En alguna
oportunidad he manifestado mi incapacidad para comentar negativamente
una determinada novela. En las contadas ocasiones en que esto sucede siempre me
asalta una duda; sí no serán mis limitaciones como lector, más que los defectos
de la obra, las que condicionan mi opinión. En suma, temo no estar a la altura
del libro que acabo de leer. En el caso de éste que me ocupa hoy, esa inquietante
sensación es aún mayor, en tanto que Patrick
Modiano (1945) es nada menos que un grande de la literatura
contemporánea, que cuenta entre sus galardones con el Premio Goncourt
(1978) y el Nobel de Literatura (2014), entre otros.
La hierba de las noches (2012) es
una de las últimas novelas del escritor francés. También en esta ocasión la
crítica literaria se deshace en elogios. El protagonista es Jean, un alter
ego del propio escritor, que nos cuenta en primera persona sus paseos por
los barrios de la rive gauche de París, con centro particular en Montparnasse.
Desde el primer momento nos describe un ambiente espectral en el que edificios
y lugares desaparecidos brotan en su memoria, en un continuo intento de
reconstruir el pasado, un reencuentro con el París de la década de los 60,
cuando un joven estudiante y su amante Dannie se ven envueltos en una
turbia trama de tintes policiales que evoca conflictos políticos de la época
postcolonial.
Hasta aquí
todo bien. El lector se sumerge en el relato con la esperanza de un rápido
desenlace esclarecedor ya que se trata de una novela corta. Nada más lejos de
la realidad. Se citan reiterativamente los nombres de los personajes sin que
sepamos casi nada de ellos ni de sus actos, como traducción de las propias
dudas y lagunas del narrador que, a fin de cuentas, ejerce como testigo de una
trama que intenta desvelar. Tampoco nos revela el carácter íntimo de su
relación con Dannie, ni profundiza en el retrato psicológico de la
supuesta amante. Solo nos deja intuir que está implicada en unos sucesos
delictivos que desconocemos. En ese punto el lector, envuelto en un relato que
le deja frío, calificado ostentosamente por la crítica como poético-policial,
entre un maremágnum de lugares y nombres que aciertan en confundirle,
sólo ansía un desenlace que le haga salir de las brumas argumentales. Por fin,
un viejo policía jubilado encuentra casualmente a Jean, a quién
interrogó en el pasado, y le entrega un viejo informe que apenas ayuda a
esclarecer los hechos, un secuestro y asesinato que pudiera ser el de Ben
Barka, el líder independentista marroquí enemistado con el régimen del sultán.
Todo eso hay que deducirlo, porque en ningún momento se cita el nombre.
No dudo
qué, para un francés contemporáneo de los acontecimientos y buen conocedor de
la geografía parisina, está novela tendrá mayor sentido que para mí. Quizás sea
el fruto de la experiencia pero, casi totalmente ausente de reflexiones, se
queda corta de vida y emotividad. Una historia deliberadamente compleja, pero
sin alma, que sólo pueden disfrutar y comprender un limitado número de
elegidos. Para ellos puede que tengan sentido frases como: Geografía interior,
búsqueda del tiempo perdido o laberintos de la memoria. Yo, lamento decirlo, no
llego a tanto.
Para
terminar, una novela que apenas consigue mantener el interés, desilusionante en
el desenlace y demasiado fría en la exposición, aunque afortunadamente corta.
Recomendable sólo para arriesgados.
Lo único cierto que dijiste es que tus limitaciones como lector te impiden ver las virtudes de esta obra. Y aún te atreves a ir de crítico de literatura por la vida.
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