En varias
ocasiones he reconocido no estar al día en cuanto a novedades
literarias, algo nada raro en este país en el que se edita mucho y se lee poco.
Mi desconocimiento es mayor en el caso de autores con escaso palmarés y poco
reconocidos por la crítica. Este puede
ser el caso de la escritora sevillana Eva
Díaz Pérez (1971) que, desde un origen en el periodismo, inició su carrera
literaria a principios de este siglo. Su producción consta de algunos ensayos y una corta obra narrativa en la que muestra preferencia por temas de su ciudad natal y de Andalucía occidental. Esta tendencia
localista le aportó algunos premios en ese ámbito geográfico pero, es mi
opinión, quizás haya limitado su difusión. En cualquier caso este libro ha supuesto mi personal y afortunado
descubrimiento de la escritora.
Hijos
del Mediodía (2006) es una obra
interesante en la que el peso de los hecho históricos y la ambientación se
imponen claramente sobre una trama de ficción con tintes de misterio que parece
una mera excusa y apenas consigue cautivar la atención del lector. En cambio,
entendida bajo un enfoque adecuado, resulta ser una estupenda novela histórica,
un género que no atraviesa actualmente por sus mejores momentos, saturados como
estamos con títulos de ínfima calidad.
La ficción se localiza en Sevilla y
en la década de los años 20, en concreto durante la dictadura de Primo de
Rivera (1923-1930), con epicentro temporal en la Exposición Iberoamericana
del año 1929, evento que se saldó con una deuda excesiva y quizás no consiguió
todos los objetivos previstos, pero sin duda supuso la modernización
urbanística de la ciudad, adornada con plazas, jardines y pabellones de estilo
regionalista andaluz. El protagonista es Arturo Gándara, un periodista
gacetillero de frustrada vocación literaria
- letraherido es el
neologismo que lo define – que recibe enigmáticas cartas supuestamente escritas por antiguos
escritores sevillanos (cadáveres literarios) que le incitan a buscar ediciones
perdidas de sus libros y descubrir olvidadas bibliotecas en lugares recónditos
de la ciudad, afloradas ahora en las heridas urbanas ocasionadas por las obras públicas. Se trata de una
especie de juego que le anima a escribir sobre la memoria literaria de Sevilla.
En el fondo la verdadera
protagonista es la ciudad misma y sus contradicciones de aquella época. Aferrada a las tradiciones y a su pasado
colonial, pero intentando abrirse a la
modernidad. Animada por los poetas de las vanguardias - fundadores de la
revista Mediodía - que pretenden
liberarse de los tópicos sevillanos y entroncar con los escritores de la
generación del 27 pero, frente a la óptica cosmopolita de éstos, no logran superar su provincianismo de toros y Semana Santa. Los contrastes de una
ciudad cuyas élites económicas, henchidas de patriotismo por los fastos
triunfales y enriquecidas con los mismos, se divierten y olvidan la
insoportable miseria de los obreros que aspiran ya los aires revolucionarios
anarco-comunistas. El protagonista vive a caballo entre esos dos mundos, el de
los señoritos y burgueses poetas y el de los obreros, sin integrarse en ninguno
y en un imposible equilibrio inestable mantenido a base de frustración
literaria y cobardía política.
A lo largo de la trama la escritora
introduce en la ficción a multitud de personajes históricos y nos aporta su
personal visión de los mismos. En el grupo de las vanguardias sevillanas
destaca Fernando Villalón, poeta surrealista, ganadero, teósofo y
aficionado a la magia, también Rafael Porlán y el torero Ignacio
Sánchez Mejías. En la generación del 27, tienen un protagonismo notable Luis
Cernuda, algo menor Federico García Lorca y Rafael Alberti.
Entre los políticos resalta José Cruz Conde, nombrado por el dictador gobernador civil de
Sevilla y comisario de la Exposición. También aparece el propio Primo de
Rivera y el rey Alfonso XIII y sus aventuras sicalípticas durante
las frecuentes visitas que hizo a las obras. Participan o se citan de manera tangencial otros muchos personajes reales cuya única misión es enriquecer el ambiente histórico
e ilustrar mejor su encuadre cronológico; entre ellas citaremos a Isadora
Duncan, Josephine Baker, Blas Infante, o Fernando Pessoa.
La historia está narrada en tercera persona
y se desarrolla lineal en el tiempo aunque de forma periódica se introducen los
artículos que el protagonista escribe para su periódico, o algunas de sus reflexiones
personales contadas en primera persona. Estas digresiones tienen en mi opinión
la intención de dinamizar el relato que, por extenso y deficitario en suspense,
puede abrumar al lector. La datación de los artículos sirve además como
cronología de la historia.
El lenguaje es rico y sugerente, muy
descriptivo y empeñado en destacar los aspectos sensitivos, olores, sabores y
colores de los lugares y ambientes, todo ello reforzado por el frecuente uso de
arcaísmos de aquel tiempo, y también de neologismos surrealistas en el caso de las fiestas y
sesiones espiritistas de los poetas. En mi opinión la escritora
abusa de dichos términos, en ocasiones necesarios y en otras sólo una exhibición gratuita de erudición. En
cuanto a la documentación histórica me parece rigurosa hasta lo minucioso.
En el epílogo se llega al desenlace,
en Sevilla durante los primeros días de la sublevación militar de 1936. Es el
relato de la resistencia revolucionaria
de los obreros y la dura represión de Queipo de Llano. Este final
actúa en la narración como un deus ex
machina que envuelve a los
personajes y resuelve de forma trágica
sus vidas que hasta ese momento carecían
por completo de tensión dramática. Es como el final apoteósico de una sinfonía
de Beethoven a continuación de una plácida y larga sonata de Mozart;
casi fuera de lugar pero dando sentido al conjunto de la narración. Se refuerza
así el carácter de novela histórica y entendemos que la guerra civil fue la
consecuencia inevitable de aquellos felices e injustos años veinte. La portada
ilustra y resume de forma simbólica el contenido del libro; la calle
adoquinada, en apariencia tranquila y en orden, con un inquietante giro que nos
oculta lo que está por venir.
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