martes, 30 de agosto de 2016

VIENTO DEL ESTE, VIENTO DEL OESTE. Pearl S. Buck

El concepto de libro, entendido como soporte físico de la obra literaria impresa, está actualmente en revisión tras la aparición de nuevos formatos como el libro electrónico (e-book) o el audiolibro. En la evolución hacia esas modernas técnicas de edición somos aún muchos los lectores que nos aferramos a la tradición. Nos gusta el libro como objeto, valoramos su presentación en la portada, su estructura  en la encuadernación, calidad del papel o caracteres tipográficos. Nos deleita el olor de sus páginas nuevas cuando las desplegamos en esa primera y quizás única lectura que nos abre a nuevos mundos. El libro de papel impreso tiene además una cualidad que me impresiona –valga la redundancia- y  es que envejece con nosotros, como propio en nuestra biblioteca u olvidado y ajeno en los anaqueles de las librerías de viejo. Me refiero a esos libros que, aún con buen uso, tienen ya las sobrecubiertas rozadas y agrietadas en los bordes, cuyas hojas han perdido la tersura y el blanco virginal, que adquieren con los años una textura ligeramente rígida y rugosa, una tonalidad de suave ocre y sobre todo un olor especial e indefinible pero no desagradable. En fin, esos libros usados son una metáfora del paso del tiempo, la expresión del saber y la cultura sedimentada, la serena desilusión ante el desenlace ya conocido, trasunto de nuestro propio escepticismo vital, pero también un evocador retorno a las ilusiones juveniles. 
Esta introducción de claro matiz nostálgico me la inspira la novela de hoy que fue superventas hace muchos años pero no leí entonces. Ahora la vuelvo a encontrar y me reclama su lectura como asignatura pendiente de aprobado. Su portada quedó grabada en mi memoria como otras muchas de aquella colección que fue muy popular en los años 60 y 70 del pasado siglo. Me refiero a la Reno (Plaza & Janes), una serie de libros de bolsillo muy económica, de hojas sin coser unidas al lomo por cola y encuadernada en rústica tapa blanda, pero con unas sobrecubiertas muy coloristas que representaban las escenas más destacadas o dramáticas de la trama argumental. Con esos libros conocí en mi juventud a escritores como W. Faulkner o J. Steinbeck, y aún conservo en mi biblioteca títulos como Sinué el egipcio (M. Waltari) o Chacal (F. Forsyth), en buen estado de conservación.
Pearl S. Buck (1892-1973), fue una de las estrellas de Reno, que llegó a editar, junto a esta novela, hasta 16  de sus títulos más conocidos, entre otros La buena tierra (1931), La madre (1934) y La estirpe del dragón (1942). La escritora norteamericana era hija de misioneros presbiterianos establecidos en China y vivió cuarenta años de su vida en ese país. Fue educada por su madre y un tutor chino y dominó desde la infancia el idioma inglés y el mandarín. Su profundo conocimiento de la cultura china y sus tradiciones la indujo a divulgar sus valores en el mundo occidental y a ese fin dedicó la mayoría de su obra literaria. Una tarea que llevó también al terreno del activismo social, concretado en la fundación de una agencia de adopción de niños asiáticos y en  la  Asociación East and West, dedicada al intercambio cultural entre oriente y occidente. Quizás como reconocimiento a esta labor divulgativa recibió el Premio Nobel de Literatura en 1938.     
Viento del este, viento del oeste (1929) fue la primera novela de la escritora. Se trata de una historia intimista narrada en primera persona por la protagonista Kwei-Lan, una joven de 17 años, hija de una familia perteneciente a la antigua aristocracia imperial, educada en los valores tradicionales y preparada para ser una buena esposa en un matrimonio concertado desde su nacimiento. Su marido por el contrario se formó como médico en Estados Unidos y tiene una mentalidad moderna y occidental. El fuerte contraste entre las dos formas de entender la vida y la relación matrimonial provocará en la esposa una lucha interna de sentimientos enfrentados que finalmente superará, al tiempo que en su propia familia se desarrolla un intenso drama provocado por el mismo enfrentamiento cultural.
Aunque no se dan referencias temporales ni espaciales, la narración está  ambientada en la China de comienzos del  siglo XX. Unas décadas antes el país había iniciado su apertura a occidente, no exenta de conflictividad política. La protagonista cuenta sus vivencias y dirige sus confidencias a una amiga, a la que llama hermana, extranjera pero conocedora de las costumbres orientales, que bien pudiera ser la propia escritora. El lenguaje es sencillo y directo al tiempo que emotivo.
El relato destaca la rigidez protocolaria en las normas de conducta de la sociedad china y describe sus costumbres, matizadas por la visión ideal y poética de la protagonista, en un tono amable que incita a la comprensión, la tolerancia e incluso cierto grado de admiración. No obstante, la escritora no puede evitar la vanidosa exhibición de superioridad cultural, tan típica de la mentalidad misionera y colonial occidental, cuando en los avatares de la historia se resalta la utilidad de la moderna medicina occidental y se reduce la oriental a meras prácticas supersticiosas.
Cuando fue editada la novela tuvo la virtud de suscitar el interés del lector occidental por la cultura china. Al español llegó algo más tarde y fue muy comentada entre los jóvenes de los años 60. Ahora, el paso del tiempo ha desvaído sus páginas y atenuado el interés y la emotividad de la historia narrada. Y pese a todo, sigue siendo un buen libro que merece ser recomendado.
Para terminar una aclaración. Ha sido la antigua portada del volumen editado por Reno, escaneada en Internet, la que ha despertado mis recuerdos y provocado las reflexiones en torno a los libros de la colección. Pero, tengo que confesarlo, no he tenido en mis manos el viejo ejemplar impreso, lo he leído en formato electrónico. De nuevo la tradición, el progreso y la evolución. Viento de ayer, viento de mañana.

miércoles, 24 de agosto de 2016

MI VIDA QUERIDA. Alice Munro

Antes de iniciar el comentario de una obra suelo recoger de forma somera algunos datos biográficos del escritor que me ayudan a contextualizar la lectura, pero evito consultar otros comentarios o críticas sobre la misma para que mis propias opiniones no resulten condicionadas por las de otros. La de hoy es una clara excepción a ese veto previo que me impongo, porque esta colección de cuentos me ha dejado sin ideas, sin palabras, literalmente in albis-que dicen los latinos-y no precisamente por fuerte impresión o impacto emocional. Será necesario, pues, recurrir más de lo que quisiera a ideas y opiniones ajenas.
No conocía a Alice Munro (1931) y resulta que esta veterana escritora fue galardonada con el Nobel de Literatura en 2013. Nació en Ontario, la región de los Grandes Lagos norteamericanos. Era hija de granjeros y parece que su infancia se vio afectada por las penurias económicas propias de la gran depresión y las posteriores restricciones en tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Ha vivido dos matrimonios y varios cambios de residencia pero siempre en Canadá. A partir de los años 70 se estabilizó de nuevo en su región natal y se consagró como escritora. Su especialidad son los relatos cortos que ha agrupado y editado en sucesivas colecciones. Creo que sus cuentos están claramente marcados por la propia biografía y, si la repasamos,  encontraremos reflejados en ellos los lugares, el ambiente social y quizás experiencias o impresiones de su infancia y juventud.
           Mi vida querida (2012) es su última colección de cuentos. Está integrada por diez relatos y, a modo de apéndice final, otros tres que la autora califica de autobiográficos y parecen una confesión de sentimientos y sensaciones en torno a los recuerdos de su infancia.
                     La mayoría de las historias están ambientados en pueblos de Ontario o la Columbia Británica. Pequeñas villas rurales de ambiente un tanto opresivo, donde todo el mundo se conoce y nunca pasa nada especial, que recuerdan a los pueblos del medio oeste norteamericano. Comunidades que aún respiran la atmosfera puritana de los primeros colonos, bajo la dirección de pastores evangelistas, anglicanos o unitarios. Los narradores son múltiples, omnisciente en tercera persona, narrador testigo, y en muchos casos enfocados desde la perspectiva de una narradora protagonista en primera persona, niña o joven, que cuenta vivencias de su infancia o juventud, a veces como recuerdos cuando ya son adultas. El marco temporal predominante son los años 40 y 50 del pasado siglo, años de depresión económica como se ha dicho; con cierta similitud al mismo periodo histórico que en nuestro país se dio en llamar la España en blanco y negro. El tren aparece en muchos relatos quizás como símbolo del viaje como devenir de la vida o como ilusionada huida hacia otra vida posible.
          Dicen los críticos y admiradores de la escritora que su prosa es natural, cercana al lector y abundante en elipsis que buscan su complicidad. Que estas historias giran casi siempre en torno al amor. Que exploran las relaciones humanas en contextos cotidianos. Que sus personajes  se dejan arrastrar por la inercia de los acontecimientos y se caracterizan por la inacción. Por esto, y por la calidad y el crudo realismo de los relatos, se ha llamado a Alice Munro, la Chejov canadiense.
          Naturalmente estoy de acuerdo con estas apreciaciones, sería presunción por mi parte no compartirlas. Pero añadiré que los frecuentes vacíos o elipsis, quizás fáciles de rellenar por un lector canadiense, suponen una cierta dificultad para lectores menos familiarizados con las costumbres y ambiente de ese país. Que el amor que trasciende los relatos suele ser frustrado o insatisfecho, y en ocasiones con matices crueles. Que las relaciones interpersonales, descritas con frio realismo, quedan despojadas con frecuencia de emotividad. Que los giros inesperados, un elemento característico del relato breve, son a menudo previsibles.
          Es normal que en una colección de cuentos, cada lector tenga sus favoritos. Los míos son estos: Corrie, el amor defraudado que se mantiene por inercia. Admunsen, la relación entre una joven y un hombre maduro en un entorno triste. Llegar a Japón, el viaje de una mujer casada en pos de una ilusión. Grava, el sentimiento de culpa que se arrastra toda una vida. Como siempre, lamento ser tan poco explícito. Me lo agradecerán quienes quieran leer estos relatos.
         En fin, cuando un libro como este me deja algo insatisfecho, más si se trata de una autora consagrada y elogiada por la crítica especializada, siempre sospecho de mi propia ignorancia o capacidad de análisis. Quizás tampoco he sintonizado con la sensibilidad de la escritora o con una mentalidad tan distinta de nuestra mentalidad latina. En cualquier caso tengo que admitirlo, estos relatos me han dejado frio y no han conseguido engancharme en una lectura casi de tirón, algo que me pasa con muchas otras colecciones de cuentos. En mi opinión les falta esa chispa indefinible que atrae y atrapa en la lectura. Deseo a futuros lectores mejores sensaciones que la mías.  

sábado, 6 de agosto de 2016

OBRA POÉTICA. Baltasar del Alcázar

Tengo que reconocer mi deuda con este antiguo poeta sevillano del que he tomado en préstamo parte de sus señas de identidad. Para empezar, titulé mi blog con el nombre del personaje que encabeza su poema más conocido, el que empieza con los versos: En Jaén donde resido/vive Don Lope de Sosa.. Más tarde seguí  utilizando ese literario pseudónimo en las redes sociales, y  para rematar la faena puse como foto de mi perfil el único retrato conocido del poeta, un dibujo publicado nada menos que en 1599. En el retrato aparece avejentado, con barba cana, engolado a la moda de su tiempo y ostentosamente laureado de una fama literaria que, según dicen, acaso no traspasó los límites de su ciudad natal. Estas apropiaciones las justifico por mi inicial recelo hacia la red y la intención de mantener el anonimato. Ahora cuando, a pesar de todas esas precauciones, Google me conoce bastante más de lo que debiera y me felicita por mi cumpleaños, me busca amigos o conoce mis aficiones, me alegra pensar que al menos no puede utilizar mi imagen y nombre real. He mantenido pues esa pequeña usurpación de personalidad que me exonera de pagar derechos de imagen o de autor, inexistentes en el siglo XVI.

martes, 19 de julio de 2016

LA SUITE DE MANOLETE. Joaquín Pérez Azaústre

Este libro resulta buen ejemplo para ilustrar como se puede elaborar un argumento a partir de elementos temáticos heterogéneos y en principio inconexos, pero bien amalgamados y estructurados, para conseguir una historia atractiva que sustente la atención del lector hasta el desenlace. Creo que ese resultado lo ha alcanzado, en este caso y con cierta maestría, Joaquín Pérez Azaústre (1976), escritor cordobés que, a pesar de su relativa juventud, tiene editada ya una considerable obra literaria en géneros como poesía, novela y ensayo, que alterna con frecuentes colaboraciones en prensa.
La suite de Manolete (2008) es la cuarta y penúltima de sus novelas. Un relato de intriga con matices de serie negra que mezcla con inteligencia ficción y realidad, en un juego que especula con los imprecisos límites entre una y otra, cuestión muy de moda en la narrativa actual. La historia se localiza temporalmente en 1989, y los protagonistas son tres amigos, antiguos compañeros de estudios, Bruno Díaz, Fabián Alder y Jon Garcés. A éste último le encargan una biografía sobre Manolete y muere de forma inesperada y sospechosa. El suceso coincide con el estreno de una ficticia película sobre el diestro cordobés, del mismo título que la novela, producida por un ambicioso magnate de la presa con cierto perfil mafioso. Bruno inicia una investigación que lo sumerge en una espiral de acción mientras indaga sobre inquietantes hechos del pasado, y es en ese terreno donde lo real penetra en la trama. Por lo pronto aparece otra película, Brindis a Manolete (1948) de Florián Rey que se estrenó un año después de la muerte de aquel, protagonizada por Paquita Rico y Pedro Ortega, un actor mediocre pero casi un doble del torero (véase foto de portada). También se incorpora al relato el conocido como asunto Adonais 1950, una especie de fraude literario protagonizado por el poeta José García Nieto y una falsa poetisa, Juana García Noreña, pseudónimo con las mismas iniciales del escritor, que escondía a una mujer real, Angelines Fernández Borbolla, utilizada en una farsa que la mantuvo en candelero  durante un tiempo hasta ser descubierta y  desaparecer después cuando dejó de ser noticia. Un destino que guarda cierta similitud con el de Lupe Sino, la actriz y novia de Manolete que compartió con el diestro las portadas de las revistas del corazón y se eclipsó totalmente tras su muerte en 1947. En la evocación de esas historias del pasado, algunos de sus protagonistas reales penetran en la trama como personajes que dialogan con los ficticios en un juego de matiz metaliterario; tal es el caso del periodista Eduardo Haro Tecglen o el propio poeta García Nieto
          En el desarrollo argumental, entre exposición y desenlace, se intercala, a modo de largo inciso que ocupa un cuarto del texto completo, una biografía novelada de Manolete, la redactada por el amigo de Bruno, Jon Garcés. Es aquí donde el novelista da rienda suelta a su admiración por el torero, reconocida en las notas finales, y nos ofrece su imagen a medio camino entre lo épico y el lirismo, entre la pose austera y solitaria del héroe y su íntima necesidad de amor, entre el opresivo peso de la fama y la alegría vital de la juventud. Una imagen que no evita algunos claroscuros del personaje que humanizan su figura. Porque Manolete fue un mito necesario en la mísera, humillada y autárquica España de posguerra. Tenía todas las condiciones necesarias para serlo y la principal, la imprescindible desde Aquiles y Alejandro, fue su prematura y trágica desaparición, esa muerte que inmortaliza al héroe, lo fija en una eterna juventud sin mácula y lo conduce a la apoteosis  mítica.
          La biografía no supone una defensa de la tauromaquia, y digo esto para alivio de anti-taurinos y animalistas en general, lo que interesa aquí es sólo el hombre y su mito. A su tono poético solo hay que reprocharle la inclusión, a modo de copia y pega, de unas pocas notas de prensa sobre las corridas del diestro cordobés. Y aunque parezca una digresión, está bien trabada con la trama sin llegar a romper totalmente el hilo conductor de la acción, de forma que se consigue mantener la tensión durante todo el relato.
       Valorada en su conjunto, a la historia solo cabe reprocharle algunos aspectos poco creíbles en Bruno, el protagonista principal, y tampoco añade ningún plus el epílogo, con un salto temporal de cinco años, que solo pretende completar la historia con una feliz secuela que sobra en mi opinión. Pero con todo es una interesante novela de intriga, bien trabajada, entretenida y de lectura fácil, sin merma de cierto estilo literario.  

viernes, 1 de julio de 2016

MIL SOLES ESPLÉNDIDOS. Khaled Hosseini

Khaled Hosseini es poco o nada conocido en España, pero en Estados Unidos alcanzó cierta fama gracias a tres novelas que han sido superventas. Esta es la segunda de esa serie y cuenta, como las otras dos, una historia ambientada en Afganistán. Si repasamos la biografía del escritor afgano-norteamericano veremos que nació en Kabul, en 1965 y en el seno de una familia perteneciente a la élite cultural de su país. Su padre era diplomático y su madre profesora. Con once años se trasladó a Teherán y luego a París por los destinos de su padre en esas embajadas, y no pudo regresar a Afganistán por la guerra latente que se prolongó allí durante unos treinta años. La familia se afincó en Estados Unidos donde estudió y ejerció la medicina hasta que sus éxitos editoriales le indujeron a consagrarse a la literatura. Podemos suponer en el escritor un profundo mestizaje entre sus raíces orientales y la educación occidental, y sabemos que su experiencia afgana no se limita a la infancia sino que se amplió cuando viajó en 2006 a su país natal como embajador de ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados. Desde entonces ha creado una fundación de ayuda a los mismos y pienso, después de esta lectura, que sus novelas son una especie de contribución literaria a esa causa humanitaria   
          Mil soles espléndidos (2007) es una historia de ficción que se puede asimilar al género literario que los anglosajones denominan Factión, “literatura of facts” o Nonfiction novel. En este tipo de obras, los hechos narrados son ficticios pero verosímiles. Se aproxima, aunque no es totalmente equiparable, a la novela testimonio. Tiene un carácter historiográfico pero subjetivo, una especie de expresión intrahistórica que se personaliza a través de las vivencias de los personajes en épocas difíciles fomentando en el lector una visión valorativa de la historia, casi siempre de tipo aflictivo, porque apela a su íntima subjetividad más que a la objetividad racional.  En este tipo de literatura, muy del gusto norteamericano, prevalece la emotividad del contenido antes que la forma estética del relato.
          Todo lo anterior, y en particular lo último, parece aplicable a nuestra novela, repleta de escenas tiernas y emotivas, dramáticas y hasta crueles, descritas en un estilo totalmente desprovisto de cualquier artificio literario, tanto en su estructura narrativa como en el lenguaje, y por tal motivo de muy fácil lectura. Podemos confundir ternura con poesía, a fin de cuentas los buenos sentimientos tiene algo de poéticos pero, en el sentido estricto del término, la única alusión poética de la novela está en su título que hace referencia a unos versos del persa del siglo XVI, Saib-e-Tabrizi, que tampoco son de traducción literal al español.
          El libro cuenta la historia de Mariam y Laila dos mujeres afganas de distinto origen social cuyas vidas quedan unidas, por el destino y las circunstancias históricas, en una hermosa amistad que llega hasta la renuncia y el sacrificio. Están rodeadas de multitud de personajes que son expresión de todos los vicios y virtudes  propios del  ser humano, desde la cobardía, el resentimiento y la crueldad, hasta la tolerancia, la amistad y la abnegación. Afortunadamente el escritor no los reparte de forma maniquea evitando así una historia de buenos y malos, y por eso son personajes muy humanos y creíbles. La excepción es el zapatero Rashid, personificación de todos los aspectos más despreciables del machismo como elemento dominante en la cultura islámica. Porque lo que trasciende el relato es la opresión de la mujer en la sociedad afgana que llega a ser auténtica esclavitud en los regímenes integristas. A través de las dos protagonistas principales, sobre todo Laila, es también un canto a la dignidad de las mujeres y su valentía para rebelarse contra la tiranía de las normas sociales y religiosas para ser elementos activos de la sociedad. El ambiente histórico que envuelve la trama argumental  comprende unos de los periodos más convulsos de la historia afgana, desde la revolución comunista  de 1978 y la posterior invasión soviética, pasando por la larga guerra de desgaste de los muyaidines, la retirada rusa en 1989, la posterior guerra entre distintas facciones tribales, el integrista régimen de los talibanes, hasta la invasión norteamericana del país en 2001 tras el atentado a las torres gemelas. Se evidencia también la profunda división étnica y religiosa de Afganistán, que es una realidad histórica desde tiempo inmemorial y fuente de continuo sufrimiento para la sociedad civil. Y con todo no es la ambientación lo importante, no estamos ante una novela histórica aunque tenga elementos que nos la recuerden. Pero sí cabe destacar que es tendenciosa porque muestra los estragos bélicos de soviéticos y muyaidines, y la crueldad de los talibanes, mientras evita mencionar los mismos desastres en cuanto a la invasión americana. Me parece adivinar en  todo el relato una cierta intención catártica que busca fomentar la compasión y la piedad del pueblo norteamericano ante la triste condición de la mujer afgana y purificarlo de su mala conciencia justificando la intervención militar como una causa justa de liberación. En el epílogo parece que se pretende aprovechar ese estado de aflicción ante la miseria y padecimientos de los afganos para inducir sutilmente a la colaboración con las ONG humanitarias. Todos esos elementos explicarían que esta novela haya sido un best seller. Los años pasados y la inestabilidad del actual régimen afgano sustentado por Estados Unidos nos avisan de la inutilidad de esa catarsis aunque siga vigente la necesidad de ayuda a los refugiados.
      En fin, sobre todo una bonita y emotiva historia que se lee con agrado y facilidad, pero con bastante limitación en lo literario.     

miércoles, 15 de junio de 2016

MADAME BOVARY. Gustave Flaubert

Resulta empeño muy difícil comentar algo novedoso sobre esta obra que ha sido motivo de una ingente producción de ensayos y estudios analíticos. Algunos dicen que es la segunda mejor novela de la historia de la literatura, después de El Quijote. En cualquier caso, la crítica se muestra unánime cuando la considera como obra fundacional de la novela moderna y máximo exponente del movimiento literario realista.
Madame Bovary (1857) es posiblemente el mejor ejemplo a destacar entre los clásicos del XIX, no solo porque sus personajes son relevantes como modelos paradigmáticos de su época, sino porque en sus rasgos éticos y psicológicos, perfectamente caracterizados, son extrapolables a la nuestra, y las pasiones que muestran son atemporales. Gustave Flaubert (1821-1880), siempre obsesionado por la precisión, el estilo y “le mot juste” -en sus propias palabras- tardó más de cuatro años en escribirla, en plena etapa de madurez vital y literaria, y el resultado fue una obra maestra de perfecto equilibrio entre forma y contenido. En el plano formal porque el estilo literario, basado en un lenguaje elegante y sencillo, es también poético con algunos toques románticos, al tiempo que la precisión descriptiva es plenamente realista. En lo referente al contenido, porque la protagonista es víctima de su romanticismo libresco en un mundo real de convenciones y prejuicios burgueses.
          Es verdad que Madame Bovary es más bien una anti-heroína y que su historia y su apasionado carácter esconden una evidente crítica del romanticismo, pero su dramático final no está exento de tintes épicos. Cuando Carlos Bovary  atribuye el desenlace a la fatalidad pone en juego un elemento muy del gusto de los románticos y del propio autor que era un gran conocedor de los clásicos grecolatinos. Así pues, aunque se reconoce a Flaubert como el fundador del movimiento realista, se le atribuye además un cierto nexo con el movimiento anterior en un plano de transición entre los dos estilos literarios. Tras haber leído esta novela y tres obras más de las suyas, estoy de acuerdo con quienes opinan que fue una mezcla de temperamento romántico y realismo literario. ¿Cómo si no puede entenderse que, perteneciendo a la alta burguesía normanda, nos muestre un profundo desprecio por su propia clase social?. Porque la obra es también una aguda crítica de esa sociedad burguesa y provinciana, de la que destaca su vulgaridad y a la que retrata mediante personajes arquetípicos como el usurero y el boticario arribista, o en sus prejuicios y usos sociales tales como el matrimonio de conveniencia.
          Pero el tema central de la novela es el adulterio. Un asunto escandaloso para la mentalidad de la época, que le costó al escritor un proceso judicial por atentado contra la moralidad del que afortunadamente fue absuelto. No obstante, pienso que el tratamiento es aquí paradójicamente moralizante porque el desarrollo de la trama y el desenlace parecen establecer una clara relación causal entre pecado y expiación o penitencia, entre adulterio y castigo. Emma, joven soñadora muy influenciada por lecturas románticas, recibe una esmerada educación que le impulsa a rechazar  su modesto origen y ambicionar el brillante mundo de la aristocracia y  alta burguesía. Con la intención de salir de su familiar ambiente rural, casa con el médico Carlos Bobary y pronto ve frustradas sus ilusiones. A partir de entonces, amparada en su alocada e ingenua fantasía, inicia un proceso de progresiva degradación sentimental y ruina económica,  una progresión lógica hacia el desastre final que recuerda en cierto modo a las antiguas tragedias griegas. El lector lo intuye pero no importa, queda envuelto en las precisas  descripciones nunca tediosas, atrapado por la elegancia del lenguaje sin inútiles ostentaciones, y por un narrador omnisciente que se aproxima tanto a los personajes que nos los acerca, como si hablaran en primera persona. También percibe sutiles cambios de narrador en algunos pasajes y diálogos Dicen los expertos que esa sensación de proximidad, y un falso efecto de saltos temporales en una acción que es lineal y continua, lo consigue el escritor mediante el uso de tiempos verbales de imperfecto, condicional e interrogativo, que aportan esa impresión de movilidad sin alterar el ritmo y la unidad temporal. Son sutilezas técnicas que el lector nota pero  escapan a mi análisis de aficionado.
             En fin son muchos los aspectos que pudieran comentarse,  pero antes que extenderme mejor remitir a los detallados estudios que suelen introducir esta novela en las buenas ediciones. Terminaré añadiendo que es una lectura más que recomendable, casi obligatoria para los buenos lectores, aunque sea tarde como en mi caso. Los grandes de la literatura nunca defraudan.   

miércoles, 8 de junio de 2016

TOSCA. Giacomo Puccini

La ópera, como género de música teatral, es un espectáculo que reúne escenificación dramática, música instrumental y vocal, y en ocasiones coreografías y ballet como elementos adicionales. La necesaria armonización de todos ellos  es compleja y requiere el despliegue de considerables recursos; orquesta, cantantes solistas, agrupaciones corales, además de ambientación escenográfica y vestuario. Por eso fue en sus comienzos, y en menor medida lo sigue siendo, un espectáculo destinado a las élites sociales y económicas. Los aficionados tenemos siempre en mente los grandes templos de la ópera en los que quizás nunca, o rara vez, hemos estado; la Ópera de París, Scala de Milán o Liceu de Barcelona, entre otros. Pero en nuestra ciudad, la posibilidad de asistir a una representación operística queda limitada a contadas ocasiones al año, a cargo de compañías itinerantes de ámbito nacional, y con el necesario mecenazgo de las instituciones que permita aliviar la carestía de este producto cultural y divulgarlo entre las clases medias. 
          Por todo lo dicho me sorprendió la valentía de un grupo de cantantes, profesionales y amateur, al enfrentar  la representación de la ópera Tosca en Jaén. Me refiero al Coro del Taller de Canto Clásico de la Universidad Popular liderado por el tenor jiennense Miguel Ángel Ruiz. Esta agrupación ha venido desarrollando con éxito una intensa actividad coral en los últimos meses y ampliando su repertorio con obras tan exigentes y complejas como el Requiem de Mozart; pero el montaje de esta ópera, una de las más conocidas del repertorio internacional, me pareció un reto excesivamente ambicioso y me hizo dudar del resultado. Ahora, tras asistir a la representación del pasado domingo 5 de junio, en el Teatro Infanta Leonor, me alegra comprobar que, a pesar de las limitaciones y dificultades imaginables, el desafío ha sido superado ampliamente gracias a la tenacidad de los músicos y cantantes que en esta ocasión integraban el elenco.  
          Tosca (1900) de Giacomo Puccini es una ópera en tres actos con libreto en italiano de Luigi Illica y Giuseppe Giacosa. Como otras de su autor, es de estilo verista que se caracteriza por la intensidad dramática y la ambientación realista en épocas históricas muy cercanas a la de composición. Desde el punto de vista instrumental, el discurso musical es prácticamente continuo, y en la parte cantada abundante en recitativos dialogados y muy escasa en arias o solos de los cantantes, que en este caso se reducen prácticamente a dos, una correspondiente a la soprano y otra al tenor, esta última una de las más bellas y conocidas del repertorio. No es ocasión para detallar la trama argumental, sólo diré que mezcla sabiamente amor y celos con intriga política en el ambiente de la lucha entre liberales y absolutistas católicos, en Roma a principios del XIX. Los protagonistas principales son los amantes, Floria Tosca (soprano) y Mario Caravadossi (tenor), secundados por el malvado Barón Scarpia (barítono).
          En nuestra representación, la música fue brillantemente interpretada por DJaén Opera, una orquesta formada ex profeso para esta ocasión e integrada por músicos profesionales y alumnos de los Conservatorios provinciales,  dirigida por Rafael de Torres.  El Coro  se lució en uno de los momentos culminantes de la obra, el solemne Te Deum final del I acto, en el que era protagonista principal. Sin embargo, en otra actuación, no recuerdo si final del segundo acto o principio del tercero, su papel era claramente secundario y de fondo, pero en un exceso de entusiasta intensidad ahogaron un tanto los recitativos de los solistas, algo que también se repitió en algunos pasajes con la orquesta. La soprano, Ana Paz Torrecillas, muy bien en su tesitura, con timbre brillante y algo menos de volumen. Buena actuación del barítono, Ángel Lombardo, que desplegó la mayor capacidad histriónica que su papel requería. En cuanto al tenor, Miguel Ángel Ruiz, se impuso en todo momento a orquesta y coros, y nos emocionó cuando interpretó el aria más famosa del III acto, E lucevant le stelle, que comienza en tono poético y melancólico y termina en desgarradores y desolados gritos, en otra de las escenas culminantes de la ópera, junto al dramático final. En cuanto a la escenografía fue austera y ajustada a la necesaria economía de medios en un espectáculo que se ofrecía a precios muy populares; en cualquier caso digna.
       Sin insistir en nombres, quiero agradecer finalmente este tipo de iniciativas que tienen la clara voluntad de divulgar la ópera en nuestra ciudad. Creo que esta representación ha sido un éxito que el público asistente supo reconocer. Para muchos de mis amigos y conocidos ha sido su primer contacto con este género musical, y todos me comentaron haber quedado impresionados. ¡Así se hace afición¡

domingo, 5 de junio de 2016

LA SIEMBRA DEL SEÑOR. Pedro Calderón de la Barca

En el contexto de las festividades del Corpus, la compañía teatral Mira de Amescua nos ha ofrecido un nuevo auto sacramental. Fue ayer, sábado 4 de junio, en la plaza de Santa María, con la fachada de la Catedral como telón de fondo, e incluso parte integrante del escenario al final de la representación.  
Como es sabido, esta compañía granadina está especializada en rescatar del olvido esas piezas medievales de carácter religioso, que llegaron a su apogeo en los siglos XVII y XVIII y ahora forman parte de la historia de nuestro teatro. Si el pasado año representaron El gran teatro del mundo (1635), quizás el auto más famoso de Pedro Calderón de la Barca, en esta ocasión han incluido en su repertorio éste menos conocido del mismo autor, La siembra del Señor (1655?), inspirado como otros muchos de los suyos en parábolas de Jesús. La trama está plagada de personajes evangélicos y alegóricos como La Culpa, El Sueño, La Fe, El Judaísmo, La Idolatría o La Apostasía, y sigue un esquema muy similar en todos los autos calderonianos; presentación de los personajes ante el Padre de familia (Dios Padre) e inicio de la trama en la que se enfrentan las fuerzas del mal y del pecado a las del bien y la religión. En este sentido destaca el duelo dialéctico entre Enmanuel (Jesús) y La Culpa. Al final asistimos al juicio divino en el que se reparten premios y castigos, y a la exaltación de la Eucaristía como misterio de la transmutación y principio supremo de la fe cristiana. En esta obra, como en otros autos, la abundancia de alegoría, parábola y sentido metafórico en los diálogos no entorpecen la comprensión de la misma que, a fin de cuentas, fue escrita para el pueblo llano. Tampoco los arcaísmos y las frases en verso suponen un reto especial para el espectador actual. 
El esperado y eucarístico final fue brillantemente apoyado por luminiscencias celestiales, música apoteósica y el trono de la Custodia saliendo hacia la plaza por la puerta principal de la Catedral.

CONCIERTO DE JAZZ. Sergio Albacete Quartet

El pasado jueves 2 de junio, como clausura del ciclo de conciertos “Aula Abierta" en el Conservatorio "Ramón Garay" de Jaén, ofreció el suyo el músico de jazz Sergio Albacete, profesor, compositor, saxofonista y clarinetista, con una considerable trayectoria profesional. Hace unos meses tuve ocasión de verlo como director y solista de una big band, interpretando jazz estilo swing y me pareció un estupendo músico. En esta ocasión nos ha deleitado con una serie de composiciones personales que piensa grabar en los próximos días en lo que será su primer disco, titulado "Ahora", con un cuarteto integrado por pianista, contrabajo y batería en la sección rítmica, y saxo-clarinete en la melódica. El estilo de las piezas me pareció cercano al bebop de los años 40-50, con improvisaciones solistas de los distintos instrumentos. Ocasionalmente dio entrada a otros músicos, en concreto un trompetista, un guitarrista y un original cuarteto de cuerda frotada.La interpretación fue muy buena en mi opinión. 
Sabemos por experiencia que el jazz es música que favorece una sintonía especial entre músicos y público a la que no son ajenos factores ambientales o subjetivos del oyente. El espacio más bien frío y académico del Paraninfo del Conservatorio no se prestaba especialmente a esa sintonía que sin embargo el músico supo establecer, especialmente en las dos piezas finales. La primera de ellas, dedicada a su padre fallecido, fue particularmente emotiva, no sólo por el dramatismo que supone una pérdida personal sino porque el saxofonista supo trasmitirlo al público a través de su música, con un piano evocando añoranza en sus melodías, el saxo entonando desgarrados gritos de pérdida y soledad, acompañado por un cuarteto de violines y chelos a modo de plañideras. En la última, conectó de nuevo con nuestra sensibilidad jaenera intercalando como introducción y final en la pieza unas muy reconocibles notas de la canción Tres morillas de Jaén. En fin, un buen concierto.

sábado, 28 de mayo de 2016

LOS JUEVES EN LA CATEDRAL. CONCIERTO. Dúo Naptha



Este año, el ciclo de conferencias titulado Los Jueves en la Catedral se ha clausurado con un concierto a cargo del Dúo Naptha. Está integrado por dos jóvenes músicos jiennenses, Juan Aguilera Cerezo (violonchelo) y Javier Gregori Arriaza (violín), ambos creo que iniciaron sus estudios en Jaén, los ampliaron con los mejores maestros de sus respectivos instrumentos, y actualmente son profesores en conservatorios andaluces. 
Me llamó la atención el recital porque me parecía que este tipo de agrupación dual no es muy frecuente entre los conjuntos de música de cámara, casi siempre integrados por cuatro o más músicos. De otra parte, tampoco creo que abunden las composiciones para un instrumento sólo, o para dos, precisamente las que aparecían en el programa. Quizás por eso, además de especializarse en la interpretación de estas obras, el grupo ha ampliado su repertorio con la transcripción de otras compuestas para instrumentos diferentes, en una meritoria e innovadora tarea de documentación e investigación.

         El programa estuvo integrado casi en su totalidad por obras del barroco compuestas por J.S Bach y terminó con una composición de Mozart. Se abrió con dos piezas para solo de instrumento, que resaltaron el virtuosismo técnico en la ejecución de ambos músicos. La primera fue la Suite para violonchelo solo en do menor nº 5, que forma parte de un grupo de seis suites compuestas por Bach con una  finalidad didáctica y en su tiempo fueron una verdadera innovación del genial músico alemán, porque hasta ese momento el violonchelo era considerado un instrumento de acompañamiento. Las suites  casi se olvidaron hasta que fueron redescubiertas por Pau Casals y desde entonces se han convertido en parte importante del repertorio y un auténtico reto técnico para los violonchelistas, en mi opinión superado con claridad por  Juan Aguilera Cerezo.  La segunda pieza fue la Sonata para violín solo en sol menor nº 1, que forma parte de otro grupo de seis sonatas compuestas por Bach sobre la misma época que las anteriores. Como nota curiosa destacaré  que estuvieron a punto de perderse porque el manuscrito de las mismas se salvó gracias a que alguien pudo evitar que fueran usadas como papel de cocina. La interpretación en este caso fue también excelente e incluso más armónica al oído de los pocos entendidos como yo, mejor adaptados al violín que al violonchelo como instrumento solista, dicho esto sin detrimento del anterior intérprete.
          La segunda parte del programa estuvo integrada por dos composiciones para dúo. La primera fueron las Invenciones a dos voces  nº 1, 13, 4 y 8, o mejor dicho, una transcripción para violín y violonchelo de estas piezas que fueron compuestas por Bach para clavecín con fines didácticos igual que las anteriores. En ellas se puso de manifiesto la potencialidad del dúo cuando los dos instrumentos, en plano de igualdad, establecieron un diálogo armónico poniendo en juego los recursos polifónicos que introdujo el barroco mediante la técnica de la fuga y el contrapunto. De ahí se pasó al clasicismo más puro con el Dúo para violín y violonchelo en son mayor, K.432 de W.A.Mozart, otra transcripción de la pieza original, compuesta para violín y viola por el compositor de Salzburgo.
          La interpretación de ambos músicos fue muy aplaudida por el público que, más o menos entendido, supo valorar la aparente dificultad técnica de unas obras poco conocidas y la maestría de los ejecutantes. En el bis interpretaron unas Variaciones, no entendí bien sí de G.F Haendel o de Brahms sobre un tema de Haendel. En cualquier caso una pieza de estilo barroco que consistía en la repetición de un mismo tema melódico con variaciones en el tempo o en la propia melodía, con un florido diálogo de los dos instrumentos que alternaron pasajes de cuerda frotada con otros de cuerda pulsada, ideal para el lucimiento de los músicos. En fin, una interesante velada musical y el descubrimiento de unos intérpretes con un prometedor futuro.