Si
exceptuamos a Cervantes, quizás también Lope de Vega y alguna obra famosa de la
picaresca, nuestros clásicos son en general los grandes olvidados de los
lectores españoles, más interesados en la actualidad editorial que en las joyas
de nuestro pasado literario. Para muchos de nosotros son sólo nombres de
autores remotos y algunas de sus obras, memorizadas en el también lejano periodo
de nuestra formación secundaria. Y sin embargo, aún admitiendo las dificultades
inherentes a la lectura de los clásicos, es necesario destacar la importancia
de su conocimiento si no queremos quedar aislados de nuestro pasado, en suma de las raíces que
dan sentido y nutren nuestro pensamiento y cultura actual.
Yo suelo encontrar a los clásicos
españoles por casualidad, en mercadillos de libros de ocasión, restos aislados
y a veces incompletos de colecciones que no se vendieron bien, en ediciones de
bolsillo pero, eso sí, magníficamente comentadas y anotadas por académicos de
prestigio, productos de las pocas editoriales especializadas que
afortunadamente aún se interesan por los clásicos a pesar de la crisis y el
minoritario público lector. Así tropecé con estas Poesías completas del Marqués
de Santillana; incompletas y reducidas a la mitad de su obra, la recopilada
en el tomo I. Por tratarse de restos de serie, acepté la ausencia del tomo II y
me dije aquello de “como muestra bien
vale un botón”, e incluso algo más, media botonadura del refinado traje poético del marqués.
Iñigo
López de Mendoza (1398-1458) fue un notable exponente de su época.
Perteneciente a una poderosa familia de la nobleza vasca, disponía de numerosos
feudos y estuvo muy implicado en la política castellana y en la del
reino de Aragón durante el reinado de Alfonso V. Como guerrero
participó en las luchas dinásticas de Castilla. Hábil cortesano, fue uno de los
responsables de la caída en desgracia de Álvaro de Luna, valido de Juan
II de Trastámara, y como premio a su ayuda este rey añadió el Marquesado de
Santillana a sus otros muchos títulos nobiliarios. Fue también un hombre culto, siempre rodeado de
eruditos y se relacionó con las
principales figuras literarias de su tiempo. Como escritor y poeta representa
la transición entre la vieja tradición medieval y los nuevos aires del
humanismo italiano. Conoció y admiró la obra de Dante Alighieri, Petrarca
y Boccaccio y en algunas de sus composiciones los imitó, siempre con
reconocida modestia de su inferioridad frente a esos grandes maestros
renacentistas. En su juventud escribió poesía lúdica y galante y en su madurez
destacó más en la retórica, elegíaca, y de carácter moralizante. En la primera
fase se reconoce la influencia de la tradición lírica popular castellana en las
serranillas, y del amor cortés tan típico de la poesía trovadoresca
provenzal en las canciones y dezires. En la segunda predominan el
gusto por los clásicos y la mitología grecolatina y el soneto como estrofa típica del
Renacimiento.
En todo caso, el Marqués de Santillana
ha pasado a la historia por las serranillas. Se trata de una composición
lírica en versos de arte menor, es decir octosílabos o menos, que narran
el encuentro entre un caballero y una serrana o pastora en sierras y pasos fronterizos. El primero
intenta seducirla mediante requiebros y la segunda accede a sus deseos o los
rechaza. Las de Santillana tienen una clara influencia de las pastorelas
provenzales en cuanto a su estilo galante, y de la tradición de la poesía
rústica popular. La más famosa, por estilizada, es la VI, dedicada a la vaquera
de la Finojosa, cuya primera estrofa era memorizada por los escolares de mi
infancia: “Moça tan fermosa/no vi en la frontera,/como una vaquera/de la
Finojosa” y termina con el gracioso y elegante rechazo que dice: “Bien
vengades,/que ya bien entiendo /lo que demandades:/non es desseosa/de amar, nin
lo espera,/aquessa vaquera/de la Finojosa”. Como curiosidad añadiré que la serranilla
V se localiza en tierras de Jaén,
probablemente compuesta durante una campaña militar contra el reino nazarí: “Entre
Torres y Canena,/açerca de Salloçar,/fallé mora de Bedmar”.
A las serranillas le siguen las canciones
en las que se loan las virtudes de una dama y los males de amores que
padecen los amantes. Los dezires son poemas lúdicos en los que el propio
marqués se dirige a otros literatos de su época como Juan de Mena y,
después de alabar sus excelencias literarias, les propone un acertijo al que
responde el interlocutor devolviendo los elogios recibidos. Otros dezires
son elegías a personajes famosos de su tiempo como el planto de la
reina Margarida o Defunssión de
Don Enrique de Villena y finalmente otros de carácter alegórico entre los
que destaca el Infierno de los Enamorados claramente inspirado en la Divina
Comedia de Dante. El sumario sigue con la Comedieta de Ponza,
un largo poema que narra la derrota naval del rey aragonés Alfonso V en Ponza,
en 1435, a manos de una flota de genoveses y milaneses, en el marco de las
guerras por el dominio del reino de Nápoles. Es curiosa porque aquí se
pone de manifiesto ese tránsito antes aludido, de la mentalidad medieval al
nuevo humanismo, representada aquella por la Rueda de la Fortuna como símbolo
del destino y su influencia en el hombre y la necesidad de soportar los cambios
de la misma. Son frecuentes las citas de Séneca y Lucano
como ejemplos de estoicismo y dignidad ante la derrota (Farsalia), pero también
se insinúa ya el concepto de libre albedrío como expresión de la
voluntad humana para escapar a un destino que parece impuesto por la divinidad.
En las descripciones de la batalla se aprecia además una clara inspiración en
los combates de los héroes homéricos. El volumen termina con los Sonetos fechos al itálico modo, de
temática variada que va desde los galantes dedicados a la amada, a los de
carácter político entre los que destaca el XXIX en el que se queja de los males
de los reinos hispanos, para terminar en otros que alaban a la virgen y a
distintos santos.
En resumen, una obra interesante desde
el punto de vista histórico. El castellano antiguo no impide la comprensión del
texto que además está reforzado por una buena anotación. Es curioso apreciar la
evolución de nuestro idioma y las influencias primigenias que en él se aprecian
de otras lenguas latinas como el francés, gallego o catalán.
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