martes, 15 de septiembre de 2015

DISTINTAS FORMAS DE MIRAR EL AGUA. Julio Llamazares

Alguna vez he reconocido la costumbre de imponerme un relativo y voluntario distanciamiento de la actualidad editorial, y eso con la intención de alejarme de los cantos de sirena del marketing y evitar en lo posible los best sellers, que no siempre son garantía de calidad -léase Cincuenta sombras de Grey-, dejando que el tiempo y la crítica los decante y depure como los buenos vinos. Quizás ese hábito no sea acertado, pero en todo caso la lectura de hoy supone una excepción a la regla porque se trata de una novela editada a principios de este año que ha recibido elogiosos comentarios en prensa, aunque desconozco sí es ya un éxito de ventas. Algo percibí en esas críticas, nada que pueda concretar, pero de alguna forma despertaron mi curiosidad  y ahora, con el libro concluido, me alegro de haber roto mi propia norma en esta ocasión.
          Julio Llamazares (1955) es un escritor nacido en las filas del periodismo. Una buena parte de su obra es ensayo, en una serie de recopilaciones de artículos de prensa. También ha escrito algo de poesía y una considerable producción narrativa. Es natural  de la montaña leonesa y parece que una parte de su obra está inspirada por el amor a su tierra, en especial  la literatura de viajes  centrada en León y el valle del Duero.
          Distintas formas de mirar el agua (2015) no es en absoluto una novela autobiográfica pero recoge un hecho histórico que parece haber marcado la infancia del escritor y es motivo central de la misma. En efecto, nació en Vergamián, pequeño pueblo de un valle leonés donde su padre era maestro. La construcción del pantano del Porma, que fue inaugurado en 1968, lo sumergió en el agua junto a otros cinco pueblos, y a la edad de 13 años tuvo que abandonarlo junto al resto de la población, expropiada a bajo costo y obligada a desplazarse a otras zonas.
          La trama argumental recoge ese episodio y se centra en una familia de desplazados que muchos años después viajan desde distintos puntos del país y se reúnen a las orillas del pantano para arrojar en sus aguas las cenizas del patriarca; la última voluntad de un montañés que no quiso volver a su tierra en vida pero nunca la olvidó. En cada capítulo se suceden los familiares, esposa, hijos y nietos, que aportan en primera persona sus reflexiones en torno al protagonista ausente, y su personal visión de esas aguas embalsadas que virtual o realmente cambió sus vidas. Se trata pues de una óptica multifocal que termina por configurar un relato coral. Porque, a través de las opiniones y sensibilidad de cada uno de los personajes, penetramos en la complejidad de las relaciones familiares y asistimos a la evolución cultural de varias generaciones, propiciada por un progreso económico y social que actualmente vemos de nuevo en peligro. Un progreso que a pesar de serlo dejó víctimas como inevitable secuela.
           De la historia trascienden ideas tales como el decisivo influjo del paisaje en los seres humanos; la sensación de desarraigo y el desgarro emocional de la emigración; el azar como condicionante de nuestras vidas; el apego a la tierra y la nostalgia del pasado, y otras muchas que aportan una gran variedad de matices enriquecedores al relato.
          He leído en alguna crítica que toda la novela está impregnada de lenguaje poético, y no estoy totalmente de acuerdo. En mi opinión es sencillo, directo y preciso, y más allá del carácter propio del lenguaje literario, necesariamente distinto al coloquial, las reflexiones y opiniones de los personajes son tan realistas y literales que cualquier lector las puede compartir y podría expresarlas con la misma naturalidad que los personajes en el texto. El relato nos gusta porque su estilo es emotivo y claro, y porque apela directamente a nuestra propia sensibilidad.
          En mi opinión lo poético no está en el lenguaje sino en el fondo, es decir, en la capacidad del escritor para transformar la prosaica y necesaria realidad del suceso histórico en una historia dramática. En la idea del agua, símbolo universal de la vida, convertida en representación de la muerte o al menos en tumba de lo vital. En la descripción del bello paisaje circundante y las apacibles aguas del pantano convertidas en una imagen fantasmal que esconde algo siniestro. En resumen es la realidad modificada por la sensibilidad poética. La comparación de la reunión familiar con un trágico funeral griego, y  el retorno del patriarca con el regreso de Ulises a Ítaca, son las dos únicas figuras que pueden asimilarse al lenguaje poético y desde luego refuerzan esa impresión de fondo. 
        En resumen, una novela corta y emotiva, quizás tiene momentos algo reiterativos pero es interesante y digna de ser recomendada.

martes, 8 de septiembre de 2015

LA BUENA LETRA. Rafael Chirbes.

Parece triste y paradójico que sea la muerte de un escritor lo que haga visible su figura literaria y su obra. Eso es lo que me ha sucedido con Rafael Chirbes (1949-2015), al que no conocía hasta ahora, cuando ha sido noticia su fallecimiento hace menos de  un mes. Esta lectura es pues una especie de homenaje póstumo al tiempo que insuficiente reparación de mi ignorancia sobre el panorama literario actual
Tras consultar datos sobre la biografía de este autor valenciano, no demasiado abundantes por cierto, deduzco que fue más conocido en su  faceta de crítico literario y articulista de prensa; que su renuencia a conceder entrevistas le pudo restar difusión mediática; que llegó a publicar unas diez novelas y algunos ensayos, y que su narrativa pretende retratar a la sociedad española en su evolución desde la posguerra a la actualidad. Una memoria marcada por el desaliento, el pesimismo histórico y la constante denuncia de las falsedades de la transición democrática que bajo el cambio de régimen e instituciones oculta  tópicos y vicios propios del franquismo. 
          Cuando comencé La buena letra (1992) pensé que se trataba de uno más entre los abundantes relatos de posguerra que se siguen editando en nuestro país, pero creo que me equivoqué en esa impresión inicial. Es verdad que el ambiente que rodea a los personajes es la pintura cruda y realista de aquellos años de miseria y humillación, pero está difuminado y pronto notamos que no será decisivo en la trama argumental, por más  que  nuestra guerra civil y las secuelas de la misma marcaran su impronta en toda una generación. No estamos, en mi opinión, ante una novela que se inscriba en el llamado realismo social, aunque pueda parecerlo, tampoco la acción es lo decisivo en la trama argumental. Es más bien un relato de personajes, la mayoría gente sufrida y sencilla, que fueron arrastrados por  la riada de la historia y quedaron marginados como restos de aluvión, frente a unos pocos que, a nado de su ambición, supieron medrar en la sociedad de los vencedores.  Es también una introspección en la intimidad de los mismos, en sus relaciones familiares, en su vida cotidiana llena de frustraciones y afán de supervivencia.
          Para conseguir ese efecto intimista es decisiva la estructura de la narración configurada como una especie de memorias que  la protagonista,  Ana, escribe ya anciana, sobre la década de los 90. El primer y último capítulo, escritos en letra cursiva, parecen referidos a su presente y el resto, narrados en primera persona, son los recuerdos de toda una vida de entrega y fidelidad, también duramente marcada por la deslealtad de otros, los propios deseos frustrados y hasta la culpa inocente por un amor imposible. Unas memorias destinadas a un hijo que no vivió esos recuerdos, al que frecuentemente se dirige en segunda persona a modo epistolar, en una especie de testamento vital que expresa su desesperanza y duda sobre la utilidad  de sus esfuerzos. El lenguaje es sencillo y nos sugiere bastante más de lo que se dice. En conjunto, la estructura focalizada y el tono intimista, configuran una historia emotiva y humana que trasciende el marco histórico y social y nos resulta atractiva a pesar de ese desencanto que el autor  imprime en sus personajes.
          Para terminar, no me atrevería a calificar esta novela como excepcional pero a mí me ha gustado. Y eso porque, como heredero de aquella desgraciada generación de posguerra, me siento aludido en ese hijo destinatario de las memorias. Muchos de nosotros hemos oído en la infancia historias parecidas o reconocemos, en familiares próximos o lejanos, los rasgos y actitudes de algunos personajes. Y  sí es verdad que comparto cierto pesimismo en vista de la deriva sociológica de nuestra actual democracia, a nivel personal me siento orgulloso y deudor del sacrificio de los que nos precedieron. Creo que mereció la pena, y no estoy seguro de que la siguiente generación piense igual de la nuestra.         


martes, 1 de septiembre de 2015

EL SOMBRERO DE TRES PICOS. Pedro Antonio de Alarcón

Este escritor era para mí poco más que un nombre asociado a un solo libro, un lejano recuerdo de mi formación de bachiller. Conocía a grandes rasgos su argumento sin tener muy claro si era novela o comedia porque hace años la vi representada en versión teatral. También sabía que Manuel de Falla  compuso un ballet del mismo título basado en esta leyenda. En fin, un clásico decimonónico, título memorizado en la asignatura Historia de la Literatura, que ahora retorna a mí, como amable fantasma del pasado, pidiendo ser conocido y valorado.
          Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891) es un ilustrativo ejemplo de evolución entre polos ideológicos y estilos antagónicos. En su juventud abrazó las ideas liberales propias de la Revolución Francesa  pero a la madurez derivó hacia posturas cada vez más conservadoras. En paralelo, su literatura evolucionó desde postulados románticos hasta el realismo con un marcado sesgo costumbrista. Por eso los manuales no se ponen de acuerdo a la hora de adscribirlo a uno esos dos estilos y  lo consideran como un autor de transición entre los mismos. Ese carácter ecléctico, cuando no contradictorio, se refleja en esta obra, como luego se verá. 
          El sombrero de tres picos (1874) es una novela corta basada en la leyenda popular de la molinera y el Corregidor, recogida en romances de ciego y canciones. El precedente más cercano que inspiró al escritor granadino es un romance anónimo del siglo XVIII titulado El molinero de Arcos. Se trata de un cómico relato de enredo cuya trama argumental, basada en el equívoco y la falsa apariencia, gira en torno al tema del honor y los celos. Está narrado en tercera persona por un narrador  omnisciente que en ocasiones se dirige directamente al lector para hacerlo cómplice de sus reflexiones sobre los personajes y comentarios digresivos que señalan de forma implícita al propio escritor y nos revelan sugerente datos sobre sus ideas políticas y sociales. Así cuando habla en tono irónico de los afrancesados, Jovellanos en particular, o cuando en el mismo tono cita al Ser Supremo, el nombre que los revolucionarios franceses daban al Dios católico. También cuando critica la Constitución de 1837, liberal, moderada y de consenso, o señala el deterioro del principio de autoridad. Todos estos comentarios están referidos a su propio tiempo y al margen de la acción pero siempre a propósito de la misma.
          La novela se desarrolla a lo largo de 36 capítulos cortos, todos precedidos de un título alusivo a lo que va a suceder, un detalle muy corriente en los escritores del XIX. Los dos primeros están dedicados al marco temporal y espacial donde trascurre la acción y al ambiente social del momento. Es en estas descripciones donde mejor se manifiesta el estilo realista del autor y también en los cuatro capítulos siguientes cuando retrata  de forma minuciosa a los personajes en sus caracteres físicos, costumbres y vestimenta, aunque el perfil psicológico de los mismos es claramente romántico en tanto se resalta de forma un tanto exagerada y maniquea sus vicios y virtudes. Nos enteramos así que la acción trascurre el 1805, durante el reinado de Carlos IV, aún en el marco político del Despotismo Ilustrado. Es relevante la clara intención de resaltar el ambiente social idílico del pueblo llano sobrecargado de impuestos de todo tipo pero honrado y feliz bajo el amparo de la fe católica y de la Iglesia. Aún así, en la viciosa y perversa figura del Corregidor, corrupto representante del poder, parece insinuarse una velada crítica del absolutismo.
          En los capítulos restantes se desarrolla la trama argumental que trascurre en apenas dos días, respetando la unidad de tiempo y acción, pero enfocada alternativamente sobre los protagonistas principales mediante una especie de analepsis retrospectiva que nos ofrece la visión parcial y equívoca de cada uno de ellos sobre un mismo hecho o incidente. Son el nudo y el desenlace del relato, y es aquí donde los diálogos predominan claramente sobre lo descriptivo, hasta el punto que parecería fácil versionar la novela a la escena teatral. En el último capítulo titulado conclusión, moraleja y epílogo, la enrevesada acción llega a feliz desenlace con la absolución eclesiástica y social de los personajes implicados que ven repuesta su honra, cuestionada   por las apariencias. Por último, el escritor dirige su mirada hacia el futuro de cada uno de ellos a partir de la Guerra de la Independencia  que obra aquí como un punto de ruptura trágica en la vida de los protagonistas. La alusión final a los tiempos del sombrero de tres picos  frente a los del sombrero de copa simboliza el transito histórico del Antiguo Régimen a la sociedad liberal burguesa.
          Para resumir esta divertida novela, yo diría que es por su argumento similar a las comedias de enredo del siglo XVII. Por la ambientación una típica historia del XVIII. Y finalmente, por su estructura y estilo literario, equiparable a los mejores clásicos españoles del XIX. No se puede pedir más. 

martes, 25 de agosto de 2015

EL BLOG DEL INQUISIDOR. Lorenzo Silva

Hay escritores que sin suscitar gran entusiasmo ni adhesión inquebrantable -perdón por la frase de rancia retórica- casi nunca defraudan. Son de esos que hemos leído en más de una ocasión y cuando iniciamos una de sus novelas tenemos la sensación de que no será impresionante pero tampoco aburrida. Fiable, es el calificativo que mejor los define y, en mi modesta opinión, el que le cuadra a nuestro autor.
Lorenzo Silva (1966) es conocido especialmente por sus novelas policiacas protagonizadas por los guardias civiles Bevilacqua y Chamorro. De esta serie ha escrito hasta ocho de las cuales he leído dos, El alquimista impaciente (2000) y La marca del meridiano (2012) ganadora del Premio Planeta de ese año. A pesar de mi corta experiencia pienso que el escritor madrileño domina bien la intriga y sabe dosificarla para cautivar la atención del lector hasta el desenlace más o menos sorprendente. Pero además, como un plus que  añade interés a sus historias, sabe relacionar la ficción narrativa con cuestiones sociales o temas de actualidad, siempre oportunos y a veces oportunistas, que trata de forma tangencial, en ocasiones como trasfondo ambiental y en otras a modo de digresión o en las reflexiones de sus personajes.
          El blog del inquisidor (2008) no pertenece a la mencionada serie policiaca pero la intriga sigue siendo el elemento esencial de un relato que combina de forma acertada aspectos tan dispares como el pasado histórico y las actuales tecnologías de la comunicación. Para ligar esos elementos y dar un sentido coherente a la historia, el autor propone un comienzo algo forzado y farragoso en forma de  anotación y aviso preliminar en los que un primer narrador, que se identifica como el traductor y parece trasunto del propio autor, introduce a la protagonista principal que será la narradora en primera persona del resto del relato. A partir de esas primeras páginas la narración es fluida y diáfana en lo formal y se inicia un juego de apariencia y realidad que le da ese tono inquietante que nos mantiene enganchados hasta el final.
          No voy a esbozar siquiera la trama argumental. Ya he señalado en varias ocasiones el riesgo de arruinar la historia, una posibilidad muy probable porque mi discreta facultad analítica va unida a una clara incapacidad de síntesis. Para un resumen argumental remito al promocional de contraportada, también disponible en la red. Señalaré que la ficción narrativa basada en un proceso inquisitorial invita a la desmitificación de la Inquisición española, despojada aquí de ciertos elementos terroríficos y políticamente interesados que aportó la Leyenda Negra, iniciada por los príncipes holandeses de Orange en el siglo XVII (guerra de Flandes) y magnificada en la ficción literaria por el norteamericano Edgar A. Poe (El pozo y el péndulo). La historiografía actual se ha encargado de poner las cosas en su sitio a este respecto y esas son las reflexiones que aparecen en el relato.
          El eje central de la trama es la curiosa relación que se establece entre una historiadora escocesa afincada en nuestro país y el enigmático personaje que se esconde tras el ficticio inquisidor, inicialmente a través de un blog y después mediante el chat como instrumentos mediáticos de la misma. “Una peculiar historia de amor, rabiosamente contemporánea” según palabras del resumen antes mencionado.
          El relato suscita además multitud de interesantes cuestiones entre las que cabe destacar la falsedad esencial de la historia, reducida a meras versiones interesadas de la misma; el mal, despojado de su esencia metafísica dualista tradicional y considerado como consustancial con la naturaleza humana; la problemática de las relaciones a través de Internet y la identidad virtual frente a la real; la independencia femenina asociada a la responsabilidad y los desajustes actuales en la relación de pareja; o la relatividad de  conceptos morales tales como culpa, expiación y redención.
          En cuanto al chat como forma de comunicación, quienes de forma simplista no lo conciben más allá de la búsqueda falaz de sexo fácil no comprenderán la relación de los protagonistas o les parecerá increíble. Desde luego es infrecuente pero no imposible. El escritor parece entender que es factible entre seres solitarios, cuando la soledad se conjuga no con el verbo estar sino con el reflexivo sentirse, un tipo de soledad que puede darse en compañía de otros. La portada de la novela es muy ilustrativa al respecto; dos personas enfocadas en sus ventanas iluminadas, aisladas en sus respectivos ambientes, que miran a la noche oscura (¿Internet?) quizás buscando con ansiedad al otro.
Para terminar, se trata de una novela en la línea narrativa tradicional de su autor. Sin mucha acción pero con una trama interesante que nos mantiene atentos. Si además se valoran esos temas colaterales a la propia trama, incluso da que pensar.

          

lunes, 3 de agosto de 2015

RELATOS. Raymond Chandler

La novela policiaca, surgida a mitad del siglo XIX como un género menor que pronto alcanzó enorme difusión y popularidad, debe  su origen a los relatos de misterio de Edgar Allan Poe. En su evolución posterior, ya a principios del XX, se suceden dos grandes tendencias o escuelas dentro de la misma. La inglesa, representada por A. Conan Doyle y Agatha Christie, y cronológicamente posterior la escuela norteamericana, iniciada por los escritores Dashiell Hammett y Raymond Chandler. De hecho fue este último autor quien definió el subgénero policiaco conocido como novela negra. El nombre lo debe a que este tipo de relatos se publicaron inicialmente en la revista Black Mask, editados en papel barato e impresión rústica, un tipo de publicaciones conocida como pulp. Para seguir con la identificación color-género, la editorial francesa Gallimard los editó en Europa dentro de una colección llamada Série Noir. El nombre es por otra parte muy adecuado porque generalmente la acción se desarrolla en ambientes oscuros de marginalidad y bajos fondos. En estas novelas lo importante no es tanto la  resolución del caso criminal como la descripción del ambiente social de miedo  y violencia. Eran en suma fiel reflejo de la opresiva atmosfera generada en los Estados Unidos tras la depresión económica del 29 y la ley seca de los años treinta con sus secuelas de gansterismo y crimen organizado.
          Raymond Chandler (1888-1956) es un clásico del género gracias a sus dos novelas más conocidas, El sueño eterno (1939) y El largo adiós (1956) ambas protagonizadas por Philip Marlowe. Reconozco que no he leído ninguna de las dos, quizás porque he visto, y varias veces, sus versiones cinematográficas. En cuanto al primer título, creo que el actor Humphrey Bogart encarnó a la perfección la personalidad del detective creado por Chandler; fracasado y cínico un poco de vuelta de todo, duro y estoico, de dudosa moralidad pero salvado siempre por un personal sentido del honor y la fidelidad. Por cierto, en El sueño eterno (1946), la película de Howard Hawks, Lauren Bacall borda también el papel de chica mala otro de los personajes típicos en los relatos de nuestro autor.
          El volumen que comentamos, con el título genérico de Relatos, es una antología que recoge siete de sus historias cortas, casi todas fechadas en los años treinta, es decir en sus comienzos narrativos. Todas fueron publicadas en la mencionada revista Black Mask o en Dime Detective, otra conocida publicación pulp. Un detective es siempre el protagonista, Philip Marlowe en algunas de ellas, y la mayoría están narradas en primera persona. En los cuentos aparecen todos los personajes y ambientes típicos del género; chantajistas, policías y políticos corruptos, delincuentes de gatillo fácil, mafias del juego o apuestas ilegales etc. La trama argumental es siempre algo enrevesada, con multitud de nombres y personajes secundarios y con el habitual tono de apariencia engañosa que se resuelve, a veces de manera algo forzada, en el típico desenlace sorprendente. El lenguaje es claro, directo y brusco, con diálogos a base de frases lacónicas o propias de la lengua vulgar y un tanto chulesca, típica de los ambientes delictivos. Tanto en éstos como en las descripciones abundan los sobrentendidos, sin dificultad para un norteamericano pero no tanto para un lector latino. Por eso la novela negra se adapta bien al lenguaje visual cinematográfico que evita prolijas descripciones y reduce al mínimo los aspectos implícitos en la trama.
          Al ser una colección de relatos breves, hemos iniciado este libro en mi club de lectura como alternativa para cubrir lagunas temporales entre novelas más extensas aún por recibir. Me sorprendió que fuera acogido con frialdad general y prontamente abandonado a pesar de ser el policiaco un género hasta cierto punto ligero e intrascendente. Las  razones aducidas para este desafección se explican parcialmente por las dificultades antes indicadas que percibí claramente durante la lectura. Es verdad que la novela negra no se adapta bien a la estructura del relato corto porque la complejidad argumental, que es uno de sus atractivos, es difícil de encajar  en un formato que necesariamente obliga a limitar los diálogos y los recursos descriptivos. Pero en mi opinión hay algo más que tiene que ver con un enfoque distinto en la lectura. En resumen, se trata de comprender que no es necesario seguir de forma minuciosa la intrincada trama argumental, que sólo es un medio para mantener nuestra atención hasta el final, y centrarnos en lo ya comentado y verdaderamente importante en este tipo de novelas, es decir, el ambiente de violencia, injusticia y corrupción política que imperaba en la sociedad norteamericana de los años 30. En la serie negra, deberíamos olvidar un tanto su carácter de literatura de evasión y valorarla más como retrato social de una determinada época y lugar.
          Para terminar una nota curiosa. En la traducción de los relatos de este volumen  se alterna un traductor español con otro sudamericano y  así vemos como las chaquetas se convierten en sacos y las faldas en bombachas. Un pequeño inconveniente que se añade a los anteriores y desmotiva un tanto cuando imaginamos a Marlowe hablando en argot argentino. Y a pesar de todo me ha gustado Raymond Chandler y supongo que sus dos grandes novelas deben ser superiores a estos relatos, pero no prometo leerlas, conozco de sobra el argumento.


domingo, 26 de julio de 2015

EL PIANISTA DEL GUETO DE VARSOVIA. Wladyslaw Szpilman

En el caso del libro que nos ocupa hoy es probable que muchos hayamos visionado antes su versión cinematográfica. Me refiero a El pianista (2002) de Roman Polanski, protagonizada por Adrien Brody, ganadora de tres Oscar y Palma de Oro en Cannes. En contra de lo que suele ser habitual, en este caso la película no desmerece la comparación con su original literario al que es absolutamente fiel e incluso mejora en algunos aspectos porque nos permite disfrutar de la música  y a través de la misma entendemos mejor la sintonía estética y emocional entre la víctima y su inesperado salvador.
El pianista del gueto de Varsovia es una memoria autobiográfica que, pese a su crudo realismo, tiene elementos que la equiparan a la mejor narrativa. Para empezar su gestación tiene de por sí aspectos novelescos. Fue dictada por Wladislaw Szpilman (1911-2000), un pianista y compositor polaco de origen judío, que cuenta sus vivencias durante la ocupación alemana de Varsovia. Este tipo de relatos suelen escribirse con el paso de los años, cuando el distanciamiento de los hechos facilita la objetividad. Pero en este caso los recuerdos fueron editados por así decirlo en caliente, justo recién terminada la guerra en el año 1946. Su amigo Jerzy Waldorff fue quién los recogió y les dio forma literaria, y es precisamente este compilador quién manifiesta en el epílogo algo que captamos claramente mientras leemos el libro; la ausencia de resentimiento o voluntad de venganza en el protagonista, que relata los hechos totalmente despojados de cobertura emotiva. Una frialdad inconcebible en quién acaba de superar seis años de terribles sufrimientos, quizás justificable por esa especie de aturdimiento o insensibilidad emocional que los psicólogos explican como un mecanismo defensivo ante el dolor insufrible.
          Las memorias, editadas como digo en 1946 con el título de Muerte de una ciudad, fueron inmediatamente retiradas por las nuevas autoridades comunistas polacas que al parecer no compartían algunas opiniones sobre la guerra. A fin de cuentas los totalitarismos, incluso de signo político opuesto, tienen la censura como punto en común. Finalmente fueron de nuevo editadas en 1998 y Wladislaw Szpilman alcanzó con ellas el reconocimiento internacional dos años antes de su muerte.
          El relato cuenta en primera persona las vivencias del pianista durante los años de guerra, el progresivo aislamiento y degradación de los judíos en el gueto, la deportación hacia el exterminio en Treblinka de toda su familia, la sublevación de Varsovia, la destrucción final de la ciudad. Se trata pues de un relato de supervivencia, un continuo esconderse de los alemanes, ayudado por amigos y traicionado o delatado por cobardes colaboracionistas hasta ser descubierto por el capitán alemán Wilm Hosenfeld, un bávaro católico y patriota, que se avergüenza de las atrocidades nazis y lo ayuda a sobrevivir  unas semanas antes de la liberación de la ciudad. Un benefactor al que el pianista no pudo devolver el socorro cuando fue deportado a un campo de prisioneros ruso.
          Esta increíble supervivencia gracias a la suerte y la intuición, en un medio hostil, solo y con agobiante escasez de recursos, es lo que aporta a la historia un cierto aire novelesco y por eso, estableciendo comparaciones con la ficción narrativa, algunos llamaron al protagonista, el Robinson Crusoe polaco.

          No voy a insistir sobre aspectos particulares del relato. A estas alturas todos estamos muy familiarizados con los detalles del holocausto judío a pesar de que algunos aún sigan negándolo. Sí voy a destacar algo anecdótico pero importante en mi opinión. Me refiero a la música como único elemento emotivo que hace de vínculo e hilo conductor sensorial y sensible de la historia. Me refiero en concreto a ese Nocturno en Do sostenido menor de Chopin que interpretaba el pianista en la radio polaca cuando una bomba interrumpió la emisión durante la invasión alemana; el mismo que toca en un piano desafinado ante Wilm Hosenfeld y el primero que vuelve a interpretar, de nuevo en la radio, tras la liberación de la ciudad, como un “Decíamos ayer” de Fray Luis de León después de seis años inquisitoriales. Quien conozca esta pieza o la haya escuchado en la película, y capte su nostálgica tristeza, comprenderá bien ese vínculo estético pero fuertemente emotivo en el contexto de la historia.

lunes, 13 de julio de 2015

HISTORIA DE LOS REYES DE BRITANIA. Geoffrey de Monmouth

Casi todos los lectores tenemos una idea aproximada de lo que es un clásico literario y sin embargo su definición es tan amplia como ambigua e incluye conceptos tales como difusión universal, referente cultural, valor arquetípico moral y estético y  otros muchos.  Escritores como Borges, Azorín o Italo Calvino han formulado definiciones más o menos acertadas pero siempre subjetivas. No seré yo tan pretencioso que intente definirlos, pero me atrevo a  clasificarlos, de forma simplista, en dos grandes grupos. El primero está integrado por los clásicos evidentes, aquellos que siempre tenemos en mente cuando pensamos en ejemplos de clasicismo literario, tales como El Quijote o La Odisea. Luego están los que yo entiendo como clásicos raros; son esos títulos muy conocidos en ambientes especializados, que a menudo son objeto de estudios y ensayos académicos pero de escasa difusión entre lectores de tipo medio, e incluso experimentados. Por éstos siento actualmente una inclinación creciente y lo admito a riesgo de ser yo el tachado de rareza. No es, desde luego, el interés del intelectual estudioso o el crítico literario, cualificación o capacidad que no tengo. Es más bien curiosidad de tipo histórico, una afición que sí reconozco. El libro que comento hoy pertenece al segundo tipo de clásicos en mi personal y arbitraria clasificación.
          Geoffrey de Monmouth fue un clérigo galés o bretón -aún se discute su origen-  que vivió en la primera mitad del siglo XII y fue profesor en las escuelas de Oxford cuando aún no se había fundado su famosa universidad. Sobre el personaje se sabe poco; que fue nombrado obispo de una ciudad galesa y que se le atribuyen tres libros, escritos en latín, las Prophetiae Merlini, la Historia Regum Britanniae y la Vita Merlini. El primero fue posteriormente incorporado como digresión en la redacción del segundo.
          La Historia de los Reyes de Britania está dedicada en su introducción a Roberto, duque de Gloucester y nieto de Guillermo el Conquistador. La dedicatoria es importante porque refleja bien la intención del escritor que, al contar la historia de los reyes britanos desde sus míticos orígenes hasta la invasión sajona del siglo VII, intenta reflejar un pasado glorioso y relacionarlo con la prosperidad de su tiempo gracias al dominio de los normandos. No es casual que las Profecías de Merlín al rey Vortegirn, por lo demás simbólicas y enigmáticas, anuncien claramente el esplendor de los britanos durante el reinado de Arturo (siglo VI), la oscuridad del dominio sajón y la invasión de los normandos en el siglo XI, contemplados como libertadores.
          Contra lo que anuncia el título se trata de una obra pseudo-histórica. Es verdad que utiliza y refunde fuentes históricas de autores anteriores como Nenio, Gildas y Beda el Venerable, pero les añade mitos, leyendas y literatura de autores clásicos grecolatinos y de la tradición bíblica. El resultado es una sucesión de largas y tediosas listas de reyes de los que sólo conocemos el nombre, la dudosa –por demasiado exacta- duración de sus remotos reinados y algunos de sus vicios o virtudes. Pero mezcladas en esa nómina descubrimos estupendas historias como la del mítico rey Bruto, huido de la destrucción de Troya, sospechosamente parecido a Eneas el fundador de Roma, que en  su particular odisea arriba a la isla y da origen al pueblo britano. Entre otros muchos reyes  encontramos a Leir que siglos después quedaría inmortalizado por Shakespeare en su tragedia El rey Lear.  También mitos  como la espada perdida por Cesar  en batalla con el britano Casiuvelano, que tiempo después sería llamada Excalibur. Nos enteramos que la isla de Hibernia (Irlanda), deshabitada en un tiempo, fue concedida por un rey britano a exiliados hispanos que la repoblaron, o que las piedras del círculo de Stonehenge  fueron robadas por el rey Uther Pendragón a los irlandeses, transportadas de forma mágica por Merlín y colocadas en su actual ubicación cerca de Salisbury. En los relatos encontramos paralelismo con multitud de mitos y relatos grecolatinos. La historia del rey Brenio se confunde con la del galo Breno que saqueó Roma en el 390 a.C (vae victis)  y también con la del romano Coriolano (otra tragedia de Shakespeare). En el nacimiento de Arturo encontramos el mito de Zeus y Anfitrión, y en el rey Conan –que no es el bárbaro cimerio- el mito de la reina Dido y la fundación de Cartago.
          El punto culminante de la Historia Regum Britanniae es, como se viene anticipando, el reinado del rey Arturo que ocupa, junto con las profecías de Merlín, un tercio de la narración. A Geoffrey de Monmouth se le considera, sino el origen, sí uno de los escritores decisivos en la creación de la llamada Materia de Bretaña o Mito artúrico que después ampliarían otros escritores medievales como el francés Chrétien de Troyes o el alemán Wolfram von Eschenbach. Encontramos aquí ya delineados los personajes principales del mito, Ginebra, Merlín, Morgana y Mordred. Y Arturo es el rey noble que defiende a los britanos de la amenaza sajona, capaz de conquistar Dinamarca y Noruega, sitiar París y atravesar los Alpes como Aníbal camino de la conquista de Roma.
          Para terminar comentaré algo sobre la técnica narrativa del clérigo bretón. Para dar verosimilitud a su historia utiliza el tópico del manuscrito encontrado, es decir, declara en el inicio que se ha limitado a traducir un libro que le dio el archidiácono Walter. Con esa misma intención procura la mayor precisión en tiempos de reinado y topónimos en los que incluso destaca la etimología a estilo de los antiguos héroes epónimos fundadores de ciudades. Incluso se permite desechar como mentiras y supersticiones algunos hechos milagrosos en apariencia. De otra parte, aunque narra en tercera persona, en muchas ocasiones hace comentarios personales sobre la historia o interpela directamente al duque de Gloucester. Eso y la utilización ocasional del presente histórico que sirve para aproximar emotivamente los hechos, aportan a la narración una sensación inconfundible de relato oral.
          En fin, la Historia de los Reyes de Britania, es casi una novela de aventuras si se sabe leer no entre líneas sino desechando párrafos enteros. Sí sabemos saltar entre ellos encontraremos mitos de todos los tiempos, relatos épicos y caballerescos, también algo de historia o de cómo puede ser utilizada con finalidad política, enigmáticas profecías al estilo Nostradamus, y muchas más cosas curiosas. 


viernes, 3 de julio de 2015

ALGUNOS MUCHACHOS Y OTROS CUENTOS. Ana María Matute

Hace un año que nos dejó Ana María Matute (1925-2014), miembro de la Real Academia Española y figura destacada en el panorama literario de nuestro país durante el pasado siglo, merecedora de muchos premios y reconocimientos en su dilatada trayectoria. Algunos piensan que fue la mejor novelista de la posguerra española. De la escritora catalana  he leído Olvidado rey Gudú (1996), una de sus últimas novelas y la preferida por la autora. Hace muchos años leí esta colección de cuentos que comento, y me impresionaron entonces por su crudo realismo social  que me pareció  acrítico, envuelto en onírica fantasía y en una prosa poética un tanto impenetrable. Ahora los he retomado a propuesta de mi club de lectura y con una mirada algo más experta creo entender un poco mejor las claves que definen esta obra.
          Para empezar debo destacar algo admitido por la crítica, y es la relevante influencia de la propia biografía en toda la producción narrativa de Ana María Matute.  A los cuatro años de edad padeció una grave enfermedad que la mantuvo retirada en un pueblo de las montañas riojanas. Tenía once cuando comenzó la Guerra Civil y ese trauma marcó definitivamente toda su obra. La suya fue en esencia una infancia perdida, de ilusiones y esperanzas truncadas por la angustia de la guerra y la miseria de posguerra. Eso explica que casi la mitad de su producción sean cuentos infantiles y que la mayoría de sus personajes sean niños o adolescentes. También que  sus novelas estén ambientadas en ese oscuro periodo de nuestra historia y sea  recurrente el retrato de una sociedad mísera y humillada, dominada por el egoísmo y el materialismo.
          Algunos muchachos y otros cuentos (1964) reúne todos esos elementos señalados como esenciales en la obra de la escritora. Está integrada por siete relatos cortos, el primero de los cuales da título a la colección. Los protagonistas de todos ellos son, como se ha dicho, niños o jóvenes que muchas veces cuentan la historia en primera persona, y es precisamente esa mirada infantil la que aporta un distanciamiento entre la dura realidad que les rodea y como la viven y entienden  desde su propia afectividad, envuelta en sutiles ensoñaciones y maliciosas suposiciones. De distinta forma todos se rebelan contra la ruindad y miseria que perciben pero al final terminan devorados por  ese mundo del que no quieren formar parte.  Algunos de los cuentos, me refiero a El rey de los zennos y No tocar son de estilo totalmente surrealista, de fantasía desbordante e incongruente, rica en elementos simbólicos y míticos. Fantasía enriquecida por un lenguaje lírico que impregna en mayor o menor grado todos los relatos, capaz de relacionar  sensualmente imágenes y sonidos o  sugerir de forma  velada  relatos bíblicos y mitológicos (Caín y Abel, Helios), e incluso transmitir la idea de eternidad elevando a lo intemporal un espacio geográfico, en concreto una isla balear.
En cuanto al segundo polo de la narrativa de Ana María Matute, señalaré que se la considera como una escritora esencialmente realista. Añadiré que sigo creyendo que el suyo es un realismo exento de crítica política. No denuncia tanto los desastres de la guerra o los abusos del régimen como la degradación moral que la miseria provoca en los seres humanos.
En fin, solo dos libros he leído de esta autora pero creo que tengo ya formada una magnífica opinión de su obra que me parece una acertada y original mezcla de fantasía, modulada por la estética modernista y surrealista, y realismo social esencialmente ético. Fue además una gran maestra del lenguaje literario, sin duda merecedora del sillón K que ocupó en la Real Academia.       

domingo, 21 de junio de 2015

MÚSICA EN EL PATIO MUDÉJAR

En nuestra ciudad, el mes de junio suele ser pródigo en eventos culturales que se ofrecen con frecuencia en espacios abiertos, patios, plazas o jardines. Esta profusión de actos, patrocinados por  diversas instituciones, es de alguna manera la despedida y cierre que precede al largo parón estival, cuando Jaén queda casi desierto durante las vacaciones por el éxodo de parte de la población al campo o la playa huyendo del  agobiante calor.
     Comento en esta ocasión dos conciertos a los que he asistido en días sucesivos, ambos ofrecidos en el Patio del Salón Mudéjar del Palacio del Condestable Iranzo. No repetiré aquello del marco incomparable, pero si quiero destacar lo agradable del lugar y describirlo para aquellos que no lo conozcan. Es un patio rectangular con pórtico de doble arcada  en uno de sus lados largos que da acceso al conocido salón del artesonado. En su lado corto se abre una especie de exedra con forma de ábside  que resulta ideal como escenario. Sus dimensiones no excesivas y el aforo reducido permiten la  proximidad visual lo que aporta una agradable sensación de intimidad y empatía entre intérpretes y público.

          El jueves 18 ofreció un concierto la Brass Band, una sección de la Banda Municipal de Jaén. Como su nombre inglés indica, se trata de un conjunto integrado por instrumentos de viento-metal, trompetas, trombones, trompas y tubas entre otros, acompañada por una pequeña sección de percusión. En nuestro caso, el grupo estuvo formado por  17 músicos dirigidos por la directora Juany Martínez de la Hoz. En el programa interpretaron hasta nueve piezas cortas extraídas de óperas o conciertos de mayor extensión y, como es lógico, en todas ellas tienen un papel destacado este tipo de instrumentos musicales. Comenzaron con el Tuba Mirum del Requiem de Verdi, una composición corta pero de una intensidad tal que literalmente nos hizo  vibrar con su potente sonoridad de marcha triunfal. Esta pieza funciona en la obra a modo de introducción instrumental que se interrumpe bruscamente para dar paso a los cantantes solistas; por ese motivo el público quedó en suspenso al terminar la interpretación, dudando si debía aplaudir.  La mayoría de las obras eran muy  conocidas, destacaré entre ellas la Danza del Sable, fragmento del ballet Gayaneh de Khachaturian, con su dislocado ritmo que evoca bailes y salvajes fiestas de cosacos. También el Coro de los Peregrinos  de la ópera Tannhauser de Wagner con su famosa melodía que se repite en un crescendo progresivo desde el sosiego inicial  hasta la apoteosis. Por fin la Danza Ritual del Fuego, del ballet El Amor Brujo de Falla, de inequívoco aire oriental y andaluz. Descubrí una Obertura Festiva de Dimitri Shostakovich que comienza con una fanfarria de trompetas y sigue con una trepidante melodía que sugiere actividad fabril, es decir, el triunfo del trabajo obrero, en el más puro estilo de realismo socialista. Tampoco creía haber oído la Fanfarria para el Hombre Común de Aaron Copland, con aire de marcha fúnebre a base de tambor y trompeta, hasta que la recordé como banda sonora  de patrióticos honores militares en el cementerio de Arlington. En fin todo el concierto fue una estupenda recopilación de fragmentos musicales y la interpretación de los músicos me pareció bastante buena.
           El viernes 19 y en el mismo marco, asistimos a un concierto de música sefardí titulado  El viaje de Hasday, en conmemoración del 1100 aniversario de Hasday Ibn Shaprut apodado Al-Yayyaní por haber nacido, el 915, en Jaén. Reconozco que este personaje me era desconocido hasta hace poco y no me justifica del todo alegar que mi educación histórica de bachiller no favorecía el reconocimiento de la cultura judía sefardí quizás debido a condicionantes ideológicos tales como la supuesta conjuración judeo-masónica. Tampoco glosaré su figura  que tuvo especial relevancia en los mejores tiempos del Califato cordobés de los Omeya y se puede resumir en los términos de médico, erudito, políglota y embajador.
          El concierto fue interpretado por una pareja de músicos jóvenes y muy especializados en música hispanojudía medieval. Ante nosotros desplegaron un conjunto de instrumentos fiel reproducción de originales medievales, principalmente de cuerda en todas sus posibles variedades, pulsada, percutida o frotada, tales como laud, dulcema, rabel, salterio o vihuela. Todos ellos fueron tocados sucesivamente y de forma magistral por Emilio Villalba. El acompañamiento en la percusión a base de panderos variados, corrió a cargo de la intérprete femenina, Sara Marina. El ambiente del escenario en penumbra, iluminado sólo por la luz de candiles, ayudó a crear  la atmósfera apropiada para identificarnos plenamente con la música. Para completar el espectáculo ambos músicos alternaron entre las piezas musicales una especie de monólogos teatralizados sobre  la vida del erudito judío. El paralelismo entre las obras interpretadas y los avatares biográficos del personaje dio pie a interpretar no solo piezas de música sefardí sino también algunas medievales de la tradición europea occidental y oriental, en particular griega, bizantina y germánica.  En esta última  se identificaban claramente aires de música céltica.
          El público que llenaba por completo el aforo quedó encantado con la representación y el concierto, y pienso que no tanto por nuestro conocimiento de la música sefardí  como por las sugerencias, evocaciones y emociones que despierta en el espectador ya que, a fin de cuentas, forma parte de nuestro acervo cultural  y entre sus acordes orientales identificamos también claros aires integrados en la tradición musical española.

viernes, 19 de junio de 2015

EL GRAN TEATRO DEL MUNDO. Pedro Calderón de la Barca


Algunas instituciones ciudadanas, académicas, políticas y eclesiales, han decidido  patrocinar este famoso drama litúrgico como brillante colofón a las pasadas fiestas del Corpus. Nada más apropiado que esta pieza teatral si consideramos tiempo y lugar ya que los autos sacramentales, en el siglo XVII, la época de su máximo esplendor, tenían un marcado carácter eucarístico y se solían representar en la plaza pública ante la fachada de catedrales o iglesias. Nuestra representación fue el 12 de junio, algunos días después de la mencionada festividad, y en la plaza de Santa María con la portada catedralicia como telón de fondo.
           El gran teatro del mundo es quizás el auto más famoso de Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) y también el más representado. Trata el tópico de la vida humana como un teatro donde cada persona representa un papel desde el nacimiento hasta la muerte. No es un tema original porque fue motivo de reflexión para filósofos de la antigüedad clásica, Platón y Séneca entre otros, pero el genial dramaturgo español consiguió llevarlo a su máxima expresión literaria. Muchos de los personajes de la obra son alegóricos y los dos principales son el Autor de Comedias (Dios) y el Mundo como director que reparte papeles a los distintos personajes, unos simbólicos como la Discreción, la Ley o la Hermosura, y otros más reales como el Rey, el Rico, el Pobre o el Labrador, siendo este último el contrapunto cómico de los primeros, capaz en cierto sentido de aligerar el drama. Acorde con el espíritu contrarreformista  que inspira toda la obra, se llega al desenlace con el reparto de premios o castigos a los protagonistas por parte del Autor, bien sean goces celestiales, purgatorios o penas infernales, para terminar en un himno de alabanza a la Eucaristía, el Tamtum ergo.
          Es una pieza teatral escrita en verso pero, estando destinada al pueblo llano, no abunda en los recursos estilísticos propios del Barroco español tan propenso a metáforas, alusiones mitológicas y cultismos. Por esa razón los diálogos cortos y los extensos monólogos de los personajes, que me parecieron respetuosos con el texto original, fueron fácilmente entendibles por los espectadores, a lo que también ayudó la brillante declamación de los actores basada en una dicción limpia  y clara. Respecto de estos últimos, señalar  que mostraron una gran profesionalidad pese a ser  aficionados. Y es que la compañía teatral Mira de Amescua cuenta ya con una dilatada experiencia en su labor de revitalizar los autos sacramentales y éste en particular.
          El público en general quedó muy satisfecho con la obra, más aún si consideramos que no es de frecuente representación. El único aspecto negativo fue un gélido viento primaveral que pilló desprevenido a un público con ropa veraniega e impuso limitaciones en los decorados, restringidos a unos pocos elementos esenciales.Muchos espectadores aguantamos hasta el final aunque estuvimos tentados de abandonar el Gran Teatro del Mundo haciendo mutis por las salidas naturales del pequeño teatro de la plaza. Nuestra estoica resistencia mereció la pena.