritor poco prolífico, solo publicó un libro de cuentos, El llano en llamas y la novela  Pedro Páramo que está reconocida por escritores y críticos como una de las cumbres de la literatura en castellano del siglo XX. 
          He tenido ocasión de volver a leer esta novela, esta vez en una edición de Cátedra (colección Letras Hispánicas) estupendamente introducida por un estudio analítico de la obra completado con notas, apéndices, y bibliografía, que por su precisión técnica más parece una tesis doctoral resumida que unos comentarios divulgativos. Mi interés por comprender algo mejor la compleja estructura de la novela se ha visto  así plenamente satisfecho.
El relato rompe con la narración lineal, tan típica del realismo del XIX, y se desarrolla en una serie de fragmentos cortos que distorsionan el tiempo con alternancia de pasado y presente, con frecuentes interpolaciones y cambios de narrador. Esta estructura narrativa fragmentaria a modo de mosaico, aparentemente caótico, aporta por el contrario una visión poliédrica de la historia que se ofrece así desde distintos puntos de vista. El lenguaje está enriquecido con abundante léxico mexicano y con términos derivados del antiguo idioma indígena, el náhuatl. Está además cargado de simbolismo, alusiones a mitos y leyendas locales, con frecuentes recursos propios de la prosa poética, al tiempo que  suele ofrecer pistas que relacionan sutilmente unos fragmento con otros.  Para ilustrar estos aspectos citaré dos ejemplos: la imagen del fantasmal caballo sin jinete que recorre enloquecido la pradera como anunciador y símbolo de la muerte; o la frase “entonces el cielo se adueñó de la noche” (y no al revés) como imagen poética para significar que se apagaron las luces del pueblo.
          La novela, aunque fragmentaria, tiene dos partes claramente definidas. En la primera Juan Preciado, supuesto hijo bastardo de Pedro Páramo, cuenta en primera persona su viaje al pueblo de Comala, una especie de viaje iniciático hacia sus orígenes. Allí encuentra un pueblo desolado y a personajes que el autor dibuja deliberadamente de forma ambigua, en el límite entre la vida y la muerte. Este mundo, a medio camino entre la realidad y la ensoñación, conduce al personaje hacia la enajenación mental y la muerte. El relato está veteado con frecuentes interpolaciones sobre la infancia de Pedro Páramo. Sobre este personaje principal trata la segunda parte narrada en tercera persona. Un terrateniente y cacique local, con derecho de pernada y poder de vida o muerte sobre los habitantes del pueblo.
          La narración, al margen de los aspectos simbólicos y míticos, tiene un fondo de realismo como retrato sociológico y político de la sociedad mejicana de principios de siglo XX, con problemas como la desigualdad social y económica entre una minoría de propietarios criollos y la mayoría de mestizos e indígenas que forman el peonaje agrícola; el sistema caciquil; la sumisión del clero ante los poderosos y su rapacidad con un pueblo pobre y religioso; por fin la revolución que, con altibajos, termina por oficializarse  y  cumplir con aquella frase de El Gatopardo: “es preciso que todo cambie para que todo siga igual”.
          Lo que mejor refleja Pedro Páramo es el carácter del pueblo mejicano. Un carácter forjado en el mestizaje, más cultural que racial, basado en el sincretismo entre la  religión cristiana y los antiguos ritos y creencias indígenas. También los abusos de poder institucionalizado que comenzó con las encomiendas y condujo al desigual reparto de la tierra. Todos estos aspectos, y otros muchos, templaron ese carácter indígena mezcla de estoica laboriosidad en la pobreza, sentido fatalista ante la vida y la muerte, y profunda religiosidad, muy ritual y no exenta de superstición.


viernes, 12 de agosto de 2011

LOS GODOS EN ESPAÑA. E.A. Thompson


El historiador inglés E.A. Thompson  es reconocido como una autoridad  en la historia de los bárbaros, y en particular de los visigodos en Hispania. Esta es además una de las obras más destacada en su bibliografía.
La dificultad de estudiar este periodo de casi dos siglos de dominación goda en la península radica en la escasez de fuentes fidedignas, ya que casi ningún historiador de la época escribió sobre el mismo. Se les suele dar valor de fuente a  los escritos de San Isidoro de Sevilla que sólo son, como es conocido, de carácter teológico y doctrinal. También pueden considerase como tales, algunas cartas entre obispos, las actas de los Concilios de Toledo y los códigos de leyes de Alarico, Leovigildo y Recesvinto. Estas últimas suponen una abundante información jurídica pero aportan poca información sobre las costumbres y forma de vida de los visigodos o el grado de integración con la población hispano-romana. De algunos reyes se conoce apenas el nombre, de ahí que la lista de los mismos fue lo único que pudimos estudiar en el bachiller.
          Con este escaso material Thompson desarrolla una amplia panorámica de la historia de los visigodos en España, aunque reconoce y especifica claramente las limitaciones del  estudio. Las conclusiones pueden resumirse en las siguientes: Los visigodos entran en Hispania a finales del siglo V como aliados o federados de algunos generales, usurpadores del poder imperial ante el derrumbe del mismo en Roma; también debe considerarse la presión que sobre ellos ejercieron los francos en las Galias. Aprovechan las estructuras administrativas romanas, sobre todo en lo tocante a la recaudación de impuestos. A nivel jurídico siempre existió una separación entre godos e hispano-romanos aunque parece que nunca hubo rechazo entre ambas poblaciones o al menos entre las oligarquías nobiliarias respectivas. Los godos conservaron el poder político y militar mientras que los cargos eclesiásticos se reservaron para los romanos. Inicialmente arrianos, se convirtieron al catolicismo sin grandes traumas quizás para aprovechar la influencia de la Iglesia sobre la población. Las actas de los Concilios demuestran que dicha Iglesia siempre estuvo subordinada al poder real lo que en algunas ocasiones la llevó a enfrentarse al Papa de Roma. La monarquía visigoda tenía en su carácter electivo un punto flaco que propició frecuentes rebeliones e intentos de usurpación. A finales del siglo VII el poder militar visigodo se fue debilitando, entre otros factores porque el grueso de sus tropas estaban integradas, en ese tiempo, por esclavos. No se conocen con claridad las causas del derrumbe del poder visigodo pero, en cualquier caso, la leyenda en torno a Don Rodrigo, la Cava y el conde Julián carece de cualquier realidad histórica.

sábado, 6 de agosto de 2011

BROOKLYN FOLLIES. Paul Auster

Cuando disfrutamos de una película de Woody Allen,  o  lo muestran en los noticieros interpretando jazz, lo solemos asociar de inmediato con la ciudad de Nueva York. Algo parecido me ocurre con el mucho  menos mediático escritor Paul Auster. Ambos personajes son de origen judío y los dos nacieron y vivieron en Nueva York  o sus cercanías (Brooklyn, Nueva Jersey). No es casual por tanto que sus respectivas obras estén saturadas de ambiente neoyorquino. 
En el caso de Auster, muchas de sus novelas se desarrollan en esta ciudad. Por citar algunas mencionaremos esta que hoy nos ocupa, y otras como “ El palacio de la luna” o “Trilogía de Nueva York”, ambas publicadas a principios de los años 90 en España, que lo dieron a conocer en nuestro país y lo consagraron como autor de éxito.
          Paul Auster está considerado como  uno de los máximos representantes de la narrativa norteamericana actual. Además de su clara sensibilidad neoyorquina, su obra tiene otras señas de identidad. Sus relatos suelen contener facetas autobiográficas y   están impregnados de  matices existencialistas. Describen la desposesión, los conflictos en las relaciones interpersonales, o la incomunicación. Con frecuencia sus personajes son  seres fracasados, que quedaron marginados en el camino de esa “moral del triunfador” que tan bien define a la sociedad norteamericana. El triunfo, según Auster, es el premio de los  ambiciosos y amorales, a los cuales uno de sus personajes llama “granujas con temple”. Estos rasgos distintivos dan a sus novelas un cierto tinte de pesimismo vital, aunque el autor suele redimir  a  sus personajes y les concede una segunda oportunidad rematando la historia, por lo general, en un final "feliz".
         Otras de las obsesiones del escritor norteamericano es el azar  y su influencia en la existencia del ser humano. En sus narraciones se destacan los errores o los acontecimientos aparentemente anodinos que conducen a bifurcaciones vitales  y terminan por dar un giro total a la vida de sus personajes. En “Brooklyn Follies” se relata una anécdota que ilustra lo ilustra bien, la del judío alemán que sobrevive al exterminio nazi y muere, poco antes de reunirse con su hijo, en un estúpido accidente de tráfico.
         El estilo literario de Auster es sencillo y directo, con toques de sarcasmo e ironía y, cuando la ocasión lo requiere, no renuncia incluso al lenguaje procaz para reforzar una apelación directa a la complicidad del lector.  No obstante, esta aparente sencillez esconde una estructura narrativa compleja, con frecuentes cambios de narrador, digresiones, e historias dentro de la historia.
         Todos los aspectos mencionados hasta el momento los podemos encontrar, en mayor o menor grado, en  “Brookly Follies” (2005), una de sus últimas novelas. El título hace referencia a  los relatos que para distraerse  escribe ( en folios sueltos)   un recién jubilado con problemas, que retorna a sus orígenes y se instala de nuevo en dicho barrio neoyorquino. Este es el personaje principal que a su vez contacta con otros de su entorno familiar y vecinal estableciendo así relaciones y vínculos de amistad que dan un nuevo sentido a su vida e influye decisivamente en la de los demás.
         No tiene objeto ampliar más la sinopsis de la novela, pero si  cabe destacar  las situaciones inesperadas y las coincidencias (azar) que dan a la narración un tono optimista en medio de  los problemas existenciales de los personajes. En resumen, una historia con sabor agridulce muy típico del escritor. Destacaré también, como curiosidad, las alusiones críticas a la política y la sociedad norteamericana que entreveran el relato.
         Aún en el terreno de lo anecdótico quiero  resaltar, por último, dos párrafos que, a modo de disquisición, aparecen al final de la novela. En el primero  se hace una breve alusión a la fisiopatología del infarto de miocardio bastante curiosa porque el autor, con sencillez, renuncia a una descripción documentada, por otra parte nada difícil de conseguir, para explicarlo como lo haría un paciente, profano en la materia, que acaba de ser informado superficialmente  por su médico. En el segundo se reflexiona sobre la muerte y sobre la inmortalidad, no trascendente sino basada en la fama perdurable en el tiempo. Unas reflexiones que comparto y a las que  el autor termina dando una salida en clave de humor.
         Se trata pues de una novela interesante, de obligada lectura para los seguidores de  Auster.

lunes, 27 de junio de 2011

EL OBSERVATORIO. Michael Connelly


La novela negra es un subgénero literario ideal para el verano. Y es que el calor produce con frecuencia cierto grado de embotamiento  mental  y tendencia al sopor, situación nada apropiada para iniciar  la lectura de literatura más profunda. En esas tardes estivales de persianas bajadas, habitaciones en penumbra y zumbido del ventilador o del aire acondicionado, nada mejor que una buena hamaca, un refresco con poco alcohol, y una novelita policiaca de fácil digestión pero con el suficiente nivel de intriga para mantenerte interesado y despierto, evitando así una “siesta” prolongada.
        Con este ánimo de refrescante entretener y pasar las agobiantes horas de la canícula, inicié la lectura de “El Observatorio” de Michael Connelly, un autor norteamericano especialista en este tipo de novela, que se dice admirador de Raymond Chandler  y que, al igual que éste, ha creado su propio personaje, el detective Harry Bosch de la policía de Los Ángeles, nombrado así en recuerdo del pintor holandés Hieronymus Bosch que nosotros conocemos como “el Bosco”. A partir de aquí hay que decir que ese es  todo el parecido de Connelly con el genial maestro antes mencionado. Superficial donde Chandler es profundo, nada de la denuncia social de éste, nada de su estilo cuidado ni de su característico ingenio. El detective Philip Marlowe duro, cínico, e irónico mereció grandes versiones cinematográficas y fue interpretado a la perfección por Humphrey Bogart. A su lado el detective Bosch solo es tozudo y obstinado, apenas merecedor de protagonizar una serie de televisión. 
        El argumento, en trazos generales, es la investigación de un crimen relacionado con el robo de sustancias radiactivas de un hospital, por lo cual se termina convirtiendo en un asunto de terrorismo. En el trascurso  de la historia se pone de manifiesto la tradicional enemistad entre las policías locales y la federal (FBI) en Estados Unidos, traducida en celos profesionales, lucha por las competencias y jurisdicción, retención de pruebas y testigos etc.
       
La trama, en resumen,  es entretenida, superficial, y consigue mantener la atención, con el añadido del correspondiente final sorprendente, algo básico en este tipo de literatura. Insisto, una novela ideal para leer casi de un tirón en una calurosa y aburrida tarde de verano.

viernes, 24 de junio de 2011

LOS GIRASOLES CIEGOS.Alberto Méndez


Hay escritores de un solo libro y en ocasiones uno sólo justifica a un gran escritor. En el caso de Alberto Méndez toda su vida giró de forma indirecta en torno a la literatura; hijo de poeta, licenciado en Filosofía y Letras, guionista, redactor y fundador de editoriales. Por fin, escritor tardío de este libro de relatos que lo llevó a la fama póstuma cuando fue galardonado con el Premio Nacional de Narrativa en el 2005, un año después de su muerte. A partir de ahí el éxito de ventas pero sobre todo su consagración y reconocimiento como uno de los grandes autores de la narrativa actual en castellano.
        Y es que, en  mi opinión, “Los girasoles ciegos” no es una novela más sobre la posguerra española. Las historias incluidas en la narración son de un realismo crudo pero además son verdad, es decir, pueden no ser reales pero son absolutamente veraces. No en balde, fue en un  Madrid derrotado y acosado por el miedo durante los primeros años de nuestra posguerra donde vivió su primera infancia nuestro autor. Los que vivimos la nuestra años más tarde aún pudimos sentir  las últimas secuelas de aquel ambiente opresivo y escuchamos historias muy parecidas, contadas “en voz baja”, estas sí reales. En aquella época eran pocas las familias que no contaban entre su parentela con algún muerto, encarcelado, o represaliado. Somos muchos los españoles que, sin haber vivido directamente la guerra civil, podemos atestiguar la veracidad de estos relatos que nos recuerdan otros de nuestra propia  infancia, cuando aún no teníamos  capacidad crítica ni elementos de juicio, historias que escuchábamos asombrados y que nos asomaban a un pasado de barbarie y crueldad, cuyos protagonistas tenían nombre y en ocasiones vivían “de milagro” como entonces se decía.
        Son cuatro los relatos de esta novela, incluido el que da título al libro; historias que discurren de forma casi paralela en el tiempo y que están sutilmente interrelacionadas porque los personajes de unas aparecen de forma tangencial y secundaria en otras. Todas tienen un nexo común reconocible y reconocido por el autor en los títulos, son historias de derrotados, incluido alguno del bando vencedor, porque nuestra guerra civil terminó, como todas, con vencedores y vencidos, pero al fin y a la postre todos fueron derrotados por el miedo, la miseria, el resentimiento y la venganza. En este sentido los relatos no pecan de maniqueísmo, no son historias de buenos y malos, son de una crudeza dramática que no excluye la emotividad. Los hechos parecen discurrir como determinados por una especie de fatalismo que recuerda a los dioses y el destino de las tragedias griegas. Víctimas y verdugos saben que han de serlo necesariamente y se resignan a su papel, unas veces con dignidad, y otras acosados por la debilidad y el miedo. La crueldad y los rasgos humanitarios se reparten por igual entre los personajes, sean vencedores o vencidos.
        En cuanto a la técnica narrativa es variada en cada uno de los relatos, desde el narrador en tercera persona, alternando con la técnica epistolar, hasta el narrador en primera persona, o el enfoque narrativo múltiple con varios narradores.  El estilo es de lenguaje sencillo y directo pero muy cuidado.
        La historia de “los girasoles ciegos” ha sido llevada al cine por el director José Luis Cuerda y estrenada en 2008. En general el guión  es bastante respetuoso con el texto original pero algo más maniqueo. En cuanto al personaje de Elena protagonizado por Maribel Verdú es poco creíble porque no es el físico ni el erotismo que inspira la aparente viuda lo que atrae al diácono sino su propia lascivia reprimida y su apostolado fascista lo que reclama la rapiña del vencido.
        En resumen, se trata de una gran novela, hermosa y emotiva, que puede agradar a una mayoría de lectores aunque recomiendo que se abstengan de leerla los nuevos revisionistas de nuestra historia reciente y los partidarios de la “memoria histórica” con ánimos revanchistas, es decir, los descendientes o seguidores de aquellos que Unamuno llamó “los hunos y los hotros”.




























domingo, 15 de mayo de 2011

ESTAMBUL. Orhan Pamuk


Comentario escrito en 2009 y publicado ahora de forma anacrónica. Dedicado a Antal, que publicó el suyo sobre este mismo libro en el blog Dementes Literarias y parece compartir mi admiración por esta ciudad.

Estambul es una obra de difícil encuadre en un género concreto, pero en ella se puede considerar  en cualquier caso una doble vertiente íntimamente relacionada; es una autobiografía de la infancia y juventud del autor al tiempo que un retrato de Estambul en la segunda mitad del siglo XX, o más bien las sensaciones que la ciudad provoca en  el escritor de clara mentalidad occidental,  y en último extremo, la ambivalencia y el conflicto cultural entre Oriente y Occidente.

Orahn Pamuk  vivió su infancia en los barrios próximos al Palacio de Dolmabahçe en las orillas del Bósforo, la zona noroeste de Estambul, al otro lado del Cuerno de Oro, que tradicionalmente había sido el barrio occidental de la ciudad y que, a partir de finales del siglo XVIII con el traslado del sultán desde Topkapi al nuevo palacio, se convirtió en residencia de la corte otomana y posteriormente de la alta burguesía turca. Desde su barrio siente las consecuencias tardías del derrumbe otomano, los incendios y desaparición de los hermosos palacios de madera a orillas del Bósforo. Ya en su juventud extiende su observación a los barrios pobres de la otra orilla del Cuerno de Oro, los que se extienden desde el Puente de Gálata hasta más allá de las antiguas murallas bizantinas hasta el místico barrio de Eyup. La sensación más intensa que el Estambul de los años 50 y 60 despierta en Pamuk es la de amargura y melancolía por  la caída, a principios de siglo, del Imperio y las consecuencias de pobreza y pesimismo que afectó a la ciudad y sus habitantes, que aún persisten en cierta medida en la actualidad.
        En los distintos capítulos se repasan los contrastes y ambivalencias de la sociedad estambulí. El difícil equilibrio entre la  alta burguesía laica occidentalizada y las masas populares de inmigrantes anatólicos, de cultura islámica. El contraste entre el nacionalismo laico y militarista, fundado por Ataturk, que reclama su incorporación a Europa y otro nacionalismo asiático que simpatiza con el integrismo islámico.
        Pamuk fue aficionado a la pintura así que describe los barrios de la ciudad con un detalle que podríamos llamar pictórico. En algunos capítulos se refiere a pintores occidentales como Melling que realizaron los únicos grabados y pinturas de la ciudad, ya que los pintores otomanos estaban limitados por el rechazo coránico a la representación de figuras humanas. Frente a su propia visión e impresiones sobre Estambul, el autor nos remite a otras visiones, las de los viajeros franceses e ingleses del siglo XIX, como Gerard de Nerval, Teophile Gautier o Gustave Flaubert.
        El pesimismo de Pamuk se hace literario, se traduce en la melancolía que impregna su visión de la relación con su familia y se extiende a otros aspectos de la sociedad estambulí hasta constituir el auténtico espíritu de la ciudad. Existe un cierto paralelismo entre el progresivo hundimiento económico familiar, el deterioro de las relaciones entre sus miembros de una parte y una cierta sensación de fracaso de los valores de la burguesía laica y occidentalizante  que su misma familia representa.
       
En fin, es  un libro  rico en matices y muy interesante. Se trata de un retrato profundo de Estambul que puede ayudar al visitante occidental a penetrar en la mentalidad y forma de ser de sus habitantes, más allá de los aspectos turísticos.  Aunque no es una obra histórica resulta fundamental para comprender algunos hechos de la historia reciente de Turquía y de contradicciones tales como la cuestión Oriente-Occidente.  Entre los europeos occidentales, el “miedo al turco” es ancestral, desde Lepanto, pasando por los piratas berberiscos, hasta las actuales reticencias a la admisión de Turquía en Europa. Pamuk nos ofrece la opinión y el sentimiento de los turcos y contribuye a derribar tópicos sobre su pueblo.


sábado, 14 de mayo de 2011

EL ASEDIO. Arturo Pérez-Reverte


Comentamos hoy el último éxito editorial de Arturo Pérez-Reverte. La crítica literaria y el propio autor coinciden en no incluir la obra en el subgénero de novela histórica. Se trata más bien de una trama novelesca ambientada en una época muy concreta, los años 1811-12 en Cádiz, durante el cerco de las tropas francesas a la ciudad. El esquema es parecido al de la gran obra de León Tolstói, “Guerra y Paz”, en la que se narran las vicisitudes de varios personajes durante la invasión de Rusia por los ejércitos de Napoleón. En este caso son también varios los personajes y las tramas argumentales que se entrecruzan dentro de aquel marco histórico. La principal es la sucesión de misteriosos asesinatos que parecen tener relación con el bombardeo de la ciudad, pero la acompañan otras de corte romántico, aventurero, científico etc. En términos actuales se la podría definir como un thriller histórico, es decir, una historia de detectivesca, de suspense e intriga, ambientada en una determinada época. Este tipo de literatura suele ser muy fácil de adaptar a versiones cinematográficas. Está además muy de moda y su  abundante producción, de calidad muy dispar, nos abruma en las librerías.
En cualquier caso, Arturo Pérez-Reverte es un auténtico maestro de este subgénero que cultivó en sus comienzos con títulos como  “El maestro de esgrima”, “La tabla de Flandes”, y en cierta medida, la serie de Alatriste. En  “El  Asedio” creo que ha conseguido su novela más lograda. La perfecta caracterización de los personajes, las sospechas sutiles e inconcretas que se vierten sobre algunos de ellos, las relaciones que se establecen entre los crímenes, todo contribuye a urdir la trama novelesca y mantener el suspense y nuestra atención. Ya se sabe que en este tipo de novelas el culpable será el “mayordomo” o personaje secundario, y por ello oculto e inesperado, pero lo importante es no descubrirlo hasta el final. Si lo intuimos a mitad de la narración se produce el fracaso. Para evitar esto, los autores fuerzan la historia hasta el punto de que la solución viene como un “deus ex machina” teatral. El culpable aparece en las páginas finales, tan bruscamente como caído del cielo, y por ello es difícil argumentar de forma lógica sus razones. Algo de esto ocurre en esta novela y para remediarlo, en parte, el escritor recurre a un personaje, el erudito profesor amigo del detective, que va trazando de antemano el perfil psicológico del desconocido criminal, así al final sólo se necesita darle un nombre.
        Pérez-Reverte suele manejar la documentación y el asesoramiento histórico de forma rigurosa y abundante y lo viene demostrando desde el inicio de su producción literaria. Quizás sus antecedentes como reportero y periodista le ayuden en esta tarea. Lo cierto es que la ambientación histórica de sus novelas suele ser impecable y esta no es una excepción. Las descripciones geográficas de Cádiz a principios del XIX, los usos sociales y vestimenta, todo lo relacionados con el cerco y bombardeo de la ciudad, los pormenores de la navegación a vela y las continuas alusiones a hechos de armas e ideas políticas. Todo en conjunto nos introduce en ese  momento histórico decisivo de una ciudad a punto de perder el monopolio comercial de América y por tanto su hegemonía económica, al tiempo que surgen las nuevas ideas liberales, concretadas en la Constitución de 1812, herederas de la revolución francesa que de forma paradójica introducen los invasores napoleónicos. Un mundo nuevo que fue abortado por la reacción absolutista posterior  que nos atrasó casi un siglo con respecto al resto de Europa.

Resumiendo lo dicho, “El asedio”  me parece una estupenda novela, interesante y entretenida en su argumento bien construido, y sólida en el aspecto de la divulgación histórica. Los personajes de Pérez-Reverte han alcanzado ya una madurez y tipología muy propias del autor, con rasgos muy definidos como la firmeza y cierta dureza de carácter, un tanto de escepticismo, bastante de pesimismo histórico y desconfianza ante el poder político. Todo se podría resumir en la frase del Mio Cid: “¡Dios que buen vasallo si tuviese buen señor¡".
       
Para terminar tengo que admitir mis simpatías por  Arturo Pérez-Reverte. Sus comienzos como periodista y corresponsal de guerra, de los que se jugaban el tipo, lo revistió de un aura de aventura y crédito. Desde que se inició su etapa literaria he leído casi toda su producción, su ascenso y reconocimiento en el mundo literario me parece merecido y su entrada en la Real Academia también. No obstante, hizo no hace mucho unas declaraciones en  Twitter sobre un político que me parecieron crudas, poco compasivas y más bien detestables. Las aclaraciones posteriores tampoco  mejoraron mi impresión inicial. La falta de humanidad no puede justificarse por razones de marketing, ni deber ser tolerada, menos a un buen escritor.

sábado, 30 de abril de 2011

CONCIERTO DE PIANO. Volker Banfield


Se celebra en nuestra ciudad una nueva edición del  Concurso de Piano, un certamen ya tradicional que ha alcanzado cierto prestigio internacional si se considera la calidad creciente de los participantes que acuden desde lugares tan remotos como Japón, Rusia, o América. Un año más hemos asistido al concierto inaugural que suele ser interpretado por un pianista consagrado que formará parte del jurado del concurso. En esta ocasión el elegido ha sido el pianista alemán Volker Banfield, educado en su madurez en Estados Unidos y de larga trayectoria profesional.
En estas actuaciones preliminares al concurso los intérpretes suelen elegir obras que destacan por la complejidad y dificultad de ejecución, con frecuencia poco conocidas por el público en general  pero muy apreciadas por los entendidos. Yo desde luego no me incluyo entre estos últimos pero, aún así, como simple aficionado pude apreciar la calidad del pianista en un programa adecuado para el lucimiento en la interpretación.
       
En la primera parte tocó cuatro sonatas compuestas para teclado por Domenico Scarlatti (1685-1757), músico italiano que vivió y compuso casi toda su obra en España, al servicio  de los Borbones. Música barroca con importante influencia del folclore hispano, y acordes que en ocasiones recuerdan sonidos de guitarra. Por su dificultad técnica estas sonatas fueron consideradas en su tiempo como estudios de virtuosismo. A continuación abordó el romanticismo musical  con una obra de Robert Schumann (1810-1856). En concreto la fantasía titulada Kreisleriana Op. 16, un conjunto de ocho piezas para piano compuestas por el autor alemán en honor de Frédéric Chopin, de fuertes contrastes que impresionan de forma dramática, consideradas como las mejores piezas del músico para este instrumento. En estas dos obras la interpretación me pareció bastante académica pero algo fría, con poco sentimiento, o esa fue al menos mi impresión.
En cambio, durante la segunda parte, la actuación fue de menos a mas, quizás porque las obras elegidas se prestaban al virtuosismo pero inspiraban también una tensión capaz de provocar  la pasión del intérprete y despertar la emotividad del público. Me refiero a esa sensación vaga, difícil de precisar o asociar con sentimientos concretos, que provoca un escalofrío o incluso puede hacer brotar una lágrima en el oyente. 
En primer lugar tocó una sonata de Alexander Scriabin (1872-1915), un compositor ruso con fuerte influencia del impresionismo modernista francés de finales del XIX y principios del XX. Una música impregnada de misticismo y algo de misterio que recordaba algunas de las obras del francés Debussy. Para terminar interpretó una sonata de Charles Griffes (1884-1920) un autor influenciado igualmente por el impresionismo musical de Scriabin pero con el inconfundible sello de la música norteamericana. No sabría precisar si eran toques  de jazz, pero en ciertos momentos me recordaba a Gershwin.
Después de alcanzar su cenit de apasionamiento con esta última interpretación, el pianista recuperó  la típica frialdad germánica y respondió con cortesía a los aplausos del público que premió su maestría pero no solicitó  un bis que tampoco el músico parecía dispuesto a conceder.