En vísperas de Semana Santa hemos asistido a un concierto de música sacra ofrecido en la Catedral por la Orquesta y Coro de la Universidad de Jaén, dirigidos por Daniel García Caro y Francisco Bermudo respectivamente. Las obras programadas pertenecían al periodo del clasicismo y me parecieron muy originales, al menos para el oído de un simple aficionado. En efecto, se trataba de autores poco conocidos y de una pieza menor en el amplio repertorio de uno de los mas grandes genios de la música. Las dos primeras eran instrumentales y la última, de más larga duración, para orquesta, coro y solistas.
Juan Crisóstomo de Arriaga (1806-1826) fue un violinista y compositor vasco que murió de tuberculosis, en París, a la temprana edad de 19 años, cuando empezaba a ser reconocido internacionalmente como autor. Su obra estuvo muy influenciada por los músicos del clasicismo, pero tras su muerte fue olvidada, y a finales del XX recuperada cuando se le consideró un exponente del nacionalismo musical vasco. Su Obertura en fa menor, Op. 1 (1818) fue la primera interpretada. La compuso a la temprana edad de 12 años y no está incluida en el catálogo de obras religiosas del autor. En la audición me pareció notar, además de la influencia clásica, un componente romántico que recordaba vivamente a Beethoven. Una suave melodía intercalada en la pieza sonaba como a paso de danza con claros aires hispanos.
La segunda pieza instrumental ejecutada por la orquesta, esta sí música sacra, fue la sinfonía Die Schuldigkeit des ersten Gebots (1767) (La obligación del primer mandamiento) de Wolfgang Amadeus Mozart. Se trata de un drama sacro y su originalidad y rareza consiste en que fue compuesta por el genio vienés cuando tenía 11 años y quedó inacabada porque solo compuso la primera parte. En la audición, decir que sonaba a Mozart en estado puro, lo cual indica la precocidad del compositor a la hora de establecer ese estilo inigualable que tan bien lo definió.
La última obra del programa pertenece a una autora casi desconocida, Marianne von Martínez (1744- 1812), de ancestros españoles como indica su apellido, pero totalmente austriaca en lengua y cultura. Fue alumna de Haydn y conoció a los mejores músicos de su tiempo. Fue muy reconocida, recibió premios y honores, pero después quedó olvidada, algo frecuente en las artistas femeninas. La obra interpretada fue Dixit Dominus, una Cantata Sacra cuya letra procede del salmo 110. Sobre este último quiero hacer una pequeña digresión. La frase inicial del salmo dice textualmente: “Dijo el Señor a mi Señor”. El primer Señor es inequívoco, Dios, pero el segundo se ha prestado a interpretaciones. Unos dicen que es el propio David; los mesiánicos judíos interpretan que es el Mesías; por último los cristianos dicen que es Dios Padre hablando a Jesucristo. De esta última la fama del salmo como oración sacra.
Volviendo a la obra, se trata de una composición para orquesta, coro y cuatro solistas, soprano, mezzosoprano, tenor y barítono. Está dividida en siete movimientos o partes, tituladas con los correspondientes fragmentos del salmo. Me pareció una obra compuesta para mayor lucimiento del coro que de los solistas. Al primero le corresponden los movimientos más vivaces, y a los segundos intervenciones, casi siempre en pareja soprano-mezzo y tenor-barítono, con pocos solos de cada uno de ellos, y por tanto con menor posibilidad de lucimiento.
No voy a destacar por sus nombres a ninguno de los solistas porque sus currículos están bien especificados en el programa y no pretendo alargar más este comentario. La interpretación de orquesta y coros estuvo a la altura de las obras, quizás más exigentes, desde el punto de vista técnico, de lo que un aficionado puede valorar. Los solistas igualmente bien, y sí he de destacar alguno me decidiría por el barítono.
En fin, disfrutamos una velada musical interesante, con la música adecuada a estas fechas y muy original en la programación.
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