martes, 27 de septiembre de 2016

LA ASESINA. Aléxandros Papadiamantis

La literatura contemporánea griega es para mí, y creo que para muchos lectores, una especie de terra incognita, un territorio desconocido e inexplorado hasta el momento. Si nos ceñimos al siglo XIX, y al movimiento realista, podemos citar con pleno conocimiento, o al menos de oídas, varios nombres de escritores; Pérez Galdós en España, Balzac y Flaubert en Francia, o los rusos Chejov, Gogol, Tolstoi, entre otros. Ahora llega a mis manos esta novela, que por su breve y explícito título sugiere puro realismo, y descubro que su autor está considerado el mayor prosista de la Grecia moderna y ésta  su obra cumbre. 
Se dice de Aléxandros Papadiamantis (1851-1911) que fue el Dostoyevski griego, porque su literatura, igual que la del genial escritor ruso, explora la piscología humana en el contexto social e histórico de su época. Nació en Scíathos, una pequeña isla de las Espóradas muy próxima a la costa de Tesalia, en la Grecia central. Era de familia pobre, hijo de un pope ortodoxo, y tuvo que pagarse trabajando los estudios de filosofía en Atenas, que nunca terminó. Alcanzó fama, en su tiempo y entre su pueblo, con cuentos y novelas que publicaba en prensa por entregas. Vivió humildemente sin sacar auténtico provecho económico de su popularidad, y al final de su vida retornó a su isla natal. Algunos lo consideraron una especie de monje o anacoreta seglar.
          Las novelas de Papadiamantis reflejan la idílica vida del campo pero también la miseria de los campesinos y de los barrios pobres de Atenas. La piadosa religiosidad del pueblo siempre subyace en esos ambientes. Escribió en su propia versión de la kazarévusa, una variante de la antigua koiné helenística que fue utilizada hasta 1976 como idioma culto y de la administración frente al demótico o griego popular, que finalmente  se impuso como lengua oficial. Por ese motivo la traducción de sus obras presenta cierta dificultad añadida.
          La asesina (1903) es una novela corta que narra la historia de Jadula Fragoyanú, una mujer que trabaja duramente para sacar adelante a su familia. Hace de todo pero es muy valorada como curandera, herborista y comadrona. Las penosas condiciones de vida que sufre y aprecia en su entorno, junto con un pensamiento religioso que la arrastra a conclusiones aberrantes pero lógicas, la inducen a unos asesinatos piadosos, una especie de contradictoria eutanasia religiosa. Cuando se recupera de la enajenación y es consciente de sus actos huye acosada por el remordimiento y el relato concluye con una frase lapidaria en un final que recuerda la antigua tragedia griega. A propósito de ésta última, la protagonista presenta rasgos y actitudes que remiten al personaje trágico de Medea. La inspiración clásica está presente en varios momentos; así cuando la protagonista reza una oración en la que pide protección a la Virgen mientras alude a las antiguas Parcas, las diosas que personifican el destino.  
          La historia se ambienta en la isla de Scíathos y se cuenta  en tercera persona por un narrador omnisciente que ocasionalmente pasa a primera persona cuando nos muestra los pensamientos de Jadula. La trama argumental se estructura en dos planos temporales; la acción se desarrolla en 1870, en el presente de la protagonista, considerada anciana con 60 años. Desde ese tiempo va evocando su pasado, la infancia durante de la Guerra de Independencia griega, su juventud bajo la incipiente república de Kapodistrias y la madurez en tiempos de la monarquía de Otón I y Jorge I. Las referencias temporales son escasas pero muy precisas, pensadas para que un lector griego se oriente con facilidad, pero exigen un esfuerzo adicional a los lectores de otras nacionalidades. El estilo literario es directo, asequible y muy descriptivo, como suele serlo en los autores realistas del XIX.
          Papadiamantis demuestra en esta novela una profunda comprensión de la psicología femenina. Además de la protagonista, casi todos los personajes secundarios son mujeres mientras que los hombres son enfocados casi siempre desde una óptica femenina. El escritor, a pesar de su fuerte convicción religiosa, no juzga los actos de Jadula sino que los enmarca, sin justificarlos ni condenarlos, en el contexto social que los condiciona, en suma es humano y piadoso con su protagonista.
          Se trata pues de una novela interesante y de fácil lectura. Una pequeña reparación de mi ignorancia en cuestión de literatura griega moderna y el descubrimiento de un buen escritor. 


sábado, 24 de septiembre de 2016

CARMINA BURANA. Carl Orff

Este año, el XVII Festival de Otoño de Jaén ha tenido una estupenda inauguración. Nada menos que los Carmina Burana, del compositor  alemán Carl Orff, una de las piezas más conocida y popular de la música clásica moderna. Que yo recuerde, es la primera vez que se interpreta en nuestra ciudad y el escenario  fue el más acorde posible para ambientar estos cantos de los goliardos medievales, la Plaza de Santa María con la Catedral como telón de fondo.
            En esta cantata escénica,  que fue compuesta para solistas, coros y orquesta, todo es espectacular, tanto la brillante polifonía coral como una original orquestación en la que predomina el ritmo más que la melodía, con una papel destacado del metal y la percusión. La obra está integrada por 24 cantos, la mayoría en latín, agrupados en tres partes, precedidas por el apoteósico Fortuna Imperatrix Mundi  con el que también finaliza la obra.
          Para esta ocasión se ha conseguido reunir un numeroso coro  integrado por varias agrupaciones, la Cantoría de Jaén, la Coral Aída, el Orfeón Santo Reino, y el Coro de la Orquesta Sinfónica del Festival de Otoño de Jaén, y un conjunto instrumental integrado por 70 músicos que se presentaba en esta obra. La ejecución musical  me pareció magnífica en todos los aspectos, y con el tempo adecuado al ritmo trepidante que exige la interpretación de muchas de las escenas. La parte coral también fue espectacular por el número de voces y la conjunción de las mismas. Los tres solistas, tenor, soprano y barítono resultaron excelentes. Naturalmente, por tener mayor protagonismo en los cantos, destacaron los dos últimos. En particular el barítono integró canto y escenificación en alguna escena de la II parte, titulada In Taberna, representando a un monje borracho.
          Como la interpretación se daba en espacio abierto fue necesario la instalación de micrófonos y ese precisamente fue el talón de Aquiles del espectáculo, con alguna que otra reverberación. En particular la notable actuación del tenor  resultó dañada por altibajos de sonido.
          De cualquier forma quiero destacar que la ejecución de una obra musical tan exigente en voces y orquestación como ésta, demuestra la madurez alcanzada por las agrupaciones corales y las orquestas de nuestra ciudad y provincia. Día a día las he visto crecer, creando afición y cantera  de músicos y cantantes, mientras asumen en cada ocasión mayores retos musicales.
          Espero que podamos disfrutar en un futuro, no demasiado lejano, de una nueva interpretación de los Carmina Burana, a ser posible en local cerrado. Sin duda mermaría la ambientación pero ganaría en sonoridad natural.


jueves, 22 de septiembre de 2016

LAS BACANTES. Eurípides. Sennsa Teatro Laboratorio

En estos días, en el marco del programa cultural Noches de Palacio, ya en las postrimerías del verano, he asistido a la representación teatral de Las Bacantes, en el patio de los Baños Árabes de nuestra ciudad.
          Sé que no abundan los amantes de la tragedia griega, demasiado alejada de nuestra sensibilidad actual. Pero se trataba de una versión libre de la tragedia de Eurípides, y puedo asegurar que la fidelidad al texto original se reduce a unos pocos fragmentos. En cambio resultó ser un espectáculo total con predominio de la coreografía acompañada de música, canto y declamación. Los actores desarrollaron la trama con un ritmo trepidante, físico y agresivo hasta recordar la gimnasia circense, y consiguieron transmitir esa tensión dramática al espectador hasta el punto de dejarnos extenuados en nuestros asientos. Los cantos y bailes rituales de las bacantes, la música, el atrezo y vestuario, los juegos de luces, todo contribuyó a crear esa atmósfera fantasmagórica y esotérica de los misterios y ritos dionisíacos.
          La trama argumental representa el enfrentamiento entre Dionisos que simboliza la parte instintiva del ser humano, sus pasiones, el subconsciente, la fantasía y hasta la locura, y el rey Penteo que representa la racionalidad, la lógica, el poder y las leyes. En resumen, el conflicto que provoca esa dualidad de la naturaleza humana.
      La actuación de los actores del grupo sevillano Sennsa Teatro Laboratorio fue magnífica. Creo que dejó satisfechos a los amantes de la tragedia clásica, pero incluso los que no lo son quedaron impresionados.
       La obra tiene muchos aspectos destacables que analizar, y la representación merece un comentario más amplio, pero una cierta sobrecarga de eventos culturales en corto periodo de tiempo me obliga a ser sucinto.

martes, 20 de septiembre de 2016

LA LOCA DE LA CASA. Rosa Montero

La idea de mestizaje parece ser una de las pautas que definen el panorama literario actual. Y como la novela sigue siendo, por muchas razones, el género mayoritariamente preferido del público, la creación literaria tiende a introducir  dosis de ficción o técnicas de la narrativa en otros géneros considerados más serios. Surgen así nuevos subgéneros como la historia novelada - no confundir con novela histórica- o la biografía novelada. Muchos autores hablan de explorar los difusos límites entre ficción y realidad, pero yo sospecho además la intención de atraer y asegurar el éxito editorial. Esto no supone de mi parte una valoración negativa y no defiendo, desde luego, la estricta separación entre géneros, pero a veces me parece detectar cierto interés por suscitar en el lector esa sensación de mezcla o mestizaje  literario.
La obra que comento hoy, puede ilustrar esa impresión personal. La sinopsis promocional de contraportada comienza con la siguiente frase: “Este libro es una novela, un ensayo, una autobiografía”. De inmediato nos viene a la mente un nuevo subgénero, real o ficticio, el ensayo novelado. Pero si repasamos y profundizamos en el concepto de ensayo, como obra de reflexión subjetiva sobre un tema, generalmente humanístico, tratado con estilo literario, de forma no sistematizada, abierto a lo anecdótico y a la divagación, comprenderemos que este género puede incluir en sí mismo aquellos aspectos narrativos o autobiográficos. Sin embargo, el lector medio suele tener una idea de ensayo muy próxima al tratado o la disertación, subgéneros didácticos emparentados con el primero pero bastante más graves y objetivos, y por tanto menos o poco amenos.
Tampoco debe extrañar que Rosa Montero (1951) haya escrito este libro, sea cual sea la etiqueta que lo clasifique. A fin de cuentas su propia carrera literaria es híbrida. Muy popular y valorada por sus artículos de prensa en El País -otra modalidad de ensayo-, que alterna con  una considerable producción narrativa entre la que destaca su novela más conocida, La hija del caníbal. Esa dicotomía entre periodismo y ficción literaria la resuelve en esta obra  cuando declara su predilección por la segunda.
La loca de la casa (2003) es un libro con vocación y voluntad  meta-literaria. Así se reconoce cuando en la introducción la escritora, que es narradora en primera persona, manifiesta su intención de escribir sobre “el oficio de escribir”, es decir, literatura sobre literatura. A partir de ahí despliega sus reflexiones en torno a la creatividad narrativa como vínculo que une la fantasía con la realidad, el caos y la locura con la razón. La imaginación -la loca de la casa, en palabras de Santa Teresa- es la premisa básica de la ficción novelesca, y la inspiración (las Musas, o el daimon) es el desencadenante, autónomo e inconsciente, del impulso creativo. El pensamiento de la autora se recrea en aspectos tales como el paralelismo entre pasión amorosa y literaria, ambas fruto de una locura pasajera; la literatura como deseo de trascendencia o como  expiación y  purificación de culpas; o las relaciones entre locura y literatura. Y de lo   metafísico deriva hacia aspectos más pragmáticos, como el proceso de elaboración de una novela; la difícil relación del escritor con el poder; el fracaso literario y las imposiciones del mercado editorial; la figura de la esposa del escritor, y otras muchas cuestiones. Rosa Montero ilustra  estas reflexiones con sus propias experiencias y anécdotas de otros escritores. Nos cuenta su obsesión por los enanos, trasunto de sus carencias y enfermedades de la infancia, y curiosidades como la vanidad de Italo Calvino o la sumisión de Goethe a sus patronos, los duques de Weimar. Rechaza el sexismo en la literatura y las dificultades de las mujeres escritoras pero no evita destacar la diferente sensibilidad narrativa ligada al género. Encontramos también numerosas referencias a lecturas que la impresionaron o sirven de ejemplo a sus opiniones. Pero es en el terreno de lo personal, donde la escritora nos previene sobre la irrealidad de lo autobiográfico, porque las traiciones de la memoria, lo evanescente de los recuerdos, o el interés del escritor por mejorar la propia imagen, tienden a difuminar los límites entre lo vivido y lo imaginado.
El estilo es libre y no sistemático aunque presenta ideas recurrentes que aportan cohesión a la exposición. El lenguaje es directo y sin artificio lo que suma amenidad sin restar profundidad. Las alusiones a obras como Ensayo sobre la tolerancia de Voltaire, Las Guerras Judías de Flavio Josefo, o un cuento de Marguerite Yourcenar, no son florituras eruditas sino precisas y pertinentes al relato expositivo, y su intención divulgativa no desorienta al lector. Algunas historias, como la de Humboldt y el loro de los atures, superan lo ilustrativo y rayan en lo poético.
En fin, en mi opinión se trata de un estupendo ensayo que se lee con facilidad. Los lectores que escribimos, aun sin ser escritores, podemos sentir y compartir muchas de esas reflexiones en torno a la narrativa. Muchos pensamos lo mismo pero no lo sabemos expresar adecuada o bellamente con palabras. Esa es la dificultad y la grandeza del oficio de escribir.

domingo, 4 de septiembre de 2016

LA MARCHA RADETZKY. Joseph Roth

El autor de esta novela  se consideraba a sí mismo parte de la literatura alemana desterrada, integrada por autores que vivieron en el periodo de entreguerras europeo y fueron proscritos en su patria. A ese grupo perteneció también su amigo Stefan Zweig (1881-1942) y la biografía de ambos escritores presenta notables similitudes en esa dramática época. 
Joseph Roth (1894-1939) era austriaco y de origen judío como aquel. Vivió del periodismo y alcanzó en esta especialidad bastante consideración en Viena y Berlín. Su producción literaria fue extensa pero con la llegada del régimen nazi tuvo que exiliarse y sus libros fueron prohibidos y quemados públicamente. El mundo de su juventud se hundió con la Gran Guerra y su prematura muerte, durante la primavera de 1939, le evitó ser testigo de la nueva hecatombe europea que se puso en marcha en el otoño de ese mismo año. Aunque nació en Ucrania siempre se consideró ciudadano austrohúngaro y escribió en alemán. En su juventud simpatizó con el socialismo pero también fue firme defensor de los Habsburgo y en su madurez se convirtió al catolicismo por nostálgica fidelidad a esa monarquía. Se dice que a su funeral acudieron judíos y católicos, monárquicos y comunistas, lo que prueba un carácter abierto y tolerante. Su tumba en París tiene un sencillo epitafio: “écrivain autrichien mort à París”. En fin, su obra literaria fue reconocida de forma póstuma pero, como en el caso de Stefan Zweig, progresivamente olvidada.
La marcha Radetzky (1832) es la obra más conocida de Joseph Roth. El título, que se refiere a la famosa composición de Johann Strauss (padre), aparece con frecuencia a lo largo del relato y creo que tiene un doble simbolismo, el esplendor de un mundo y también su ocaso. El propio mariscal  Radetzky representó el canto de cisne del ejército austriaco, sus últimas victorias en el siglo XIX y el frustrado intento de modernizarlo, con fatales consecuencias a principios del XX.  
          La novela cuenta la historia de los últimos cincuenta años del Imperio Austro-húngaro a través de los Trotta, una humilde familia eslovena encumbrada a la nobleza gracias al abuelo, el héroe de Solferino; un teniente de infantería que salvó la vida del joven emperador Francisco José I en esa batalla. La suerte de tres generaciones de esa saga familiar corre paralela a la de la monarquía vienesa que, amparada en la tradición, la disciplina y la rigidez burocrática, es incapaz de adaptar sus estructuras a los nuevos tiempos y asiste impasible a la progresiva desintegración de su imperio multinacional, acelerada por el auge de los nacionalismos y la revolución social. Las vicisitudes de los Trotta  nos introducen en un mundo aristocrático de lujo, valses y brillantes uniformes militares, que todos conocemos por las películas de Sissi. Una sociedad, deslumbrada por falsos oropeles y refugiada en anticuados códigos de honor, que contempla con ignorante naturalidad el servilismo y miseria de los campesinos, la agitación del incipiente movimiento obrero, la tendencia separatista de las distintas etnias, o el resurgir de la xenofobia antisemita.  El reflejo de esa inconsciencia suicida queda patente en el episodio del baile de gala en el que se anuncia el asesinato de Sarajevo, acogido con estupor y eufórico ardor guerrero por los caballeros y con aturdimiento sembrado de malos presagios, por parte de las damas. Una escena muy parecida, que todos conocemos, se desarrolla en el baile de los confederados, una de las primeras en la película Lo que el viento se llevó.
          La trama argumental está muy bien elaborada y se desarrolla de forma armónica  hasta el dramático desenlace que sospechamos y deseamos al mismo tiempo como colofón. Porque la desaparición de un mundo y de una forma de vida, envueltos en auras de épico romanticismo, debe tener una resolución trágica. Sin embargo el escritor no abusa de ese efecto; la historia trascurre de forma natural e inexorable hacia el lógico final, en algunos momentos, hay que decirlo, con cierta lentitud y falta de tensión. El lenguaje es elegante y directo, oscilante entre lo nostálgico y la ironía. El narrador es omnisciente y utiliza la tercera persona. En solo una ocasión parece tomar protagonismo, quizás sea la propia voz del autor, y se dirige al lector con reflexiones personales, desde un  tiempo futuro a lo narrado, cuando habla de los cambios sociales posteriores a la guerra. El único personaje histórico, el emperador Francisco José, participa como protagonista en varios momentos de la acción. Se dice que esta técnica fue novedosa en cuanto a la novela histórica pero no puedo asegurar si es cierto.
En resumen, se trata de una buena lectura, amena y con interesantes aspectos divulgativos, algo importante en este subgénero literario que actualmente no pasa por buen momento, por saturación de títulos y escasa calidad de los mismos.
          Comentaré por último algo anecdótico. La portada del libro es un pequeño desastre por culpa de ese “Oficial de cazadores a caballo de la Guardia Imperial, a la carga” (Théodore Géricault-1812), una imagen perteneciente a las guerras napoleónicas. No puedo dejar de hacer esta aclaración, a riesgo de resultar pedante, porque en una novela histórica este anacronismo tiene su importancia y no debe ser pasado por alto. En lo  relacionado con la Historia, se debe intentar la precisión. No todo vale y no conviene mezclar churras con merinas.     

          

martes, 30 de agosto de 2016

VIENTO DEL ESTE, VIENTO DEL OESTE. Pearl S. Buck

El concepto de libro, entendido como soporte físico de la obra literaria impresa, está actualmente en revisión tras la aparición de nuevos formatos como el libro electrónico (e-book) o el audiolibro. En la evolución hacia esas modernas técnicas de edición somos aún muchos los lectores que nos aferramos a la tradición. Nos gusta el libro como objeto, valoramos su presentación en la portada, su estructura  en la encuadernación, calidad del papel o caracteres tipográficos. Nos deleita el olor de sus páginas nuevas cuando las desplegamos en esa primera y quizás única lectura que nos abre a nuevos mundos. El libro de papel impreso tiene además una cualidad que me impresiona –valga la redundancia- y  es que envejece con nosotros, como propio en nuestra biblioteca u olvidado y ajeno en los anaqueles de las librerías de viejo. Me refiero a esos libros que, aún con buen uso, tienen ya las sobrecubiertas rozadas y agrietadas en los bordes, cuyas hojas han perdido la tersura y el blanco virginal, que adquieren con los años una textura ligeramente rígida y rugosa, una tonalidad de suave ocre y sobre todo un olor especial e indefinible pero no desagradable. En fin, esos libros usados son una metáfora del paso del tiempo, la expresión del saber y la cultura sedimentada, la serena desilusión ante el desenlace ya conocido, trasunto de nuestro propio escepticismo vital, pero también un evocador retorno a las ilusiones juveniles. 
Esta introducción de claro matiz nostálgico me la inspira la novela de hoy que fue superventas hace muchos años pero no leí entonces. Ahora la vuelvo a encontrar y me reclama su lectura como asignatura pendiente de aprobado. Su portada quedó grabada en mi memoria como otras muchas de aquella colección que fue muy popular en los años 60 y 70 del pasado siglo. Me refiero a la Reno (Plaza & Janes), una serie de libros de bolsillo muy económica, de hojas sin coser unidas al lomo por cola y encuadernada en rústica tapa blanda, pero con unas sobrecubiertas muy coloristas que representaban las escenas más destacadas o dramáticas de la trama argumental. Con esos libros conocí en mi juventud a escritores como W. Faulkner o J. Steinbeck, y aún conservo en mi biblioteca títulos como Sinué el egipcio (M. Waltari) o Chacal (F. Forsyth), en buen estado de conservación.
Pearl S. Buck (1892-1973), fue una de las estrellas de Reno, que llegó a editar, junto a esta novela, hasta 16  de sus títulos más conocidos, entre otros La buena tierra (1931), La madre (1934) y La estirpe del dragón (1942). La escritora norteamericana era hija de misioneros presbiterianos establecidos en China y vivió cuarenta años de su vida en ese país. Fue educada por su madre y un tutor chino y dominó desde la infancia el idioma inglés y el mandarín. Su profundo conocimiento de la cultura china y sus tradiciones la indujo a divulgar sus valores en el mundo occidental y a ese fin dedicó la mayoría de su obra literaria. Una tarea que llevó también al terreno del activismo social, concretado en la fundación de una agencia de adopción de niños asiáticos y en  la  Asociación East and West, dedicada al intercambio cultural entre oriente y occidente. Quizás como reconocimiento a esta labor divulgativa recibió el Premio Nobel de Literatura en 1938.     
Viento del este, viento del oeste (1929) fue la primera novela de la escritora. Se trata de una historia intimista narrada en primera persona por la protagonista Kwei-Lan, una joven de 17 años, hija de una familia perteneciente a la antigua aristocracia imperial, educada en los valores tradicionales y preparada para ser una buena esposa en un matrimonio concertado desde su nacimiento. Su marido por el contrario se formó como médico en Estados Unidos y tiene una mentalidad moderna y occidental. El fuerte contraste entre las dos formas de entender la vida y la relación matrimonial provocará en la esposa una lucha interna de sentimientos enfrentados que finalmente superará, al tiempo que en su propia familia se desarrolla un intenso drama provocado por el mismo enfrentamiento cultural.
Aunque no se dan referencias temporales ni espaciales, la narración está  ambientada en la China de comienzos del  siglo XX. Unas décadas antes el país había iniciado su apertura a occidente, no exenta de conflictividad política. La protagonista cuenta sus vivencias y dirige sus confidencias a una amiga, a la que llama hermana, extranjera pero conocedora de las costumbres orientales, que bien pudiera ser la propia escritora. El lenguaje es sencillo y directo al tiempo que emotivo.
El relato destaca la rigidez protocolaria en las normas de conducta de la sociedad china y describe sus costumbres, matizadas por la visión ideal y poética de la protagonista, en un tono amable que incita a la comprensión, la tolerancia e incluso cierto grado de admiración. No obstante, la escritora no puede evitar la vanidosa exhibición de superioridad cultural, tan típica de la mentalidad misionera y colonial occidental, cuando en los avatares de la historia se resalta la utilidad de la moderna medicina occidental y se reduce la oriental a meras prácticas supersticiosas.
Cuando fue editada la novela tuvo la virtud de suscitar el interés del lector occidental por la cultura china. Al español llegó algo más tarde y fue muy comentada entre los jóvenes de los años 60. Ahora, el paso del tiempo ha desvaído sus páginas y atenuado el interés y la emotividad de la historia narrada. Y pese a todo, sigue siendo un buen libro que merece ser recomendado.
Para terminar una aclaración. Ha sido la antigua portada del volumen editado por Reno, escaneada en Internet, la que ha despertado mis recuerdos y provocado las reflexiones en torno a los libros de la colección. Pero, tengo que confesarlo, no he tenido en mis manos el viejo ejemplar impreso, lo he leído en formato electrónico. De nuevo la tradición, el progreso y la evolución. Viento de ayer, viento de mañana.

miércoles, 24 de agosto de 2016

MI VIDA QUERIDA. Alice Munro

Antes de iniciar el comentario de una obra suelo recoger de forma somera algunos datos biográficos del escritor que me ayudan a contextualizar la lectura, pero evito consultar otros comentarios o críticas sobre la misma para que mis propias opiniones no resulten condicionadas por las de otros. La de hoy es una clara excepción a ese veto previo que me impongo, porque esta colección de cuentos me ha dejado sin ideas, sin palabras, literalmente in albis-que dicen los latinos-y no precisamente por fuerte impresión o impacto emocional. Será necesario, pues, recurrir más de lo que quisiera a ideas y opiniones ajenas.
No conocía a Alice Munro (1931) y resulta que esta veterana escritora fue galardonada con el Nobel de Literatura en 2013. Nació en Ontario, la región de los Grandes Lagos norteamericanos. Era hija de granjeros y parece que su infancia se vio afectada por las penurias económicas propias de la gran depresión y las posteriores restricciones en tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Ha vivido dos matrimonios y varios cambios de residencia pero siempre en Canadá. A partir de los años 70 se estabilizó de nuevo en su región natal y se consagró como escritora. Su especialidad son los relatos cortos que ha agrupado y editado en sucesivas colecciones. Creo que sus cuentos están claramente marcados por la propia biografía y, si la repasamos,  encontraremos reflejados en ellos los lugares, el ambiente social y quizás experiencias o impresiones de su infancia y juventud.
           Mi vida querida (2012) es su última colección de cuentos. Está integrada por diez relatos y, a modo de apéndice final, otros tres que la autora califica de autobiográficos y parecen una confesión de sentimientos y sensaciones en torno a los recuerdos de su infancia.
                     La mayoría de las historias están ambientados en pueblos de Ontario o la Columbia Británica. Pequeñas villas rurales de ambiente un tanto opresivo, donde todo el mundo se conoce y nunca pasa nada especial, que recuerdan a los pueblos del medio oeste norteamericano. Comunidades que aún respiran la atmosfera puritana de los primeros colonos, bajo la dirección de pastores evangelistas, anglicanos o unitarios. Los narradores son múltiples, omnisciente en tercera persona, narrador testigo, y en muchos casos enfocados desde la perspectiva de una narradora protagonista en primera persona, niña o joven, que cuenta vivencias de su infancia o juventud, a veces como recuerdos cuando ya son adultas. El marco temporal predominante son los años 40 y 50 del pasado siglo, años de depresión económica como se ha dicho; con cierta similitud al mismo periodo histórico que en nuestro país se dio en llamar la España en blanco y negro. El tren aparece en muchos relatos quizás como símbolo del viaje como devenir de la vida o como ilusionada huida hacia otra vida posible.
          Dicen los críticos y admiradores de la escritora que su prosa es natural, cercana al lector y abundante en elipsis que buscan su complicidad. Que estas historias giran casi siempre en torno al amor. Que exploran las relaciones humanas en contextos cotidianos. Que sus personajes  se dejan arrastrar por la inercia de los acontecimientos y se caracterizan por la inacción. Por esto, y por la calidad y el crudo realismo de los relatos, se ha llamado a Alice Munro, la Chejov canadiense.
          Naturalmente estoy de acuerdo con estas apreciaciones, sería presunción por mi parte no compartirlas. Pero añadiré que los frecuentes vacíos o elipsis, quizás fáciles de rellenar por un lector canadiense, suponen una cierta dificultad para lectores menos familiarizados con las costumbres y ambiente de ese país. Que el amor que trasciende los relatos suele ser frustrado o insatisfecho, y en ocasiones con matices crueles. Que las relaciones interpersonales, descritas con frio realismo, quedan despojadas con frecuencia de emotividad. Que los giros inesperados, un elemento característico del relato breve, son a menudo previsibles.
          Es normal que en una colección de cuentos, cada lector tenga sus favoritos. Los míos son estos: Corrie, el amor defraudado que se mantiene por inercia. Admunsen, la relación entre una joven y un hombre maduro en un entorno triste. Llegar a Japón, el viaje de una mujer casada en pos de una ilusión. Grava, el sentimiento de culpa que se arrastra toda una vida. Como siempre, lamento ser tan poco explícito. Me lo agradecerán quienes quieran leer estos relatos.
         En fin, cuando un libro como este me deja algo insatisfecho, más si se trata de una autora consagrada y elogiada por la crítica especializada, siempre sospecho de mi propia ignorancia o capacidad de análisis. Quizás tampoco he sintonizado con la sensibilidad de la escritora o con una mentalidad tan distinta de nuestra mentalidad latina. En cualquier caso tengo que admitirlo, estos relatos me han dejado frio y no han conseguido engancharme en una lectura casi de tirón, algo que me pasa con muchas otras colecciones de cuentos. En mi opinión les falta esa chispa indefinible que atrae y atrapa en la lectura. Deseo a futuros lectores mejores sensaciones que la mías.  

sábado, 6 de agosto de 2016

OBRA POÉTICA. Baltasar del Alcázar

Tengo que reconocer mi deuda con este antiguo poeta sevillano del que he tomado en préstamo parte de sus señas de identidad. Para empezar, titulé mi blog con el nombre del personaje que encabeza su poema más conocido, el que empieza con los versos: En Jaén donde resido/vive Don Lope de Sosa.. Más tarde seguí  utilizando ese literario pseudónimo en las redes sociales, y  para rematar la faena puse como foto de mi perfil el único retrato conocido del poeta, un dibujo publicado nada menos que en 1599. En el retrato aparece avejentado, con barba cana, engolado a la moda de su tiempo y ostentosamente laureado de una fama literaria que, según dicen, acaso no traspasó los límites de su ciudad natal. Estas apropiaciones las justifico por mi inicial recelo hacia la red y la intención de mantener el anonimato. Ahora cuando, a pesar de todas esas precauciones, Google me conoce bastante más de lo que debiera y me felicita por mi cumpleaños, me busca amigos o conoce mis aficiones, me alegra pensar que al menos no puede utilizar mi imagen y nombre real. He mantenido pues esa pequeña usurpación de personalidad que me exonera de pagar derechos de imagen o de autor, inexistentes en el siglo XVI.

martes, 19 de julio de 2016

LA SUITE DE MANOLETE. Joaquín Pérez Azaústre

Este libro resulta buen ejemplo para ilustrar como se puede elaborar un argumento a partir de elementos temáticos heterogéneos y en principio inconexos, pero bien amalgamados y estructurados, para conseguir una historia atractiva que sustente la atención del lector hasta el desenlace. Creo que ese resultado lo ha alcanzado, en este caso y con cierta maestría, Joaquín Pérez Azaústre (1976), escritor cordobés que, a pesar de su relativa juventud, tiene editada ya una considerable obra literaria en géneros como poesía, novela y ensayo, que alterna con frecuentes colaboraciones en prensa.
La suite de Manolete (2008) es la cuarta y penúltima de sus novelas. Un relato de intriga con matices de serie negra que mezcla con inteligencia ficción y realidad, en un juego que especula con los imprecisos límites entre una y otra, cuestión muy de moda en la narrativa actual. La historia se localiza temporalmente en 1989, y los protagonistas son tres amigos, antiguos compañeros de estudios, Bruno Díaz, Fabián Alder y Jon Garcés. A éste último le encargan una biografía sobre Manolete y muere de forma inesperada y sospechosa. El suceso coincide con el estreno de una ficticia película sobre el diestro cordobés, del mismo título que la novela, producida por un ambicioso magnate de la presa con cierto perfil mafioso. Bruno inicia una investigación que lo sumerge en una espiral de acción mientras indaga sobre inquietantes hechos del pasado, y es en ese terreno donde lo real penetra en la trama. Por lo pronto aparece otra película, Brindis a Manolete (1948) de Florián Rey que se estrenó un año después de la muerte de aquel, protagonizada por Paquita Rico y Pedro Ortega, un actor mediocre pero casi un doble del torero (véase foto de portada). También se incorpora al relato el conocido como asunto Adonais 1950, una especie de fraude literario protagonizado por el poeta José García Nieto y una falsa poetisa, Juana García Noreña, pseudónimo con las mismas iniciales del escritor, que escondía a una mujer real, Angelines Fernández Borbolla, utilizada en una farsa que la mantuvo en candelero  durante un tiempo hasta ser descubierta y  desaparecer después cuando dejó de ser noticia. Un destino que guarda cierta similitud con el de Lupe Sino, la actriz y novia de Manolete que compartió con el diestro las portadas de las revistas del corazón y se eclipsó totalmente tras su muerte en 1947. En la evocación de esas historias del pasado, algunos de sus protagonistas reales penetran en la trama como personajes que dialogan con los ficticios en un juego de matiz metaliterario; tal es el caso del periodista Eduardo Haro Tecglen o el propio poeta García Nieto
          En el desarrollo argumental, entre exposición y desenlace, se intercala, a modo de largo inciso que ocupa un cuarto del texto completo, una biografía novelada de Manolete, la redactada por el amigo de Bruno, Jon Garcés. Es aquí donde el novelista da rienda suelta a su admiración por el torero, reconocida en las notas finales, y nos ofrece su imagen a medio camino entre lo épico y el lirismo, entre la pose austera y solitaria del héroe y su íntima necesidad de amor, entre el opresivo peso de la fama y la alegría vital de la juventud. Una imagen que no evita algunos claroscuros del personaje que humanizan su figura. Porque Manolete fue un mito necesario en la mísera, humillada y autárquica España de posguerra. Tenía todas las condiciones necesarias para serlo y la principal, la imprescindible desde Aquiles y Alejandro, fue su prematura y trágica desaparición, esa muerte que inmortaliza al héroe, lo fija en una eterna juventud sin mácula y lo conduce a la apoteosis  mítica.
          La biografía no supone una defensa de la tauromaquia, y digo esto para alivio de anti-taurinos y animalistas en general, lo que interesa aquí es sólo el hombre y su mito. A su tono poético solo hay que reprocharle la inclusión, a modo de copia y pega, de unas pocas notas de prensa sobre las corridas del diestro cordobés. Y aunque parezca una digresión, está bien trabada con la trama sin llegar a romper totalmente el hilo conductor de la acción, de forma que se consigue mantener la tensión durante todo el relato.
       Valorada en su conjunto, a la historia solo cabe reprocharle algunos aspectos poco creíbles en Bruno, el protagonista principal, y tampoco añade ningún plus el epílogo, con un salto temporal de cinco años, que solo pretende completar la historia con una feliz secuela que sobra en mi opinión. Pero con todo es una interesante novela de intriga, bien trabajada, entretenida y de lectura fácil, sin merma de cierto estilo literario.  

viernes, 1 de julio de 2016

MIL SOLES ESPLÉNDIDOS. Khaled Hosseini

Khaled Hosseini es poco o nada conocido en España, pero en Estados Unidos alcanzó cierta fama gracias a tres novelas que han sido superventas. Esta es la segunda de esa serie y cuenta, como las otras dos, una historia ambientada en Afganistán. Si repasamos la biografía del escritor afgano-norteamericano veremos que nació en Kabul, en 1965 y en el seno de una familia perteneciente a la élite cultural de su país. Su padre era diplomático y su madre profesora. Con once años se trasladó a Teherán y luego a París por los destinos de su padre en esas embajadas, y no pudo regresar a Afganistán por la guerra latente que se prolongó allí durante unos treinta años. La familia se afincó en Estados Unidos donde estudió y ejerció la medicina hasta que sus éxitos editoriales le indujeron a consagrarse a la literatura. Podemos suponer en el escritor un profundo mestizaje entre sus raíces orientales y la educación occidental, y sabemos que su experiencia afgana no se limita a la infancia sino que se amplió cuando viajó en 2006 a su país natal como embajador de ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados. Desde entonces ha creado una fundación de ayuda a los mismos y pienso, después de esta lectura, que sus novelas son una especie de contribución literaria a esa causa humanitaria   
          Mil soles espléndidos (2007) es una historia de ficción que se puede asimilar al género literario que los anglosajones denominan Factión, “literatura of facts” o Nonfiction novel. En este tipo de obras, los hechos narrados son ficticios pero verosímiles. Se aproxima, aunque no es totalmente equiparable, a la novela testimonio. Tiene un carácter historiográfico pero subjetivo, una especie de expresión intrahistórica que se personaliza a través de las vivencias de los personajes en épocas difíciles fomentando en el lector una visión valorativa de la historia, casi siempre de tipo aflictivo, porque apela a su íntima subjetividad más que a la objetividad racional.  En este tipo de literatura, muy del gusto norteamericano, prevalece la emotividad del contenido antes que la forma estética del relato.
          Todo lo anterior, y en particular lo último, parece aplicable a nuestra novela, repleta de escenas tiernas y emotivas, dramáticas y hasta crueles, descritas en un estilo totalmente desprovisto de cualquier artificio literario, tanto en su estructura narrativa como en el lenguaje, y por tal motivo de muy fácil lectura. Podemos confundir ternura con poesía, a fin de cuentas los buenos sentimientos tiene algo de poéticos pero, en el sentido estricto del término, la única alusión poética de la novela está en su título que hace referencia a unos versos del persa del siglo XVI, Saib-e-Tabrizi, que tampoco son de traducción literal al español.
          El libro cuenta la historia de Mariam y Laila dos mujeres afganas de distinto origen social cuyas vidas quedan unidas, por el destino y las circunstancias históricas, en una hermosa amistad que llega hasta la renuncia y el sacrificio. Están rodeadas de multitud de personajes que son expresión de todos los vicios y virtudes  propios del  ser humano, desde la cobardía, el resentimiento y la crueldad, hasta la tolerancia, la amistad y la abnegación. Afortunadamente el escritor no los reparte de forma maniquea evitando así una historia de buenos y malos, y por eso son personajes muy humanos y creíbles. La excepción es el zapatero Rashid, personificación de todos los aspectos más despreciables del machismo como elemento dominante en la cultura islámica. Porque lo que trasciende el relato es la opresión de la mujer en la sociedad afgana que llega a ser auténtica esclavitud en los regímenes integristas. A través de las dos protagonistas principales, sobre todo Laila, es también un canto a la dignidad de las mujeres y su valentía para rebelarse contra la tiranía de las normas sociales y religiosas para ser elementos activos de la sociedad. El ambiente histórico que envuelve la trama argumental  comprende unos de los periodos más convulsos de la historia afgana, desde la revolución comunista  de 1978 y la posterior invasión soviética, pasando por la larga guerra de desgaste de los muyaidines, la retirada rusa en 1989, la posterior guerra entre distintas facciones tribales, el integrista régimen de los talibanes, hasta la invasión norteamericana del país en 2001 tras el atentado a las torres gemelas. Se evidencia también la profunda división étnica y religiosa de Afganistán, que es una realidad histórica desde tiempo inmemorial y fuente de continuo sufrimiento para la sociedad civil. Y con todo no es la ambientación lo importante, no estamos ante una novela histórica aunque tenga elementos que nos la recuerden. Pero sí cabe destacar que es tendenciosa porque muestra los estragos bélicos de soviéticos y muyaidines, y la crueldad de los talibanes, mientras evita mencionar los mismos desastres en cuanto a la invasión americana. Me parece adivinar en  todo el relato una cierta intención catártica que busca fomentar la compasión y la piedad del pueblo norteamericano ante la triste condición de la mujer afgana y purificarlo de su mala conciencia justificando la intervención militar como una causa justa de liberación. En el epílogo parece que se pretende aprovechar ese estado de aflicción ante la miseria y padecimientos de los afganos para inducir sutilmente a la colaboración con las ONG humanitarias. Todos esos elementos explicarían que esta novela haya sido un best seller. Los años pasados y la inestabilidad del actual régimen afgano sustentado por Estados Unidos nos avisan de la inutilidad de esa catarsis aunque siga vigente la necesidad de ayuda a los refugiados.
      En fin, sobre todo una bonita y emotiva historia que se lee con agrado y facilidad, pero con bastante limitación en lo literario.