jueves, 5 de abril de 2018

EL TULIPÁN NEGRO. Alejandro Dumas


No hace mucho que he recuperado mi biblioteca, perdida hace tiempo por circunstancias que ahora no vienen al caso. La encontré desubicada de sus estanterías originales, en un triste y caótico rimero de libros amontonados junto a la pared; un desorden que he procurado corregir. Y en eso estaba cuando, en una lluviosa y deprimente tarde de este invierno invasor de primaveras, me topé con esta novela de aventuras, pura literatura de evasión que me hizo evocar mi etapa juvenil y leí con verdadero deleite de un tirón.
Firmada nada menos que por Alejandro Dumas (1802-1870), autor de obras tan populares como El conde de Montecristo o Los tres mosqueteros, y auténtico maestro en este subgénero literario. Digo firmada, y supuestamente escrita, porque en la nómina  del escritor francés figuran nada menos que unas trescientas novelas, pero se sabe que, a fin de aumentar las ventas, se le atribuyeron obras de otros autores menos conocidos; algo similar a lo que ocurrió con Lope de Vega y su enorme producción teatral. También está confirmado que ocasionalmente contrató a profesionales para escribir bajo su nombre; lo que ahora se conoce coloquialmente como un “negro”.
El tulipán negro (1850) –perdón por la redundancia-  fue escrita por Dumas sólo seis años más tarde que aquellas dos novelas que le dieron la fama. No debe ser confundida con la película del mismo título, que protagonizó Alain Delon en 1964, interpretando a un espadachín enmascarado al estilo del Zorro, que repartía entre los pobres lo que robaba a los ricos. Ninguna coincidencia argumental entre una y otra, salvo pertenecer ambas al género de aventuras.
En nuestro caso, la novela tiene todos los ingredientes básicos en esta modalidad narrativa de acción y misterio. El protagonista es el holandés Cornelius Van Baerle, un joven botánico tan honrado como ingenuo, que se ve envuelto en una intriga política que pondrá en riesgo su vida. En el papel de malo, su vecino Isaac Boxtel, malvado rival en el cultivo de tulipanes y envidioso de su fortuna. Las desgracias del primero se suceden hasta salir finalmente victorioso gracias a la decisiva  ayuda de Rosa, una belleza rubia, compasiva y también más inteligente y práctica que su enamorado Cornelius. Como suele ocurrir en este tipo de novelas, la acción se complica y agrava hasta el final cuando de forma providencial aparece el príncipe que imparte justicia y pone a cada cual en su sitio. Este último papel está reservado a un personaje histórico, Guillermo III de Orange, al que Dumas apoda el Taciturno confundiéndolo con un antepasado de mismo nombre que vivió un siglo antes.
Hago esta aclaración porque el relato tiene una ambientación histórica bastante definida que sirve de marco perfecto y justificación de la aventura. Desde las primeras páginas se traslada al lector a Holanda y a la ciudad de la Haya en una fecha muy concreta, el 20 de agosto de 1672, el día que la plebe enfurecida linchó y despedazó los cuerpos de los hermanos Johan y Cornelius de Witt, dos políticos admiradores de la antigua república romana, cuyo trágico destino tiene cierta similitud con el de los Gracos. Johan de Witt, jurista y matemático, fue líder indiscutible de la República de las Provincias Unidas desde 1650, el periodo de mayor hegemonía holandesa en Europa. Durante su mandato se abolió el cargo de estatúder, una especie de principado republicano que había ostentado hasta ese momento la casa de Orange. La guerra con Francia arruinó su prestigio y fue aprovechada por el partido orangista que instigó la revuelta popular que terminó con su vida.
Desde esa fecha y de esos sucesos históricos descritos en los primeros capítulos, parte la aventura de Cornelius van Baerle, obsesionado con la búsqueda de un tulipán negro que debería ser el premio a su larga carrera botánica, en la feria de Haarlem. La llamada tulipomanía, que es otro punto referencial en el relato, fue un periodo de euforia especulativa que se produjo en Holanda en torno a los bulbos de tulipán y su hibridación en distintos colores, lo que llevó a la primera burbuja económica conocida en la historia moderna. En este caso Dumas se permite la licencia del anacronismo porque dicha crisis ocurrio unos cuarenta años antes de los hechos narrados.
El relato tiene el formato típico de las novelas del XIX, publicadas en prensa y por entregas. El narrador en tercera persona, que puede ser el propio escritor,  se dirige al lector mediante preguntas retóricas destinadas a estimular su curiosidad. En el final de cada capítulo la acción  mantiene el suspense necesario que incite a proseguir la lectura en el siguiente.
Para terminar, se trata de una buena novela de aventuras. Obra menor del autor pero muy entretenida. Interesante por la ambientación. Los comentarios y juicios de valor del narrador en torno a los personajes históricos revelan a un Alejandro Dumas de clara simpatía republicana, lo cual no dejaba de ser peligroso en un escritor que vivió gran parte de su vida bajo el régimen dictatorial del Segundo Imperio francés de Napoleón III.
        


lunes, 2 de abril de 2018

AMAPOLAS VERDES. Ildefonso Morillas Pulido


Ildefonso Morillas (1974) es un escritor aún no favorecido por las técnicas de marketing editorial. Bajo esa perspectiva podría considerarse un autor incipiente y no reconocido, a pesar de tener publicadas hasta ahora dos novelas, dos volúmenes de relatos cortos, y haber sido galardonado con varios premios de ámbito local y regional. En cuanto a este tipo de escritores casi desconocidos, pienso que los clubs de lectura cumplen una decisiva función  divulgativa de su obra que tiende a hacerlos visibles ante el público lector. Gracias a mi club, y con este libro, he descubierto a un nuevo escritor, un paisano jiennense al que sinceramente deseo una pronta consagración en el panorama literario español.
Amapolas verdes (2017)  es su tercer libro de cuentos. Un volumen integrado por diez relatos, incluido el que le da el título. La mayoría están ambientados en lugar y tiempo indefinidos, que el lector localiza a veces por los nombres de algunos personajes, o pequeños detalles que le remiten a un pasado no muy remoto. La excepción son los titulados Fiona Glenn, con escenario en la Irlanda  de mediados del pasado siglo, y Niños, moscas y ferragosto, ubicado en la región  italiana de Las Marcas. La localización es aquí importante, porque sitúa a los personajes en un medio rural opresivo que refuerza la impresión de soledad de los mismos. 
Casi todas son historias narradas en primera persona por los protagonistas principales, en un tono que nos revela sus sentimientos más íntimos. Son relatos que no buscan el efectismo de la fantasía sino la emotividad que emana de hechos cotidianos o experiencias y sensaciones que dejan su impronta en la vida de los personajes.
El tema que trasciende la mayoría de estos relatos es el amor y sus manifestaciones o secuelas. Un amor ni idealizado ni afectivo sino  entendido más en su faceta venérea, en ocasiones con descripciones de una carnalidad explicita. El amor, y también su ausencia, que deja heridas permanentes. El despertar al sexo de un adolescente egoísta y celoso; el amor desigual  y el abandono de la amada; el fracaso de la vida conyugal; la nostalgia y la frustración sexual en  una violación poco menos que consentida; el amor roto antes de consumarse. Historias narradas a menudo por mujeres marcadas por la pobreza o un entorno agobiante, amores que las señalan y concluyen en soledad. Unos pocos relatos rompen esta supuesta unidad temática y nos muestran los terrores nocturnos infantiles, o el dolor contenido pero insuperable por la pérdida de un hijo.
Los personajes evidencian sus sentimientos con un lenguaje sencillo y directo, desprovisto de artificio pero emotivo, que puede ser vulgar si la ocasión lo requiere. Las historias, con la excepción de la titulada Fuego, no tienen un final sorprendente como suele ocurrir en este tipo de relatos cortos. Pero todas tienen matices inquietantes o establecen relaciones simbólicas que mantienen la atención del lector.     
En resumen, una colección de cuentos de lectura fácil. Quizás les falte algo que no sabría definir bien, pero tienen aspectos interesantes que evidencian a un escritor que, utilizando un término taurino, apunta maneras y habrá que seguir en el  futuro.

miércoles, 28 de marzo de 2018

MESSA DA REQUIEM. Giuseppe Verdi


En fechas recientes la Universidad de Jaén celebró su 25 aniversario con la programación del Requiem de  Giuseppe Verdi en la Catedral. Se trata de una obra de gran exigencia interpretativa, que tradicionalmente ha supuesto un enorme reto para solistas, coros y orquesta. En esta ocasión fue interpretada por  un coro mixto, el de la Universidad de Jaén y el de la Ópera de Granada, con la Orquesta de la Universidad de Jaén en la parte instrumental, y con los solistas Carmen Solís (soprano), Mirouslava Yordanova (mezzosoprano), Pancho Corujo (tenor) y Francisco Crespo (bajo), dirigidos por Ignacio Ábalos Ruiz.
         Sí el de Mozart es quizás el más popular de los Requiem, el de Verdi es el más espectacular, en mi opinión. Se ha dicho del mismo que es una ópera con formato de música sacra y que Verdi, reconocido anticlerical y agnóstico, no pretendía expresar en su obra la confianza en la salvación sino su angustia y rebeldía ante la muerte. De ahí el énfasis musical en los pasajes más dramáticos del texto litúrgico, tales como el Dies Irae, ese terror de las almas ante el Juicio Final que se repite como leitmotiv durante el desarrollo de la obra hasta el último pasaje, cuando reaparece como una terrorífica explosión poco antes de que la angustiada e insistente súplica de la soprano, libera me, quede en el aire mientras se apaga la música, en un final inquietante que parece mantener la duda sobre la salvación que se pide en el primer pasaje: “Requiem aeternam dona eis, Domine”.
         Como aficionado a este tipo de música coral no pretendo analizar y criticar la actuación de los solistas, coros y orquesta, en la interpretación que nos ocupa; y además sería muy osado, dada mi escasa o nula cualificación técnica en todo lo referente a canto e interpretación musical. Sí puedo decir que me pareció en su conjunto un espectáculo grandioso; a señalar el brillante y dramático predominio de los instrumentos de viento en la parte instrumental, también el equilibrio y armonización entre coros y orquesta. En cuanto a los solistas, creo que estuvieron a la altura del reto. En particular quiero destacar al bajo, y la soprano de voz clara y brillante, aunque no estoy seguro que se sobrepusiera en volumen a los coros en el pasaje final, tal como lo exige la composición verdiana, si bien es cierto que la mala acústica de la Catedral pudo tener alguna culpa en ese sentido. También eché de menos un poco de más énfasis dramático en la primera frase de ese último movimiento, el “Libera me, Domine, de morte aeterna”, que en otras audiciones la soprano canta casi como una demanda angustiada antes que humilde súplica. 
         En fin, creo que  el público quedó  muy satisfecho con la interpretación de este Requiem de Verdi. Por mi parte añadiría mi deseo de poderlo disfrutar de nuevo en un futuro no muy lejano, a ser posible en un teatro o sala de conciertos. Perderíamos en cuanto al típico marco incomparable lo que ganaríamos en mejor acústica.
          Al margen de lo dicho hasta ahora, quiero criticar la pésima organización del evento. Es verdad que la entrega previa de entradas de invitación parecía indicar un intento de organizar el caos que reiteradamente sufrimos en este tipo de conciertos gratuitos. Por desgracia no fue así. Algunos asistentes estuvimos en cola hasta una hora antes con la esperanza de conseguir un asiento más cercano a la orquesta y coros, y tuvimos que ver como se abrían tres puertas de la Catedral al mismo tiempo, apenas se solicitaba la entrada, y el público entraba en tromba sin respetar turno alguno. La solución parecía fácil, una sola puerta abierta y algunas vallas para establecer un orden de acceso, pero una vez más la improvisación y el mal hacer de los responsables frustraron cualquier intento de orden.
         Comprendo que la gratuidad de un espectáculo es un elemento fundamental para divulgar la cultura, musical en este caso. Pero en aquellos que por su popularidad convocan a gran cantidad de público debería establecerse un precio de entrada, aunque fuera pequeño, como forma de discriminar el verdadero interés de los asistentes. Puede parecer ésta una opinión elitista, pero la comprendería quien hubiera tenido que contemplar y soportar, a su lado o delante, los arrumacos de una pareja de novios desentendidos del Agnus Dei, o los esfuerzos de una madre por distraer con un muñeco a su niña pequeña  mientras se cantaba el Ingemisco.
         Lamento terminar el comentario con esta amarga crítica de aspectos ajenos al magnífico Requiem que disfrutamos y agradecimos todos los buenos aficionados a la música clásica.
        


martes, 13 de marzo de 2018

LA GUERRA DEL GENERAL ESCOBAR. José Luis Olaizola


Hasta el momento no he conseguido encontrar una definición clara del subgénero literario conocido como novela biográfica. Tampoco puedo asegurar que biografía novelada sea un término sinónimo del anterior. Incluso no parece haber acuerdo en cuanto a su encuadre en un determinado género, aunque algunos la incluyen dentro de la novela histórica. En cualquier caso, este tipo de narraciones, en torno a un personaje real, suelen mezclar la ficción y la interpretación libre sobre determinadas actitudes o aspectos de su personalidad, con la veracidad de los hechos históricos que protagonizó. Si nos atenemos a estas dos características, estamos ante una muy buena novela biográfica, quizás la obra más conocida del escritor vasco José Luis Olaizola (1927), ganadora del Premio Planeta el mismo año de su publicación.
La historia del coronel de la Guardia Civil Antonio Escobar Huerta (1879-1840) fue intencionadamente ocultada durante el periodo franquista. En los comienzos de la democracia se inició una tímida reivindicación de su dimensión histórica en publicaciones como “Cambio16” y alguna que otra revista de historia. Pero no fue hasta 1983, dos años después del intento golpista de Tejero, cuando esta novela rescató del injusto olvido a Escobar, quizás como antítesis del anterior, y popularizó su figura entre los lectores, tanto que un año más tarde fue seguida de su versión cinematográfica, interpretada por Antonio Ferrandis.
El coronel Escobar, luego ascendido a general, fue sin duda, frente a la traición de los sublevados, un ejemplo de lealtad al gobierno de la II República. Su decisiva intervención a favor del orden legítimo, en Barcelona durante la jornada del 19 de julio del 36, evitó el triunfo del golpe militar en Cataluña aunque no pudo evitar el caos impuesto por las milicias anarcosindicalistas en los meses siguientes. Una lealtad republicana que mantuvo hasta el final de la guerra y  le costó la vida, tras la derrota de 1939. Lealtad tanto más meritoria, si cabe,  por ser hombre de ideas conservadoras y fuerte convicción católica, con hermanos e hijos guardias civiles en ambos bandos, e incluso un hijo falangista que murió luchando en el bando nacionalista. A pesar  de esos antecedentes, las autoridades republicanas no dudaron de su profesional imparcialidad y le asignaron sucesivas misiones durante el curso de la guerra, a resultas de las cuales fue herido gravemente en dos ocasiones. Terminada la contienda  se negó a huir por creer que sólo había cumplido con su deber. Fue jugado por los vencedores en consejo de guerra, acusado paradójicamente  de rebelión militar, y fusilado en el castillo de Montjuic meses antes que el presidente de la Generalitat, Lluis Companys. También resulta una injusta paradoja que el nacionalismo catalán convirtiera en mártir a éste último y olvidara al hombre que le salvó la vida al comienzo de la sublevación militar.
La guerra del general Escobar (1983) está narrada en primera persona por el propio protagonista, que escribe unas ficticias memorias durante su prisión en espera de ejecución de sentencia. El lenguaje es austero y sencillo, sin florituras literarias, el que correspondería a un militar. En sus opiniones y juicios de valor no oculta sus ideas pero manifiesta una estricta neutralidad respecto a los que deberían ser sus contrarios políticos, siempre amparado en el cumplimiento del deber y una cierta piadosa comprensión. Y sin embargo, el relato no resulta frío como pudiera pensarse por lo dicho, bien al contrario, desprende una emotividad contenida y hasta cierta dosis de humor.  Todo ello tiende a destacar en el personaje la serenidad frente a un destino dramático, amparado en el fervor religioso que parece ser su refugio y consuelo.
Aunque es imposible desligar al protagonista de los hechos históricos que vivió, no estamos ante una novela de guerra. Es la historia de un hombre que sufre la guerra enfrentado a conflictos éticos, conciencia o deber, lealtad o traición, en unos tiempos en  que la trágica lucha fratricida convertía en imprecisos los límites entre esos principios y un error de cálculo podía ser fatal.
El retrato del personaje que nos ofrece el escritor, aún con cierto tinte hagiográfico, es verosímil y convence al lector. En el plano histórico el relato es riguroso y sin sospecha de parcialidad. En suma, se trata de una buena novela que se lee con agrado, y un merecido homenaje a un hombre de mérito que había sido injustamente olvidado.

domingo, 4 de marzo de 2018

GABRIELA, CLAVO Y CANELA. Jorge Amado


Las primeras frases de esta novela son rotundas: “Esta historia de amor por curiosa coincidencia…, comenzó el mismo día claro, de sol primaveral, en que el estanciero Jesuíno Mendonza mató a tiros de revólver a doña Sinházinha Guedes Mendonza, su esposa”. Como no recordar, desde el principio mismo de la lectura, los comienzos en las novelas de Gabriel García Márquez, potentes y sugerentes, capaces de atraer la curiosidad del lector desde las primeras líneas. Y, sin embargo, Jorge Amado (1912-2001) no fue un imitador del genial escritor colombiano, a la inversa, la crítica literaria le reconoce como uno de los precursores del realismo mágico en la moderna literatura latinoamericana. Es verdad que en esta novela  no se aprecia esa intención de hacer verosímil y otorgar carácter común y cotidiano a lo fantástico e irreal, el rasgo más definido de este movimiento estilístico. Pero sí podemos encontrar aquí esas descripciones intensamente sensoriales que apelan a la sensualidad, o la sensación de detención del tiempo cronológico mientras fluyen los pensamientos de los personajes, rasgos igualmente típicos del realismo mágico.
         Gabriela, clavo y canela (1958) es la obra más popular entre la extensa producción del escritor brasileño. La más premiada, más traducida y más versionada en cine y televisión. Desde el mismo comienzo del relato, el narrador omnisciente nos aclara que estamos ante una historia de amor, la del sirio Nacib y la mulata Gabriela, de una belleza agreste y cautivadora. Queda claro que esa relación y sus peripecias  es uno de los hilos conductores de la trama argumental, pero en mi opinión no es el eje principal de la  misma. Tampoco me parece que sea Gabriela la principal protagonista, tal y como sugiere el título, sino más bien Nacib, un personaje sensible, entrañabe y pragmático que, en su condición de comerciante que regenta el principal bar en el puerto de Ilhéus, está al tanto de todos los chismes, murmuraciones  y noticias de la vida ciudadana, y en cierto sentido hace de nexo de unión entre el resto de personajes. Desde el principio el narrador nos describe sus inquietudes y penetra en sus pensamientos. En cambio Gabriela entra en escena a mitad de la historia, con bastante fuerza, es verdad, gracias a una desbordante sensualidad y a su naturaleza sencilla y libre de prejuicios, con una alegría y energía vital que arrastra tras de sí a casi todos los personajes, y la convierte en centro de atención del lector. El narrador también nos cuenta en su momento la crisis de la protagonista pero, aún así, el retrato psicológico de Gabriela es menos profundo y perfilado que en caso de Nacib.
         El verdadero protagonista de la novela es la propia Ilhéus, ciudad costera del estado brasileño de Bahía, en torno a 1925, cuando el cultivo del cacao  está en pleno auge y produce el  enriquecimiento rápido de la ciudad. Es entonces cuando aparecen tensiones sociales, llevadas al terreno político, entre los antiguos propietarios, los llamados coroneles, y los hombres nuevos. Los primeros representan el conservadurismo más retrógrado, incultos y poderosos, anclados en una mentalidad patriarcal y en el espíritu de los primeros colonizadores que, revolver en mano, nos recuerdan vivamente los tiempos de Far West tan divulgados por el cine americano. Los segundos son  empresarios y exportadores de la segunda ola migratoria, gente con mentalidad moderna y ansias innovadoras, partidarios de cambios sociales y políticos acordes con la nueva realidad económica. En suma, el conflicto entre tradición y progreso, un concepto que aparece con insistencia a lo largo de la narración. Los dos personajes que mejor representan esas dos tendencias antagónicas son el viejo cacique Ramiro Bastos y el emprendedor empresario Mundinho Falcao.
         En mi opinión estamos ante una estupenda novela histórica. Por la narración desfila todo un coro de personajes arquetípicos de esas dos mentalidades, y en sus actitudes y opiniones vislumbramos la evolución social inducida por el progreso económico. La intención crítica del escritor no pretende ser agria ni incisiva sino más bien amable e irónica, más centrada en el retrato costumbrista que en la profundidad analítica. Un retrato de época enfocado en la clase social dirigente, la de los blancos enriquecidos y favorecidos por toda clase de privilegios políticos. El pueblo llano aparece de forma marginal, representados en toda una cohorte de negros y mulatos, campesinos del cacao y pistoleros, sin capacidad de decisión, refugiados en sus bailes y tradiciones ancestrales. Algunos dicen que Gabriela representa el nexo entre ambas capas sociales y es el símbolo de ese progreso y evolución que se quiere poner de manifiesto en la sociedad de Ilhéus. Yo pienso que, frente a la encorsetada e hipócrita buena sociedad, representa la espontaneidad y la alegría de vivir de los afroamericanos. En mi opinión son dos mundos intercomunicados que aún podemos percibir en la sociedad brasileña; el poder político y social para los blancos, el carnaval y la samba para los mulatos.
         En resumen, una magnífica novela, que se lee con interés de principio a fin, retrato histórico de una época y una sociedad  que a mí me parece atractiva por lo exótica, aunque esos mismos cambios sociales, entre finales del XIX y principios del XX, son extrapolables a otras naciones. Los amores de Nacib y Gabriela insertos en la trama narrativa aportan la amenidad que toda buena novela histórica debe tener si quiere mantener su intención divulgativa. La historia que comienza con un crimen de honor, impune según la tradición, termina en el epílogo con el moderado castigo penal del mismo; todo un símbolo de cambio.

miércoles, 22 de noviembre de 2017

LA NIETA DEL SEÑOR LINH. Philippe Claudel

Una de las muchas ventajas que ofrece la pertenencia a un club de lectura es la posibilidad de conocer a escritores aún no consagrados por la fama literaria, o ausentes de la lista de superventas, en fin, esos que frecuentemente nos pasan inadvertidos. Es cierto que en ocasiones los criterios de selección de las obras pueden ser dudosos, y que el descubrimiento de un autor desconocido no presupone de entrada un feliz encuentro pero, en cualquier caso, siempre tiene aspectos positivos aunque sólo sea la mera satisfacción de la curiosidad, una cualidad que debería poseer todo buen lector. El autor que hoy comentamos ha sido uno de esos hallazgos propiciado por la programación de lectura en mi club.
El escritor francés Philippe Claudel (1962) es además guionista de cine y televisión, y este dato de su biografía tiene importancia para mí, como luego se verá. Su obra narrativa, es bastante desconocida en nuestro país, solo siete de sus novelas se han editado en español, pero su calidad literaria viene avalada por el prestigioso Premio Goncourt que ha recibido en dos ocasiones.
La nieta del señor Lihn (2006) es un relato breve pero muy emotivo. Cuenta la historia de un anciano que pierde en la guerra a toda su familia, salvo a su nieta de pocos meses. Con ella es evacuado en un barco que lo llevará al exilio en una ciudad extranjera, y a ella dedica todos sus cuidados porque es la única razón que le queda para vivir. Aunque no se cita expresamente el país del que huye ni la ciudad en la que es acogido, por los datos que se ofrecen a lo largo de la narración podemos establecer las coordenadas temporales y espaciales en la Guerra del Vietnam, en la década de los 60 o principios de los 70, y la ciudad a la que llega está en la costa francesa, quizás Marsella. Estos datos solo valen como nota curiosa, porque el relato no los necesita ya que el tema de fondo, el drama de los refugiados y del exilio, es universal e intemporal, incluso de plena actualidad, por lo que apela fácilmente a nuestra sensibilidad.
Volviendo al detalle de la trama. El señor Linh, agotado por la vejez y en la añoranza de su país de origen, se siente sólo y aislado por un idioma que no entiende y una cultura que le es extraña, y solo encuentra alivio y sentido en el cuidado de su nieta, Sang Diu, a la que protege en todo momento. En esa situación de indefensa debilidad conoce al señor Bark, un hombre robusto y afable cuya mujer ha fallecido recientemente. A pesar de las distintas lenguas que hablan, surge entre ellos una amistad sustentada en pequeños gestos y contactos. La historia de esa relación trascurre salpicada de incidentes emotivos hasta un final que intuimos dramático y termina por ser sorprendente. Lo trascendente del relato es la soledad y la capacidad del ser humano para superarla a través de la solidaridad.
He leído, en alguna crítica, que el estilo narrativo es depurado y minimalista. Estoy de acuerdo con esta afirmación, pero yo añadiría que casi no aprecio trazas de lo que puede entenderse como estilo literario. El  lenguaje es directo y no encontraremos aquí analogías, metáforas, ironía, elipsis, o cualquier otra figura retórica, en fin ese tipo de recursos habituales que definen el lenguaje literario. En cuanto al perfil de los personajes se busca antes el efectismo emotivo que profundizar en el retrato psicológico de los mismos. Por todo eso y algunas impresiones más, que no conviene aclarar para no anticipar la trama, yo diría que esta novela se parece demasiado a un guion, sí no lo ha sido en un principio, y merecería llevarse a la pantalla. Estoy seguro que la versión cinematográfica nos evitaría esas deficiencias que enfrían la lectura y en cambio reforzaría la emotividad directa y efectiva tan propia del medio audiovisual.
De cualquier forma no quiero desalentar a nadie. En mi opinión es una novela entretenida y de fácil lectura, capaz de agradar a un amplio sector de lectores porque toca nuestra fibra sensible.    

domingo, 19 de noviembre de 2017

NABUCCO. Giuseppe Verdi

Como viene siendo habitual, la actual edición del Festival de Otoño de Jaén ha incluido en la programación una ópera. No abundan las representaciones de este tipo en nuestra ciudad, y es por eso que los aficionados agradecemos el anual retorno de las mismas que asociamos ya con esta melancólica estación.
En esta ocasión hemos asistido a una de las obras más representadas a nivel internacional, la ópera Nabucco de Giuseppe Verdi, que fue el primer éxito del compositor romántico, la que inició su abundante producción entre la que se cuentan los títulos más populares del  repertorio lírico.
          El espectáculo fue una promoción de Concerlírica Internacional que, junto con Ópera 2001, suele organizar estas representaciones itinerantes de temporada a nivel nacional, gracias a las cuales podemos disfrutar en provincias de los títulos que sólo serían accesibles en los grandes teatros de Madrid y Barcelona. La interpretación ha estado a cargo de la compañía Teatro de la Ópera Nacional de Moldavia. No conozco los nombres de los cantantes solistas y director de la orquesta por no disponer del programa de mano, que se agotó precozmente por una masiva afluencia de público, según parece no prevista.
          Nabucco fue estrenada en 1842 en la Scala de Milán. El libreto es de Temístocle Solera y está basado en una historia del Antiguo Testamento, la conquista de Jerusalén por el rey Nabucodonosor II, la destrucción del primer templo y el exilio del pueblo judío en Babilonia. No añadiré más datos a este breve resumen de la ficha técnica. Tampoco detallaré la trama argumental, solo decir que incluye una historia de amor, de celos y traición, en un entorno de intriga política, mesianismo religioso y añoranza de la patria perdida; en fin los ingrediente adecuados para una buena tragedia con tintes épicos.
          En cuanto a la distribución de voces, en esta ópera me ha sorprendido la ruptura de un esquema que, en mi corta experiencia lírica, me parecía tradicional. Y es que en esta ocasión los papeles principales no están reservados a la pareja soprano y tenor  sino a soprano y bajo, quedando el tenor y otras voces relegadas a un segundo plano.
          La obra comienza con una obertura que compendia todas las melodías que se irán desarrollando, incluida un esbozo del va, pensiero. En el plano instrumental predomina claramente el metal sobre el resto de instrumentos, lo que presta, a lo largo del desarrollo, un intenso dramatismo a la acción teatral, aportando brillantez con un mínimo de recursos, dentro del papel secundario reservado a la orquesta.
          En Nabucco, el coro adquiere máxima importancia y es un personaje más de la representación ya que su actuación es casi continua. El coro de los esclavos que entona el va, pensiero,sull’ali dorate, en la segunda escena del tercer acto, se ha convertido en la pieza coral más famosa y popular, todo un paradigma de la ópera. En la época de sus primeras representaciones, tuvo además un valor político al convertirse en una especie de himno nacional, que simbolizaba el ansia de independencia de los italianos del norte frente al dominio austriaco.
          En cuanto a los personajes, el más destacado es el de Abigaille (soprano) que se muestra celosa y perversa al principio de la trama y se humaniza y redime en su dramático final. Su tesitura es la más exigente de toda la representación porque sus  continuos diálogos con la masa coral le obligan a sobrepasarla en volumen y efectos vocales. Se dice que muchas sopranos se negaron a interpretar este papel por el esfuerzo agotador que suponía. En nuestro caso la cantante estuvo magnífica, no solo por la intensidad de sus agudos sino por una magistral ejecución del efecto técnico conocido como messa di voce, que consiste en cantar una nota musical con una dinámica de pianissimo para lentamente abrirla y hacerla más poderosa hasta un forte y luego reducirla hasta pianissimo como al principio.
          El segundo papel en importancia dramática y vocal es el Sumo Sacerdote Zaccaria (bajo). También aquí Verdi se mostró más exigente de lo que es habitual para esta tesitura. Su participación en arias es frecuente y a menudo tiene que dominar al coro. Su voz grave es adecuada para representar esa nobleza y solemnidad que requiere el personaje. Nuestro solista tuvo también una actuación sobresaliente que fue reconocida por el público.
          En papeles secundarios también destacaron, pero a un menor nivel,  la pareja de Fenena (mezzosoprano) e Ismaele. Los críticos dicen que éste último es el tenor con menos protagonismo de todas las óperas de Verdi, con una actuación mínima y sin un solo aria para lucirse. En cuanto a Nabucco (barítono), el personaje que da título a la obra, necesita, más que altura vocal, grandes dotes interpretativas que fueron ampliamente satisfechas por el solista de turno.
      En fin, el Nabucco de Verdi que presenciamos fue estupendo. Un espectáculo grandioso y equilibrado en instrumentación musical, sobresaliente en coros y solistas, de gran fuerza dramática y brillante escenografía.

domingo, 5 de noviembre de 2017

EL CASCANUECES. Piotr Ilich Tchaikovsky

Hemos asistido, dentro de la programación del XVIII Festival de Otoño de Jaén, a la representación de El Cascanueces, una de las obras más populares en el repertorio de ballet clásico. En esta ocasión ha repetido el Ballet Nacional Ruso dirigido por Sergei Radchenko que ya nos deleitó el pasado año con El Lago de los Cisnes. No comentaré nada sobre aspectos generales de esta compañía porque ya lo hice en una anterior entrada.
          La música de este ballet, estructurado en dos actos, fue compuesta por Piotr I. Tchaikovsky y debe señalarse que, antes del  estreno, el genial compositor ruso seleccionó ocho de los números que integraron la Suite El cascanueces, op. 71ª para ser interpretada de forma independiente en concierto. Dichas composiciones, entre las que destacan el Vals de las flores y las cuatro danzas (española, árabe, china y rusa), han sido repetidamente reproducidas en cine y televisión por lo que son muy conocidas. El ballet fue estrenado en el teatro Mariinski de San Petersburgo en 1892, y cabe señalar que en ese momento no tuvo demasiado éxito, pero en 1950 Walt Disney seleccionó algunas de sus piezas para su película Fantasía y a partir de entonces su popularidad creció de forma exponencial hasta ser hoy en día una de las obras más representadas, principalmente en Navidad.
         El libreto fue escrito por Ivan Vsevolozhsky y el famoso coreógrafo Marius Petipa y está basado en un cuento de hadas del alemán E.T.A Hoffmann adaptado por Alejandro Dumas.
        El argumento se desarrolla a partir del primer acto que está ambientado en un hogar alemán a principios del XVIII. En casa de los Stahlbaum comienza una fiesta en torno al árbol navideño, rodeado de niños alborotadores que esperan sus regalos. Aparece un misterioso personaje, Drosselmeyer, con aspecto de mago, que distribuye regalos entre los niños. A Clara, su ahijada, le regala un el muñeco Cascanueces, pero su hermano Fritz diputa con ella por el mismo y lo rompe. Mientras Drosselmeyer lo  repara, la niña se duerme y a partir de ese momento se introduce en un mundo onírico de fantasía donde el Cascanueces interacciona con otros personajes como la benéfica Hada del Azúcar o el malvado Rey de los ratones.
      En su momento esta trama argumental fue criticada y se la calificó de alocada e inconexa. Da la sensación que la fantasía del cuento es una mera excusa para hilvanar toda una serie de cuadros escénicos y permitir el lucimiento de coreógrafo y bailarines.
       Para centrarnos en la representación que nos ocupa. En esta ocasión, el coro de niños del primer acto, que puede ser interpretado por adultos, lo fue por niños reales que supongo alumnos incipientes de una escuela de la propia compañía. Su actuación me pareció buena en baile e interpretación mímica, y en todo caso meritoria dada la edad de los mismos. La escenografía y coreografía muy buena en la ambientación, y los coros y bailarines de las danzas bastante notables dado su papel secundario. En cuanto a los primeros bailarines me parecieron de menor nivel comparados con otros que he tenido ocasión de admirar en otras representaciones de esta ballet, e incluso con los del pasado año en El lago de los cisnes. Bien es cierto que en esta obra destaca más la mímica y la interpretación coral que la actuación de los solistas. Baste decir que la prima ballerina únicamente tiene oportunidad de lucimiento en un solo, dentro de un pas de deux, tras el Vals de las flores, al final del segundo acto, en la conocida como Danza del Hada del Azúcar. Como dato curioso destacar que en ésta pieza musical, Tchaikovsky introduce la celesta, un original  instrumento musical  de percusión, parecido al armonio, que funciona mediante teclas que percuten en láminas metálicas. También conviene destacar que, en la introducción y las primeras danzas del primer acto, el autor romántico se esforzó por inspirar un cierto aire rococó barroco para sugerir la época en que se ambienta el relato.
       En resumen, aún con los aspectos negativos de esta crítica, no demasiado cualificada, mi opinión general es buena y disfrutamos de un espectáculo total que por desgracia no es frecuente en nuestra ciudad.




                    

sábado, 7 de octubre de 2017

EXTRAMUROS. Jesús Fernández Santos

Jesús Fernández Santos (19269-1988), junto con Ignacio Aldecoa, Rafael Sánchez Ferlosio, Miguel Delibes y algunos más, perteneció a la conocida como  generación de los 50, un grupo de escritores que desarrolló durante la posguerra una narrativa con rasgos estilísticos propios y bien definidos, que se han integrado y resumido en el concepto de  realismo social, o novela social española. Su primera obra, Los bravos (1954), que leí  hace muchos años, me impresionó por el crudo realismo descriptivo y la denuncia de las duras condiciones de vida en una aldea de la montaña leonesa, tras la guerra civil. En ésta que comentamos hoy, quizás la más conocida y premiada del autor, me parece notar una evolución que no sabría definir bien, quizás un estilo más elegante, consecuente con su madurez literaria, pero aún es reconocible aquí esa preocupación social, en la descripción de la miseria y la hambruna del pueblo castellano en contraste con la escandalosa riqueza de los nobles, en un contexto histórico concreto, los comienzos del siglo XVII en tiempos de decadencia del imperio español, durante el reinado de los llamados Austrias menores.
En base a esa recreación de nuestro pasado, Extramuros (1978) ha sido catalogada por la crítica como una novela histórica pero, sin rechazar esta clasificación, creo echar en falta ciertos elementos propios de este subgénero. En primer lugar la ausencia de un narrador omnisciente tan frecuente en este tipo de relatos. Tampoco tenemos aquí personajes históricos que protagonicen la ficción o la cuenten a modo de crónica. Más bien parece que el escritor omita deliberadamente nombres y datos que nos permitan situar la acción en tiempo y lugar concreto. Es solo por sutiles y escasas referencias que podemos fijarla en los primeros años del siglo XVII, durante el reinado de Felipe III y su valido el duque de Lerma, y situarla en la ciudad del mismo nombre, y aún así con alto riesgo de errar en nuestras deducciones.
La novela cuenta la historia de amor entre dos monjas de clausura en un convento acuciado por la miseria y el abandono en tiempos de sequía. En esta situación extrema, una de ellas decide simular los estigmas de Cristo con la complicidad de su amante y este será el condicionante de toda la acción posterior que trascurre de manera lineal, con pequeños saltos hacia adelante, pero sin analepsis o retornos retrospectivos al pasado. La narradora es la propia protagonista, la amante que nos cuenta los acontecimientos en tercera persona y en ocasiones expresa sus propios sentimientos en primera. Se trata de una narradora equisciente, es decir, conoce sólo lo que está viviendo, es protagonista y testigo de los hechos. Con esta estructura narrativa la historia se convierte deliberadamente en subjetiva porque vemos a la amada, la santa, y a los demás personajes, enfocada desde la personal visión y los sentimientos de su amante. 
Estamos ante una auténtica  historia de amor, con los desequilibrios que a veces se manifiestan en el binomio de amante y amada. Un amor más íntimo y espiritual que erótico, impregnado de un misticismo que se impone a la carnalidad, en el que la amante narradora se sacrifica por su amada sin importarle no ser correspondida en igual medida.
En esta historia hay una segunda voz, la de la monja motilona, un especie de criada del convento, que ocasionalmente toma la palabra para describir momentos no presenciados por la narradora. Ésta segunda voz ofrece el contrapunto pragmático frente al idealismo de la protagonista, una especie de Sancho Panza que acompaña y atempera a su quijotesca  hermana.  
El  estilo del relato es sencillo, elegante  y en ocasiones poético, con unos pocos arcaísmos, los suficientes para justificar, en las descripciones y en los abundantes diálogos, un lenguaje que se aproxime al de la época.

En resumen, se trata de una buena novela, interesante hasta el final aunque sospechemos el desenlace. Una historia intimista con elementos de novela histórica que la refuerzan, y con una estructura narrativa bastante original en mi opinión.          

jueves, 10 de agosto de 2017

PATRIA. Fernando Aramburu

Esta novela, la última de Fernando Aramburu, ha sido un éxito fulminante. Desde su edición el pasado año, y en lo que va de éste, ha cosechado dos premios y las mejores críticas. Es, hasta ahora, el número uno en la lista de superventas, objeto de debate en los foros literarios y motivo de elogio en el boca a boca entre lectores. Hasta su propio título parece un acierto; breve y rotundo nos remite a un concepto tan ambiguo como afectivo, que todos podemos sentir más que entender, y nos hace presagiar, de entrada, la emotividad del contenido.
El autor, por edad y por vasco, sabe bien de lo que escribe, y lo hace con la maestría narrativa que demostró desde su primera novela, Fuegos con limón (1996). En esta última renuncia de forma expresa a una explicación del fenómeno  terrorista para centrarse en sus consecuencias. Los motivos que le indujeron a escribirla los expone claramente Aramburu cuando, casi al final de la obra, se introduce en el relato a través de un personaje que actúa como alter ego literario, precisamente un escritor anónimo que, en una conferencia, presenta su novela sobre el mismo tema y entre otras razones comenta las siguientes: “Escribí, pues, en contra del sufrimiento inferido por unos hombres a otros…y qué consecuencias físicas y psíquicas acarreará a las víctimas supervivientes.”; ”Procuré evitar los dos peligros más graves en este tipo de literatura: los tonos patéticos y sentimentales, por un lado; por otro, la tentación de detener el relato para tomar de forma explícita postura política”.
Patria (2016) cuenta la historia de dos familias que fueron amigas y se ven enfrentadas a raíz de un asesinato de ETA. Las dos protagonistas principales son las matriarcas de las mismas; Bittori es la viuda y víctima indirecta, Miren es la madre de uno de los miembros del comando que asesinó al Txato, cuya autoría directa no se aclara hasta el final; sin duda un recurso para mantener la atención y algo de intriga  sobre un relato que trascurre ágil aunque demasiado extenso en mi opinión. La acción comienza en 2011, año en el que ETA anunció el cese de la lucha armada, y desde ese presente los personajes, miembros de ambas familias, evocan el pasado teniendo como punto focal el asesinato. La trama argumental se desarrolla con fluidez mediante capítulos cortos en los que se suceden y alternan los protagonistas aportando su personal visión de los hechos y expresando sus sentimientos, sobre todo el dolor y la humillación, también la culpa y la frustración sin posibilidad de alivio en el perdón o el olvido. Los personajes secundarios y la ambientación entre el medio rural, aferrado a la tradición, y San Sebastián, más progresista y menos opresiva, aportan un buen retrato de la sociedad vasca.
La brevedad de los capítulos y la frecuencia de analepsis restrospectiva recuerda la sucesión de escenas cinematográficas, no me extrañaría pues una futura versión al celuloide. Siguiendo con la estructura narrativa, la historia la cuenta un narrador en tercera persona que participa lo mínimo, con escasos elementos descriptivos que localicen la acción, y deja que los protagonistas se expresen en primera persona a través de abundantes diálogos y mediante el recurso al monólogo interior. El leguaje es directo y sencillo. Los términos vascos no son abundantes y se entienden por el sentido, aunque para mayor facilidad se traducen en un glosario final. Como datos curiosos, señalar que algunos personajes, sobre todo los abertzales, utilizan con frecuencia tiempos verbales castellanos incorrectos, con una clara intencionalidad que se destaca en cursiva. Otra es la utilización de triadas de verbos (cogió/tocó/miró), calificativos o sustantivos separados por barras para enfatizar o bien para introducir matices en la acción o descripción.
En fin, se trata de una buena novela cuyo éxito está más que justificado. Y sin embargo debo reconocer que me ha costado trabajo terminarla. La explicación es bien sencilla. La curiosidad, como elemento decisivo para incitar a la lectura, es a veces caprichosa, se estimula ante cosas relativamente banales como un título o una portada sugerente, y se mantiene a base de ingredientes como el misterio o el afán de conocimiento, siempre en dosis moderadas. En los extremos y por defecto, la ignorancia sobre la ambientación o la trama argumental a menudo agota nuestra curiosidad y desalienta la lectura, a mí me ocurrió con Versos satánicos de Salman Rushdie; pero el exceso de conocimiento también la inhibe. Y es que, a los que tenemos edad suficiente y vivimos, más o menos directamente, los años duros del terrorismo etarra, esta novela no nos dice nada que no sepamos. A esto tengo que añadir que Fernando Aramburu, como el mismo declara, ha despojado el relato de efectos dramáticos y sentimentales persiguiendo una neutralidad que le aproxima al testimonio realista pero le resta tensión narrativa aplanando la acción y, de nuevo, inhibiendo la curiosidad por un desenlace que se presume inexistente desde mucho antes del final.
Lamento aportar esta nota discordante al entusiasmo general suscitado por una novela cuya calidad no pongo en duda.